COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires – ciclo 2014)
Domingo 17 de agosto de 2014 – Vigésimo del tiempo ordinario.
Evangelio según San Mateo 15, 21-28 (ciclo A)
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer
cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David,
ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Pero
él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor,
atiéndela, porque nos persigue con sus gritos". Jesús respondió: "Yo he sido
enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel". Pero la mujer fue
a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!". Jesús le dijo: "No está bien
tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros". Ella respondió: "¡Y sin
embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus
dueños!". Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla
tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada.
“Mujer ¡qué grande es tu fe!”
Por el Antiguo Testamento y toda la historia, sabemos que Israel era un pueblo y
junto a él había otros pueblos, pero Israel fue elegido por Dios y no otro pueblo.
A tal punto fue que su Hijo se encarna en el seno virginal de María, siendo una
mujer judía y por ende Jesús judío. Nace en un lugar, con una cultura propia,
con un modo propio de ser, con todas las características de ese lugar.
Es importante destacar que el privilegio de esa elección no puede cerrarse; esa
elección tiene que universalizarse. Por eso el mensaje de Cristo es concreto y
universal: da unidad no uniformidad, porque Dios viene para todos. ¿Qué es lo
distintivo? La fe. Ella es la carta de ciudadanía de cada persona que se adhiere al
Mesías, a Cristo, el Hijo de Dios y María.
La fe da pertenencia, vinculación, identidad, pero tiene que organizarse y al
hacerlo reconoce la primacía de las cosas: siempre lo primero y principal es
Dios, es Jesucristo. Esa fe nos organiza, nos ordena toda la realidad de nuestra
vida pero, fundamentalmente, la fe está por encima de toda cultura, de toda
tradición, de toda raza, de todo color de piel, de toda diferencia de clases
sociales.
Porque somos iguales podemos ser diferentes y podemos ser diferentes porque
somos iguales. Pero nuestra igualdad está en el ser humano, la naturaleza
creada, en la persona y para el creyente en Jesucristo, el cristiano. Esa es la
unidad que nos ayuda a relacionarnos y vincularnos con todo lo demás.
En este Evangelio, el diálogo con la mujer cananea -que era extranjera-
demuestra fe. Hay mucha gente de adentro, podemos ser nosotros mismos, que
seguimos costumbres pero a veces no tenemos la vivencia fuerte de la fe.
Seguimos cosas, hacemos cosas. El diálogo de Jesús con esta mujer es muy
fuerte y ella, en lugar de enojarse, murmurar o rebelarse, sigue manteniendo
viva la confianza en el Señor. Por eso Jesús la alaba y le dice “mujer qué grande
es tu fe”.
Pidamos a Jesús tener confianza, sabiendo que el Señor cura, sana, perdona,
cambia, envía y da sentido. Que tengamos esa similitud y confianza como esta
mujer extranjera que creyó y perseveró en su confianza
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén