La Asunción de María al Cielo
El 15 de agosto la Iglesia celebra la glorificación en cuerpo y alma al cielo
de la Virgen.
El 15 de agosto la Iglesia celebra la glorificación en cuerpo y alma al cielo de la
Virgen. Hoy celebramos la fiesta del primer ser humano –María- que, después de
Cristo su Hijo, experimentó la victoria total contra la muerte. No estamos hechos
para la muerte sino para la vida, para la resurrección (segunda lectura).
Este ha sido el último dogma proclamado por el Papa Pío XII el 1 noviembre de
1950: “Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que
la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida
terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” . Después de haber
luchado contra todos los enemigos de nuestra alma (primera lectura) y gracias a
que Cristo venció el último enemigo –la muerte- (segunda lectura), Dios nos
concederá la resurrección de nuestro cuerpo.
¿Qué significa que María fue elevada al cielo en cuerpo y alma? María, como
primera seguidora de Jesús, es la primera cristiana y la primera salvada por la
Pascua de su Hijo; participa ya de la victoria de su Hijo, y es elevada a la gloria
definitiva en cuerpo y alma. El motivo de este privilegio lo formula bien el prefacio
de hoy: “con raz￳n no quisiste, Se￱or, que conociera la corrupci￳n del sepulcro la
mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida,
Jesucristo”. ¿Por qué este privilegio? Porque Ella fue radicalmente dócil en su vida
respondiendo con un “sí” total a su vocaci￳n, desde la humildad radical (evangelio).
Ella estuvo siempre con Jesús, hasta el final, luchando contra el dragón que quería
devorar a su Hijo (primera lectura).
¿Qué significa para nosotros esta fiesta? En María se condensa nuestro destino. Al
igual que su “sí” fue representante del nuestro, también el “sí” de Dios a Ella,
glorificándola, es un “sí” a todos nosotros, que somos sus hijos. Se￱ala el destino
que Él nos prepara, si vencemos los dragones del mal que nos acechan (segunda
lectura) y si caminamos en la fe y en la humildad como María (evangelio). Nuestro
destino es la resurrección final en cuerpo y alma, como María que la obtuvo antes,
como premio a su fe, humildad y a su vida sin pecado, y para poder abrazar a su
Hijo querido y preparar junto con Él un lugar para nosotros.
Esta fiesta nos infunde esperanza y optimismo en nuestra vida. El destino de
nuestra vida no es la muerte, sino la vida. Toda la persona humana, cuerpo y
espíritu, está destinada a la vida. Nuestro cuerpo tiene, pues, una grandísima
dignidad; no podemos profanarlo ni mancharlo. Lo que Dios ha hecho en María, lo
hará en nosotros. Lo creemos. Lo esperamos. Lo deseamos. Nuestra historia tendrá
un final feliz. No terminamos en el sepulcro, sino en la resurrección de nuestro
cuerpo. Y la Eucaristía que recibimos semanalmente o diariamente es un anticipo de
lo que será nuestra gloria futura: “quien come mi Carne y bebe mi sangre, tiene
vida eterna y yo le resucitaré el último día” . La Eucaristía es como la semilla y la
garantía de la vida inmortal para los seguidores de Jesús. Lo que María consiguió –
la glorificación definitiva-, nosotros también lo conseguiremos, como fruto de la
Pascua de Cristo.
Al pensar en la resurrección final, ¿me lleno de alegría y optimismo al saber por la
fe que mi destino es la vida y no la muerte en el sepulcro? Ya aquí en la tierra,
¿estoy sembrando las semillas de la inmortalidad y resurrección en mi cuerpo,
comulgando el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía? Esta fiesta de María, ¿me invita a
llevar una vida de santidad, de fe, de humildad y de amor?
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)