XIX Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Viernes
Lecturas bíblicas
a.- Ez.16, 1-15. 60-63: Yo te perdoné todo lo que hiciste.
b.- Mt. 19, 3-12: El divorcio lo permitió Moisés, pero al comienzo no fue así.
El evangelio de hoy nos habla del matrimonio y el divorcio. La respuesta de Jesús
va más allá de la ley de Moisés remontándose al querer de Dios Creador, hombre y
mujer unidos por el amor, están destinados a una vida en común, es decir, una sola
carne. La voluntad de Dios va contra el divorcio, si Moisés lo permitió fue porque el
pueblo era duro de corazón (cfr. Dt. 24, 1). Su decisión no es un mandamiento.
Jesús está a favor del matrimonio indisoluble, pero que pareció excesiva a los
discípulos, prefiriendo incluso, no casarse; el matrimonio era obligatorio para todo
judío, siguiendo el mandato de crecer y multiplicarse (cfr. Gn. 1, 28). El matrimonio
es deseado por Dios, el divorcio permitido por Moisés, pero aquí Jesús devuelve al
hombre, y sobre todo a la mujer, su dignidad de compañera para formar una unión
indisoluble. El secreto del verdadero matrimonio está en el mutuo crecimiento en el
amor, por medio de la madurez personal, la educación continua en el amor y en la
espiritualidad matrimonial que germina de su propia vocación cristiana. Amar es
más dar que recibir y disfrutar. En muchos hay egoísmo, poca capacidad de
sacrificio y mucha liviandad a la hora de llevar adelante la propia vida matrimonial.
Poca dedicación a la persona amada; muchos incluso no dejan de llevar vida de
solteros, estando ya casados. El matrimonio cristiano es una vocación a la santidad,
como el sacerdocio, la vida religiosa, porque es camino de amor entregado y
sacrificado. Es un sacramento, es decir, un signo eficaz de gracia y salvación. El
matrimonio cristiano hunde sus raíces en el amor de Dios, fuente de todo amor
auténtico, y a él debe conducir y encaminarse. Dios se responsabiliza de los
esposos y padres, si éstos acuden con frecuencia a la oración y la fe, viviendo su
vocación a fondo, lo que produce un crecimiento en el amor y en la fidelidad. Pero
también se habla de la renuncia al matrimonio por el Reino de los Cielos, es decir,
la libre decisión tomada en razón del Reino de los Cielos. El celibato cristiano por el
Reino es don de Dios y lo reciben quienes han entendido el lenguaje del Espíritu
Santo. Por lo tanto hay que promover entre los jóvenes y novios el celibato y el
matrimonio por el Reino de los Cielos.
De los propios labios de Teresa de Jesús escuchemos cómo nos habla de su familia.
“El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin,
con lo que el Señor me favorecía, para ser buena.” (V 1, 1)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD