Pautas para la homilía
Solemnidad. La Asunción de la Virgen María
Proclama mi alma la grandeza del Señor
Estamos celebrando una fiesta de María. Quizás de las que más arraigo tiene en las
ciudades y pueblos de España.
La fiesta de la Asunción de la Virgen María a los cielos tiene su sentido desde la
experiencia de la Resurrección de Jesucristo. La Pascua nos ha abierto a todos las
puertas del Reino de Dios. Un Reino que comienza aquí con Jesús y que llega a su
plenitud en la casa del Padre. Los cristianos estamos llamados a seguir a Jesús en
su retorno al Padre. Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia. María es un miembro
preeminente. Ella ha sido llevada al cielo. Su experiencia es modelo para cada uno
de los cristianos.
María es importante por ser madre de Jesús. A esta realidad se abre por la
experiencia profunda del Espíritu, que la hace fecunda. Pero María es todavía más
importante por ser discípula de Jesús. La primera oyente del Evangelio. La primera
en ponerlo en práctica con su vida. La primera creyente.
Ella sigue los pasos de su Maestro y vive la experiencia de la Vida plena junto a
Dios en la Resurrección. La muerte ha sido vencida y no puede apagar la Vida de
quien ha dicho sí a Dios, en total entrega y disponibilidad, y ha puesto toda su
esperanza en el Maestro.
Lo que María vive ya junto a Dios es lo que nosotros vamos a vivir tras la
experiencia de la muerte. Por eso, para nosotros la Asunción de María es buena
noticia. Donde Jesús y María han llegado vamos a llegar también nosotros. Nosotros
no por nuestros méritos sino por la misericordia de Dios.
El Evangelio de San Lucas, que proclamamos en este día de fiesta, nos relata el
encuentro de María con su prima Isabel. La actitud de María, saliendo al encuentro
de quien le necesita, es modelo de la vocación de servicio de cada cristiano. Todos
estamos llamados a salir al encuentro de quienes nos necesitan. La disponibilidad
ha de ser una característica inherente en cada persona que tome en serio el
Evangelio y lo quiera hacer vida. Como María, no podemos quedarnos impasibles
ante la necesidad o el sufrimiento de los que tenemos que considerar hermanos
desde la fe.
Existe una clara complicidad entre María e Isabel. Lo que les acontece en ambas, su
estado de buena esperanza, es una experiencia religiosa porque es obra del
Espíritu. Su relación pasa de la familiaridad a una experiencia profunda de fe.
Toman conciencia, compartiendo lo que están viviendo cada una en primera
persona, de cómo Dios ha querido contar con ellas para llevar a cabo el momento
decisivo de la historia de la Salvación: la encarnación de su Hijo, del que Juan
Bautista será el precursor. Es un signo el que Juan salte de gozo en el vientre de
Isabel al intuir la presencia del Salvador.
Isabel reconoce en María a la madre de su Señor y se considera indigna de tan
importante visita.
María entona el magníficat, proclamando la grandeza de Dios que ha puesto los
ojos en ella. María reconoce la predilección de Dios hacia los pobres y desvalidos de
este mundo. Su canto anticipa cuanto Jesús con su vida y su palabra va a dejar
claro en todo el Evangelio. El Dios de Jesús es Padre lleno de amor y de
misericordia. Un Dios que cree en el hombre y sale a su encuentro.
Al celebrar la Asunción de María, cada uno de nosotros podemos preguntarnos si
vivimos nuestra existencia como verdadera historia de salvación. Movidos por el
Espíritu, necesitamos vivir en estado de buena esperanza. Dios, como un día contó
con María, quiere contar con cada uno de nosotros hoy. Ojalá estemos siempre
disponibles y sepamos hacer de nuestra vida un canto de alabanza. Así podremos
un día llegar como ella a la meta.
Fr. Francisco José Collantes Iglesias O.P.
Convento Sta. Cruz La Real de Granada
Con permiso de: dominicos.org