XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
El milagro del diálogo y de la universalidad
La palabra de Dios de este domingo abre a la perspectiva de la universalidad de
la salvación de Dios en las tres lecturas. En Is 56,1.6-7 el anuncio de la
salvación propia del Reino de Dios lleva consigo la práctica del derecho y de la
justicia. Pero este horizonte de un nuevo orden social no es exclusivo del pueblo
de Israel sino que se abre a todas las gentes, incluidos los extranjeros, de modo
que todos podrán ver la salvación de Dios así como el templo será casa de
oración para todos los pueblos ¡Qué bien haría esta lectura en el ámbito del
pueblo de Israel de nuestros días! Sólo un horizonte de apertura a los otros, a
los diferentes y a los extranjeros, a los de otras razas, pueblos y religiones,
puede ser marcar nuevos rumbos en la política de Oriente Medio. En aquel
contexto sociopolítico también la Iglesia, con la Palabra de Dios en la mano,
tiene mucho que aportar. Desde Isaías hasta el Evangelio la universalidad es el
camino que llevará a la salvación y a la solución de todos los conflictos.
También Pablo interpreta el acontecimiento de la muerte de Cristo propiciada
por el pueblo de Israel desde una perspectiva positiva y universal. La muerte del
Señor en la cruz hizo posible que la misericordia de Dios se revelase a todos los
gentiles, de los que Pablo es evangelizador. La carta a los Romanos plantea la
posibilidad de la salvación de Israel y afirma que con ocasión de la misericordia
obtenida por los gentiles, también los judíos alcanzarán misericordia (Rom
11,13-15.29-32).
En el Evangelio Jesús sale de las fronteras de Israel por segunda vez y se
adentra en territorio pagano, esta vez en la región de Tiro y Sidón (Mt 15,21-
28). Una mujer cananea, madre de una endemoniada implora la misericordia de
Jesús, el Señor. Pero todo el relato se concentra en el diálogo que comienza con
la iniciativa de la mujer que se dirige a Jesús pidiendo su ayuda y concluye con
el elogio a ella por parte de Jesús. Tres intervenciones de la mujer fuerzan la
conversión de Jesús. La mujer insiste en el diálogo con Jesús intercediendo a
favor de su hija, su gran fe en Jesús le permite reconocerlo siempre como
“Se￱or”, pero en la última intervenci￳n se aborda el tema de la salvaci￳n entre
los paganos. Jesús pasa entonces de la indiferencia y del rechazo a un elogio
final de la fe. Mateo coloca el milagro del exorcismo en un segundo plano, pues
el primer plano lo ocupa el diálogo de la mediación en la mujer extranjera y
Jesús.
Una mujer, extranjera y necesitada, pero profundamente creyente y convencida
de que Jesús puede ayudarle, le ruega ser atendida en la necesidad con la
f￳rmula litúrgica: “Se￱or, ten piedad”. Desde esta petici￳n hasta la felicitaci￳n
de Jesús “¡Mujer, qué grande es tu fe!, culmen de todo el relato, ha ocurrido un
encuentro personal y mediador en el cual ha aparecido el diálogo con toda su
fuerza interpelante, transformadora y creadora de una realidad nueva.
Jesús es llamado “Se￱or” e “Hijo de David” en reconocimiento a su se￱orío,
vinculado a la tradición religiosa y cultural de Israel, y utilizado como título del
mesías misericordioso especialmente en los milagros de curación. La mujer
creyente es consciente en su humildad de que las promesas de Dios se cumplen
en aquel que viene de la casa de Israel. Frente al silencio inicial de Jesús, que
escucha aunque calla, la intervención de los discípulos contribuye a reforzar y
confesar la fe de aquella mujer forastera. De este modo los discípulos cumplen
también la misión de ser mediadores en la misión de los paganos.
La respuesta de Jesús muestra su identidad personal primera. Ha sido enviado
solamente a las ovejas perdidas de Israel. Notemos que al hablar de identidades
étnicas y religiosas, y en concreto, la de Israel, Jesús muestra su misión
primera, pero no la última y principal, pues frente a la humanidad “perdida” ya
no hay identidades culturales o nacionales que nos diferencien. La miseria
humana, el sufrimiento de la enfermedad, el tormento de los endemoniados, los
déficits de justicia y derecho en cualquier lugar de la tierra nos hermanan y
rompen las fronteras. Entre las ovejas perdidas de Israel y la mujer, también
perdida, de la región de Tiro hay un denominador común y éste es la perdición,
la situación lamentable en que se encuentran. Establecida esa conexión entre
Jesús y la mujer, reconociendo esa identidad profunda de ambos por sintonizar
en la experiencia común de quien está perdido, el diálogo se convierte en un
mecanismo transformador y creador de una realidad nueva.
La respuesta de Jesús: “No es lícito tomar el pan de los hijos y echárselo a los
perros” refleja la concepci￳n de una salvaci￳n que hist￳ricamente estaba
vinculada a los “hijos” de Israel en primer lugar y de la cual estaban excluidos
los paganos, denominados familiarmente como “perritos”. Pero la fe de aquella
mujer cananea, tan convincente como atrevida, arranca de Jesús lo que ya
estaba latente en su misión fundamental de salvar lo que estaba perdido. Sin
embargo, el diálogo crea una realidad nueva, hasta en las concepciones de
Jesús. El ha venido a salvar lo que estaba perdido, no solamente en Israel sino
en cualquier parte del mundo. Una mujer creyente forastera consigue adelantar
la manifestación de la identidad última del que no sólo es Hijo de David, sino el
Señor e Hijo de Dios. La fe de aquella mujer consigue lo que pretendía: Qué
grande era su fe.
Ante el conflicto de Israel y Palestina en Gaza, ante el fanatismo atroz de los
musulmanes extremistas de Irak que persiguen cruelmente a los cien mil
cristianos de la zona, ante las actitudes xenófobas, racistas y persecutorias de
los otros cuando estos son diferentes, forasteros, de otras culturas, etnias y
naciones, es necesario recuperar el carácter universal de la salvación de Dios y
el valor y la fuerza del diálogo que siempre es generador de una vida nueva.
Éste es el mensaje clave de la palabra de Dios y del Evangelio de este domingo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.