Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Tiempo Ordinario, Año Par,
Semana No. 19, Miércoles
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Marca con una señal la frente de los que lloran por las
prácticas abominables que se realizan en Jerusalén * La gloria del Señor se eleva
sobre el cielo. * Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado
Textos para este día:
Ezequiel 9, 1-7; 10, 18-22:
Oí al Señor llamar en voz alta: Acercaos, verdugos de la ciudad, empuñando cada
uno su arma mortal." Entonces aparecieron seis hombres por el camino de la puerta
de arriba, la que da al norte, empuñando mazas. En medio de ellos, un hombre
vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura. Al llegar, se detuvieron
junto al altar de bronce.
La gloria del Dios de Israel se había levantado del querubín en que se apoyaba,
yendo a ponerse en el umbral del templo.
Llamó al hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura, y le dijo el
Señor: Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén y marca en la frente a los que se
lamentan afligidos por las abominaciones que en ella se cometen."
A los otros les dijo en mi presencia: "Recorred la ciudad detrás de él, hiriendo sin
compasión y sin piedad. A viejos, mozos y muchachas, a niños y mujeres,
matadlos, acabad con ellos; pero a ninguno de los marcados lo toquéis. Empezad
por mi santuario." Y empezaron por los ancianos que estaban frente al templo.
Luego les dijo: Profanad el templo, llenando sus atrios de cadáveres, y salid a
matar por la ciudad."
Luego la gloria del Señor salió, levantándose del umbral del templo, y se colocó
sobre los querubines. Vi a los querubines levantar las alas, remontarse del suelo,
sin separarse de las ruedas, y salir. Y se detuvieron junto a la puerta oriental de la
casa del Señor; mientras tanto, la gloria del Dios de Israel sobresalía por encima de
ellos.
Eran los seres vivientes que yo había visto debajo del Dios de Israel a orillas del río
Quebar, y me di cuenta de que eran querubines. Tenían cuatro rostros y cuatro alas
cada uno, y una especie de brazos humanos debajo de las alas, y su fisonomía era
la de los rostros que yo había contemplado a orillas del río Quebar. Caminaban de
frente.
Salmo 112:
Alabad, siervos del Señor, / alabad el nombre del Señor. / Bendito sea el nombre
del Señor, / ahora y por siempre. R.
De la salida del sol hasta su ocaso, / alabado sea el nombre del Señor. / El Señor se
eleva sobre todos los pueblos, / su gloria sobre el cielo. R.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro, / que se eleva en su trono / y se abaja para
mirar / al cielo y a la tierra? R.
Mateo 18, 15-20:
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Si tu hermano peca, repréndelo a
solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso,
llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de
dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni
siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Os aseguro
que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis
en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de
vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del
cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos"
Homilía
Temas de las lecturas: Marca con una señal la frente de los que lloran por las
prácticas abominables que se realizan en Jerusalén * La gloria del Señor se eleva
sobre el cielo. * Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado
1. Lo que pueden los que nada pueden
1.1 Vivimos en un mundo marcado por la palabra "eficiencia," un mundo que valora
y mide únicamente los resultados. La primera lectura de hoy puede hacer
evolucionar nuestra perspectiva al respecto.
1.2 El texto, tomado de la profecía de Ezequiel, dirige la mirada a esa multitud de
fieles que no tienen nada, sino su dolor profundo por la iniquidad que les rodea.
Aparentemente son lo más inútil de todo el mundo. Al fin y al cabo, ¿de qué sirve
tener sentimientos si lo único que cuentan son los resultados?
1.3 Mas en este caso esa fidelidad interior tiene un testigo, que es Dios, y tiene
unos defensores y custodios, que son sus Santos Ángeles. Aunque nadie note la
diferencia entre aprobar y no aprobar la maldad, Dios sí lo nota, y en el momento
decisivo, eso que haya en tu corazón marcará tu destino eterno.
1.4 Estas palabras son más que saludables hoy en día, cuando pareciera que
cualquier inmoralidad pasa a ser buena sólo porque la apruebe un parlamento.
2. Grandeza de la reconciliación
2.1 El evangelio de hoy nos invita a meditar en la grandeza y el misterio de la
reconciliación. El Card. Alfonso López Trujillo nos brinda una enseñanza intitulada
"El Cristo Reconciliador", de la que extraemos estos apartes, conservando sin
embargo nuestro modo de numeración:
2.2 En la Segunda Carta a los Corintios escribe S. Pablo: "Todo es de Dios, el cual
nos ha reconciliado consigo mediante Cristo... Ha sido Dios, en efecto, quien
reconcilió al mundo consigo en Cristo... A Aquel que no conoció el pecado, lo hizo
pecado por nosotros.." (2 Cor. 5, 18-19.21) Hay una clara alusión a la figura del
Siervo de Yahvé, inocente, que muere por los pecados del pueblo para liberarlo
(Cfr. Is. 53, 21). Cristo se hace pecado por nosotros al asumir el efecto del pecado,
que es la muerte. Se opera la liberación en la justificación "para que pudiéramos
ser justicia de Dios en El" (V. 2 1 ).
2.3 Cristo realiza la reconciliación en la Cruz cuando éramos sus enemigos: "...
cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios en virtud de la muerte de
su Hijo" (Rom. 5, 10).
2.4 La reconciliación como pacificación y superación de la enemistad es presentada
también en la Carta a los Efesios: "Ahora en Cristo Jesús, vosotros, en un tiempo
lejano os habéis tornado vecinos, gracias a la sangre de Cristo. El, en efecto, es
nuestra paz, que ha hecho de los dos pueblos una solo unidad abatiendo el muro
divisorio, anulando en su carne la enemistad" (Efe. 2, 13-14). Se elude a la imagen
del muro divisorio que en el Templo de Herodes dividía físicamente el recinto de los
paganos y de los judíos. Nace una nueva unidad espiritual en el Cuerpo de Cristo
que es la Iglesia. Los dos grupos, antes separados, se convierten en miembros del
Cuerpo del Crucificado.
2.5 Por eso la unidad de la Iglesia toma vida en la confesión de fe del Cristo
reconciliador en el misterio de la Cruz. Así como en la realidad de la Cruz tiene
lugar nuestra liberación, no por mediaciones abstractas, así ha de ser real y
concreta la unidad de la Iglesia, hecha también de Cruz, en la comunidad cristiana.
La unidad de la Iglesia es signo de esta reconciliación. Comenta H. Urs van
Balthasar: "Esta unidad es al mismo tiempo, en cuanto fundada como don y
sacrificio de Cristo, indestructible, y, en cuanto formada por pecadores,
extremamente precaria... La singularidad-irrepetibilidad de la unidad de Cristo se
rompe si en su lugar penetran potencias unificantes de humana invención que
quitan a la Iglesia o a sus partes la credibilidad" (TeoDrammatica, Vol. 3, pag.
394).
2.6 Cristo es centro de reconciliación universal. Si por el pecado ha habido la
ruptura de la armonía y de la unidad del cosmos por la Cruz se reencuentra la
pacificación universal: "Pues Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la plenitud, y
reconciliar con El y para El todas las cosas, pacificando mediante la sangre de su
cruz, lo que hay en el cielo, en la tierra y en los cielos" (Col. 1, 19, 20).
2.7 Hay una inmensa y notable diferencia entre esta realidad de la reconciliación y
las que proponen habitualmente las ideologías. Estas arrancan de su peculiar visión
antropológica. La fe cristiana nos muestra, con una concepción del hombre desde la
revelación divina, cómo, creado por Dios, perdida su dignidad de hijo por el pecado,
solamente Cristo puede restituirle tal dignidad, pacificándolo en su propio ser por el
perdón de Dios y restableciendo la armonía truncada con sus hermanos y con la
misma naturaleza. Por eso las palabras del Apóstol son eco vibrante de la llamada
de Cristo: "Os suplicamos en nombre de Cristo: reconciliaos con Dios" (2 Cor. 5,
20).
3. Sacramento de la Reconciliación y unidad entre los creyentes
3.1 Y el Papa Juan Pablo II nos invita a reconocer el vínculo entre el perdón que
Dios nos da y la capacidad de la Iglesia para reconstruir su propio tejido, que
resulta lastimado y herido por nuestros pecados. Es lo que encontramos en el texto
que sigue, tomado de su catequesis del 22 de septiembre de 1999.
3.2 Queremos hoy profundizar en una dimensión que caracteriza intrínsecamente al
sacramento de la penitencia: la reconciliación. Ese aspecto del sacramento se
presenta como antídoto y medicina con respecto al carácter lacerante propio del
pecado. En efecto, al pecar, el hombre no sólo se aleja de Dios. También siembra
gérmenes de división dentro de sí mismo y en las relaciones con sus hermanos. Por
ello, el movimiento de regreso a Dios implica una reintegración de la unidad dañada
por el pecado.
3.3 La reconciliación es don del Padre. Sólo el puede realizarla. Por eso, representa
ante todo una llamada que viene de lo alto: "En nombre de Cristo, os suplicamos:
reconciliaos con Dios" (2 Cor 5, 20). Como Jesús nos explica en la parábola del
Padre misericordioso (cf. Lc 15, 11-32), para él perdonar y reconciliar es una fiesta.
El Padre, en ese pasaje evangélico, como en otros muchos, no sólo ofrece perdón y
reconciliación; también muestra que esos dones son fuente de alegría para todos.
3.4 En el Nuevo Testamento es significativo el vínculo que existe entre la
paternidad divina y la gran alegría del banquete. Se compara el reino de Dios a un
banquete donde el que invita es precisamente el Padre (cf. Mt 8, 11; 22, 4; 26,
29). La culminación de toda la historia salvífica se expresa asimismo con la imagen
del banquete preparado por Dios Padre para las bodas del Cordero (cf. Ap 19, 6-9).
3.5 En Cristo, Cordero sin mancha, entregado por nuestros pecados (cf. 1 P 1, 19;
Ap 5, 6; 12, 11) se concentra la reconciliación que procede del Padre. Jesucristo no
sólo es el reconciliador, sino también la reconciliación. Como enseña san Pablo, el
que hayamos llegado a ser criaturas nuevas, renovadas por el Espíritu, "proviene
de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la
reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no
tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la
palabra de la reconciliación" (2 Cor 5, 18-19).
3.6 Precisamente por el misterio de la cruz de nuestro Señor Jesucristo se supera el
drama de la división que existía entre el hombre y Dios. En efecto, con la Pascua, el
misterio de la misericordia infinita del Padre penetra en las raíces más oscuras de la
iniquidad del ser humano. Allí tiene lugar un movimiento de gracia que, si se acoge
libremente, lleva a gustar la dulzura de una plena reconciliación.
3.7 El abismo del dolor y de la renuncia de Cristo se transforma así en una fuente
inagotable de amor compasivo y pacificador. El Redentor abre un camino de vuelta
al Padre que permite experimentar de nuevo la relación filial perdida y confiere al
ser humano las fuerzas necesarias para conservar esta comunión profunda con
Dios.
3.8 Por desgracia, también en la existencia redimida existe la posibilidad de volver
a pecar, y eso exige una continua vigilancia. Además, incluso después del perdón,
quedan las "huellas del pecado" que han de borrarse y combatirse mediante un
programa penitencial de compromiso más intenso por el bien. Ese compromiso
exige, en primer lugar, la reparación de las injusticias, físicas o morales, infligidas a
grupos o personas. La conversión se transforma así en un camino permanente, en
el que el misterio de la reconciliación realizado en el sacramento se presenta como
punto de llegada y punto de partida.
3.9 El encuentro con Cristo que perdona desarrolla en nuestro corazón el
dinamismo de la caridad trinitaria que el ordo paenitentiae describe así: "Por medio
del sacramento de la penitencia el Padre acoge al hijo arrepentido que vuelve a él,
Cristo toma en sus hombros a la oveja perdida para llevarla al redil, y el Espíritu
Santo santifica nuevamente su templo o intensifica en él su presencia. Signo de eso
es la participación, renovada y más fervorosa, en la mesa del Señor, en la gran
alegría del banquete que la Iglesia de Dios convoca para festejar el regreso del hijo
alejado" (n. 6; cf. también nn. 5 y 19).
3.10 El "Rito de la penitencia" expresa en la fórmula de absolución el vínculo que
existe entre el perdón y la paz, que Dios Padre ofrece en la Pascua de su Hijo y "por
el ministerio de la Iglesia" (ib., 46). El sacramento, a la vez que significa y realiza el
don de la reconciliación, pone de relieve que no sólo daña a nuestra relación con
Dios Padre, sino también a la relación con nuestros hermanos. Son dos aspectos de
la reconciliación íntimamente vinculados entre sí. La acción reconciliadora de Cristo
tiene lugar en la Iglesia. Ésta no puede reconciliar por sí misma, sino como
instrumento vivo del perdón de Cristo, en virtud de un mandato preciso del Señor
(cf. Jn 20, 23; Mt 18, 18). Ésta reconciliación en Cristo se realiza de modo
eminente en la celebración del sacramento de la penitencia. Pero todo el ser íntimo
de la Iglesia en su dimensión comunitaria se caracteriza por la apertura
permanente a la reconciliación.
3.11 Es preciso superar cierto individualismo al concebir la reconciliación: toda la
Iglesia contribuye a la conversión de los pecadores, a través de la oración, la
exhortación, la corrección fraterna y el apoyo de la caridad. Sin la reconciliación con
los hermanos la caridad no se hace realidad en la persona. De la misma manera
que el pecado daña el tejido del Cuerpo de Cristo, así también la reconciliación
restablece la solidaridad entre los miembros del pueblo de Dios.
3.12 La práctica penitencial antigua ponía de relieve el aspecto comunitario-eclesial
de la reconciliación, especialmente en el momento final de la absolución por parte
del obispo, con la readmisión plena de los penitentes en la comunidad. La
enseñanza de la Iglesia y la disciplina penitencial promulgada después del concilio
Vaticano II exhortan a redescubrir y a destacar de nuevo la dimensión comunitaria-
eclesial de la reconciliación (cf. Lumen Gentium, 11; y también Sacrosanctum
Concilium, 27) sin descuidar la doctrina sobre la necesidad de la confesión
individual.