Domingo XX Ciclo/A
(Is 56, 1.6-7; Rm 11, 13-15.29-32; Mt 15, 21-28)
El don de la fe
El pasaje evangélico de este domingo comienza con la indicación de la región a
donde Jesús se estaba retirando: Tiro y Sidón, al noroeste de Galilea, tierra
pagana. Allí se encuentra con una mujer cananea, que se dirige a él pidiéndole que
cure a su hija atormentada por un demonio (cf. Mt 15, 22).
Impresiona de manera particular este episodio de la mujer cananea que no cesaba
de pedir la ayuda de Jesús para su hija “atormentada cruelmente por un demonio”.
Cuando la cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda, Él le
respondió : “No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos ” (Era
una referencia a la diversidad étnica entre israelitas y cananeos que Jesús, Hijo de
David, no podía ignorar en su comportamiento práctico, pero a la que alude con
finalidad metodológica para provocar la fe). Y he aquí que la mujer llega
intuitivamente a un acto insólito de fe y de humildad. Y dice : “Cierto, Señor, pero
también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus se￱ores”.
Ante esta respuesta tan humilde, elegante y confiada, Jesús replica: “¡ Mujer,
grande es tu fe ! Hágase contigo como tú quieres” (cf. Mt 15, 21-28). San Agustín
comenta con raz￳n: “Cristo se mostraba indiferente hacia ella, no por rechazarle la
misericordia, sino para inflamar su deseo” ( Sermo 77, 1: PL 38, 483).
¡Cuánto nos enseña esta sencilla historia evangélica! Una de las causas más
profundas de sufrimiento para un creyente son las oraciones no escuchadas. Hemos
rezado por algo durante semanas, meses y quizá años. Pero nada. Dios parecía
sordo. La mujer Cananea se presenta siempre como maestra de perseverancia y
oración.
Dios escucha incluso cuando… no escucha. En él, la falta de escucha es ya una
manera de atender. Retrasando su escucha, Dios hace que nuestro deseo crezca,
que el objeto de nuestra oración se eleve; que de lo material pasemos a lo
espiritual, de lo temporal a lo eterno, de los pequeño a lo grande. De este modo,
puede darnos mucho más de lo que le habíamos pedido en un primer momento.
Con frecuencia, cuando nos ponemos en oración, nos parecemos a ese campesino
del que habla un antiguo autor espiritual. Ha recibido la noticia de que será recibido
en persona por el rey. Es la oportunidad de su vida: podrá presentarle con sus
mismas palabras su petición, pedirle lo que quiere, seguro de que le será
concedido. Llega el día, y el buen hombre, emocionadísimo, llega ante la presencia
del rey y, ¿qué le pide? ¡Un quintal de estiércol para sus campos! Era lo máximo en
que había logrado pensar. A veces nosotros nos comportamos con Dios de la misma
manera. Lo que le pedimos comparado a lo que podríamos pedirle no es más que
un quintal de estiércol, naderías que sirven de muy poco, es más, que a veces
incluso pueden volverse contra nosotros.
San Agustín era un gran admirador de la Cananea. Aquella mujer le recordaba a su
madre, Mónica. También ella había seguido al Señor durante años, pidiéndole la
conversión de su hijo. No se había desalentado por ningún rechazo. Había seguido
al hijo hasta Italia, hasta Milán, hasta que vio que regresaba al Señor. En uno de
sus discursos, recuerda las palabras de Cristo: “Pidan y se les dará; busquen y
encontrarán; toquen y se les abrirá”, y termina diciendo: “Así hizo la Cananea:
pidi￳, busc￳, toc￳ a la puerta y recibi￳”. Hagamos nosotros también lo mismo y
también se nos abrirá.
La oración, cuando es verdaderamente cristiana, oscila entre la necesidad que
siempre contiene y la certeza de ser cumplida, aunque sí no se sabe exactamente
cuándo. Quien reza no teme molestar a Dios y nutre una confianza ciega en su
amor de Padre.La oración tiene estas dos actitudes: necesidad y seguridad. Oración
de necesidad siempre: la oraci￳n, cuando pedimos algo, es de necesidad: “tengo
esta necesidad, escúchame, Se￱or”. Pero también, cuando es verdadera, es segura;
“¡Escúchame! Creo que tú puedes hacerlo porque tú lo has prometido”.
Alimentemos cada día nuestra fe, con la escucha profunda de la Palabra de Dios,
con la celebraci￳n de los Sacramentos, con la oraci￳n personal como “grito” hacia Él
y con la caridad hacia el prójimo. Nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a
abrirnos y acoger con libertad el don de Dios, a tener confianza y gritar asimismo a
Jesús: “¡Danos la fe, ayúdanos a encontrar el camino!”. Es el camino que Jesús
pidió que recorrieran sus discípulos, la cananea y los hombres de todos los tiempos
y de todos los pueblos, cada uno de nosotros. La fe nos abre a conocer y acoger la
identidad real de Jesús, su novedad y unicidad, su Palabra, como fuente de vida,
para vivir una relación personal con él.
Invoquemos la intercesión de la Virgen María, para que nos ayude a a redescubrir
siempre de nuevo y a vivir incansablemente la belleza de la fe cristiana, sabiendo
dar testimonio fuerte y al mismo tiempo sereno como lo fue la fe de la cananea.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)