Domingo XIX Ciclo/A
(1 Re 19, 9.11-13; Rm 9, 1-5; Mt 14, 22-33)
Jesús camina sobre las aguas
En el Evangelio que hemos escuchado encontramos a Jesús que, retirándose al
monte, ora durante toda la noche. El Señor, alejándose tanto de la gente como de
los discípulos, manifiesta su intimidad con el Padre y la necesidad de orar a solas,
apartado de los tumultos del mundo. Mientras tanto, la barca “iba ya muy lejos de
tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario” (v. 24), y he aquí que
“a la cuarta vela de la noche se les acerc￳ Jesús andando sobre el mar” (v. 25); los
discípulos se asustaron y, creyendo que era un fantasma, “gritaron de miedo” (v.
26), no lo reconocieron, no comprendieron que se trataba del Señor. Pero Jesús los
tranquiliza: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” (v. 27).
Este es un episodio, en el que los Padres de la Iglesia descubrieron una gran
riqueza de significado: El mar simboliza la vida presente y la inestabilidad del
mundo visible; la tempestad indica toda clase de tribulaciones y dificultades que
oprimen al hombre. La barca , en cambio, representa a la Iglesia edificada sobre
Cristo y guiada por los Apóstoles. Jesús quiere educar a sus discípulos a soportar
con valentía las adversidades de la vida, confiando en Dios, en Aquel que se reveló
al profeta Elías en el monte Horeb en el “susurro de una brisa suave” ( 1 R 19, 12).
Pedro movido por un impulso de amor al Maestro, le pidió que le hiciera salir a su
encuentro, caminando sobre las aguas. Pero, al sentir la fuerza del viento, le entró
miedo, empez￳ a hundirse y grit￳: “¡Se￱or, sálvame!” ( Mt 14, 30). San Agustín,
imaginando que se dirige al ap￳stol, le dice: el Se￱or “se inclin￳ y te tom￳ de la
mano. Sólo con tus fuerzas no puedes levantarte. Aprieta la mano de Aquel que
desciende hasta ti” ( Enarr. in Ps. 95, 7: PL 36, 1233)
Esto no lo dice sólo a Pedro, sino también a nosotros. Pedro camina sobre las aguas
no por su propia fuerza, sino por la gracia divina, en la que cree; y cuando lo asalta
la duda, cuando no fija su mirada en Jesús, sino que tiene miedo del viento, cuando
no se fía plenamente de la palabra del Maestro, quiere decir que se está alejando
interiormente de él y entonces corre el riesgo de hundirse en el mar de la vida. Lo
mismo nos sucede a nosotros: si sólo nos miramos a nosotros mismos,
dependeremos de los vientos y no podremos ya pasar por las tempestades, por las
aguas de la vida. El gran pensador Romano Guardini escribe que el Se￱or “siempre
está cerca, pues se encuentra en la razón de nuestro ser. Sin embargo, debemos
experimentar nuestra relación con Dios entre los polos de la lejanía y de la
cercanía. La cercanía nos fortifica, la lejanía nos pone a prueba” ( Accettare se
stessi, Brescia 1992, p. 71).
El Señor, antes aún de que lo busquemos y lo invoquemos, él mismo sale a nuestro
encuentro, viene a nosotros para tendernos la mano y llevarnos a Él; sólo espera
que nos fiemos totalmente de él, que tomemos realmente su mano. Invoquemos a
la Virgen María, modelo de abandono total en Dios, para que, en medio de tantas
preocupaciones, problemas y dificultades que agitan el mar de nuestra vida,
resuene en el corazón la palabra tranquilizadora de Jesús, que nos dice también a
nosotros: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” y aumente nuestra fe en él.
¡Señor, aumenta mi fe y mi confianza en ti! Nunca permitas que me mire a mí
mismo. Enséñame siempre a caminar en la vida con mi mirada puesta en ti, pues
contigo todo lo puedo, a pesar de todas las tempestades y dificultades.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)