Pautas para la homilía
XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
•Cesarea de Filipo está íntimamente ligada al poder imperial de Roma.
La localización de la escena en la región de Cesarea de Filipo no es un dato
intrascendente para ver el alcance de lo que se nos narra en el texto evangélico.
Todo en Cesarea, empezando por el hombre, hablaba del poderío militar,
económico, político e ideológico de Roma y de su emperador. El César de Roma
ostentaba los títulos de Divino, Hijo de Dios, Dios, Dios de Dios, Señor, Redentor,
Liberador y Salvador del mundo. De ahí que, cuando Pedro confiesa y aplica eso
mismo a Jesús, está cometiendo una alta traición al emperador; para el
evangelista, es claramente una sustitución del reino de Roma por el reino de Dios.
Si la actuación romana dirigida por el divino Augusto traía la paz mediante la
guerra, la violencia y la victoria, la actuación cristiana encarnada en el divino Jesús
traía la paz mediante la justicia.
•¿Quién dice la gente y quién decís vosotros que soy yo?
Los discípulos enumeran los personajes que la gente asocia con Jesús. Los cuatro
señalados sitúan a Jesús en la tradición profética, que se caracterizó por el rechazo
al sufrimiento del pueblo y a los poderes que lo originaban. Los profetas, al hablar
de un mundo alternativo al que su pueblo vivía, siempre resultaban incómodos para
las elites. Jesús era visto por la gente en esa línea profética de rechazo al poder,
que en aquellos momentos venía de Roma.
•Pedro es portavoz porque tiene una vinculaci￳n especial con Jesús.
Pedro reitera la confesión que todos los discípulos hicieron ya en la barca después
del milagro de Jesús caminando sobre el agua. De igual modo, no sólo Pedro, sino
todos los discípulos habían sido felicitados ya antes por Jesús. Pedro es portavoz de
los discípulos. Pero, además, la figura histórica singular de Pedro viene a concretar
algo que, para Mateo, debe ser un rasgo permanente de la Iglesia: su vinculación a
Jesús. Pedro es fundamental para la Iglesia porque está unido a Jesús, que sí es el
fundamental. Vinculación ciertamente ambivalente, porque Pedro confiesa a Jesús
como Mesías e Hijo de Dios, pero lo entiende como poderoso, no como sufriente;
como otros discípulos, no es capaz de velar en Getsemaní; reniega de Jesús con un
juramento y, arrepentido, llora amargamente. Este es Pedro al que Jesús sostiene,
y que se nos aparece como el prototipo de discípulo de Jesús.
•No se puede entender el diálogo entre Jesús y Pedro sin la conexi￳n que tiene con
la profecía de la pasión que le sigue.
Los tres evangelios sinópticos sitúan inmediatamente después de la confesión de
Pedro el primer anuncio de la pasión. La predicción que hace Jesús de su pasión
señala el verdadero alcance del tipo de Mesías que Pedro acaba de confesar. La
protesta de Pedro ante las palabras de Jesús sobre la necesidad de su pasión es
una prueba de que, al confesar la mesianidad de Jesús, Pedro deja ver que su idea
del Mesías es más bien como la de todos los demás discípulos: totalmente judía, de
poder, motivo que le vale una dura repulsa de labios de Jesús.
•Pedro es una roca en tanto que esta roca encarna la fe y no el poder.
Jesús edificará su Iglesia sobre Pedro en cuanto que ha confesado públicamente a
Jesús de Nazaret. Así pues, en las palabras de Jesús hacia Pedro hay una alabanza
y una promesa referidas, no tanto a su persona, como a su actitud de fe. Dice
santo Tomás que Cristo es el fundamento de la iglesia por sí mismo, y que Pedro lo
es sólo en tanto que confesó a Cristo. La exigencia para ser congregado en la
iglesia de Jesús, por tanto, no es otra que el tener la misma fe que confesó Simón
en Cesarea. Y esta comunidad de Jesús prevalecerá mientras sea inquebrantable
nuestra fe en él. Pedro, que es felicitado por su fe, inmediatamente pasa a ser
llamado Satanás por Jesús, porque entendía el mesianismo como poder. A este
Pedro–Satanás, Jesús no lo hubiera considerado como una roca para fundamentar
su Iglesia.
•El atar y el desatar del buen pastor.
La expresión atar y desatar designaba entre los judíos de la época la potestad para
interpretar la ley de Moisés con autoridad. Según eso, Jesús confiere a Pedro la
autoridad para interpretar las exigencias del Reino de Dios según las palabras y
actuaciones de Jesús –buen pastor–, y adaptarlas a nuevas necesidades y
situaciones. Pedro no está recibiendo de Jesús un poder absoluto sobre la disciplina,
como si fuera un emperador romano o un rey. La misión que reciben él y los
apóstoles es exponer la voluntad de Dios a la luz de Jesús para conducir a los
hombres al reino de los cielos. Y en estas enseñanzas de Jesús no cabe la autoridad
monárquica para Pedro, que si quiere ser el primero, ha de ser el servidor.
•Las puertas del Hades no podrán contra una comunidad empe￱ada en dar vida.
El Hades –o el infierno– es el reino de la muerte. Hay una interpretación que ve en
la frase de Jesús una promesa a los miembros de la Iglesia de su futura
resurrección. Pero aquí, más que una promesa, posiblemente se trate de un
encargo que hace Jesús a los discípulos de luchar y vencer a los destructivos
poderes del reino de la muerte. Como lo hizo él. La muerte es la destrucción de
todo lo que tiene vida. Pero la vida humana no es monolítica y uniforme, sino que
se ramifica en muchos y diferenciados ámbitos vitales. Lo mismo hay que decir de
la muerte: no existe la muerte en general, sino muchas muertes: en cada ámbito
vital se produce un tipo de muerte específico y apropiado. Hay muerte en la
negación de la vida biológica, pero también en la destrucción o deterioro de la vida
psíquica, la vida sensitiva, la vida económica, la vida del conocimiento, la vida de la
justicia, la vida de las relaciones con Dios, la vida de la belleza, la vida del juego y
la vida de las relaciones sociales. La pobreza es muerte; la ignorancia, también; las
injusticias y el odio entre hermanos, entre vecinos o entre razas, también. ¡Vaya si
el creyente en el Reino de vida de Jesús de Nazaret tiene variedad de campos de
muerte humana donde luchar para erradicarlos! Entonces sí que las puertas de la
muerte no podrán contra una comunidad de Jesús que esté empeñada en poner
vida allí donde haya muerte.
• La interpretaci￳n de este texto por el papado romano.
El Obispo de Roma se autodenomina el sucesor de Pedro. En la cúpula de la basílica
de San Pedro de Roma pueden leerse, sobre fondo dorado, las palabras de Mateo:
«Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas
del infierno no prevalecerán contra ella». Es todo un símbolo. Sin embargo, hoy
gran parte de los exégetas más prestigiosos –también los católicos– está de
acuerdo en que «del Pedro de la Biblia al papa de la ciudad eterna sólo se puede
pasar dando un salto cualitativo». Mateo no está pensando en la escena de Cesarea
en una sucesión explícita en el ministerio de Pedro. Los factores que llevaron, entre
los siglos II-IV, a la formación de la primacía romana en la Iglesia fueron muy
diversos: Roma era capital del imperio; la comunidad era numerosa y relevante por
su actividad caritativa; era un centro importante de la ortodoxia; contaba con unos
fundadores apostólicos y con sepulcros de apóstoles, en particular el sepulcro de
Pedro. Más tarde, la estructura política del imperio favoreció en la Iglesia, y
demandó de ella unas estructuras jerárquicas y una cúspide monárquica. Por eso el
camino del papado desde un ministerio de soberanía a un ministerio de servicio es,
dada su historia, especialmente arduo.
Cualquiera que sea el ministerio conferido a Pedro, lo que sí está fuera de toda
duda es que ha de entenderse y ejercerse según el Evangelio, y que hay que
medirlo con este Evangelio. Remite siempre al mensaje de Jesús, que, con su
palabra y con su obrar, se dirigió de manera preferente a los pobres, y estuvo entre
aquellas gentes no como el que manda, sino como quien sirve.
Baldomero López Carrera Baldomero López Carrera
Laico Dominico
Con permiso de: dominicos.org