Pautas para la homilía
XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
También los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos
•“Atiéndela, que viene detrás gritando”
Al parecer el otro se nos presenta casi siempre detrás y muchas veces gritando,
aunque sea con un escandaloso silencio. En este último caso, nos puede resultar
difícil interpretar las necesidades de nuestro prójimo, pero ello no significa que no
estén presentes. Y así el otro se me convierte en obviedad, en costumbre, en
alguien a quien respeto tanto que procuro no inmiscuirme en el más mínimo de sus
asuntos. Al final, es un respeto que raya en la indiferencia, en la falta de empatía,
en no tener compasión. Esto puede darse con cierta frecuencia en relación a
nuestros prójimos cercanos.
Es cierto que en los tiempos que corren es sumamente positivo que seamos
capaces de abrirnos a los que se encuentran lejos, que podamos sentir el
sufrimiento del otro aunque se encuentre a grandes distancias de nuestro territorio
geográfico, psicológico, político, religioso e incluso afectivo. Pero es igualmente
importante no perder de vista los gritos a los cuales estamos acostumbrados o que
aún no hemos podido reconocer porque nos cuesta transformar nuestros sentidos.
Esos gritos cotidianos que nos urgen ser atendidos: gente que reclama enojada,
cercanía; autonomía, en compañía que le deje ser el mismo; y así tantos otros
modos que expresan la necesidad del que está próximo a mí, de liberación
personal, de afecto, de búsqueda de sentido, de sanación.
El pasaje evangélico de este domingo pone en escena a una mujer cananea, a un
“prójimo lejano” que lanzaba gritos a Jesús, que clamaba hasta el punto de
reconocerle Mesías, cosa bastante inusual viniendo de una pagana. Jesús no se
inmuta, tan sólo la petición por parte de los discípulos abre la puerta a un diálogo
que deja ver, aparentemente, la actitud de Jesús. De cualquier modo la escena final
concluye con la curación de la hija de aquella mujer.
De manera que el evangelio nos muestra, a pesar de su crudeza, que asumir la
compasión como clave relacional con el otro supone, primero, reconocerle con su
voz propia y, la más de las veces, acoger el sentido profundo del reclamo silencioso
o a gritos que nos hace. En el caso de la mujer cananea, por ejemplo, el reclamo no
es solo la liberación de su hija, sino que bien puede ser el poder acercarse a Aquél
que es el Mesías y desde un diálogo entre dos libertades ser objeto de su
compasión, aunque no se forme parte del pueblo escogido.
•“Mujer, qué grande es tu fe”.
Esta declaración encierra la manifestación de una fe honda que es la que en
definitiva consigue el milagro de la curación. Sin lugar a dudas este es uno de los
pasajes evangélicos más sugerentes por las connotaciones que pueden suscitar en
nosotros los creyentes del presente siglo. Esta mujer es cananea. No es depositaria
de la promesa, y Mateo ha puesto en su boca, no obstante, el título “Hijo de David”
por el que se reconoce al Mesías esperado. No conforme con esto, nos la presenta
como objeto de la compasión de Dios. Ello nos sugiere que la acción de Dios no
está supeditada a una religión, cualquiera que esta sea, ni a nuestros esquemas
mentales ni a nuestra idiosincrasia, lo cual nos lleva indefectiblemente a aprender a
aquilatar los fundamentos de nuestra propia fe.
En consecuencia, la fe puede brotar de “lugares insospechados”, no suscritos a la
ortodoxia. He aquí la gran novedad de la pedagogía divina, que nos ensancha en el
camino hacia nuestra plenitud personal mientras vamos junto a otros, cercanos o
lejanos, nacionales o extranjeros, cristianos o no cristianos, enseñándonos
mutuamente que, a fin de cuentas, la fe es patrimonio de cualquier corazón
humano capaz de abrirse a la presencia de un Dios que se manifiesta siempre
actual, inabarcable e incontenible en la historia humana y más allá de ella.
Fr. Ramón Alberto Núñez Holguín O.P.Fr. Ramón Alberto Núñez Holguín O.P.
Convento de Sto. Tomás de Aquino "El Olivar" (Madrid)
Con permiso de: dominicos.org