XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mario Yépez, C.M.
Dios nos pide ir más allá de nuestros límites
Dentro de la tercera parte del libro de Isaías (llamado el Tercer Isaías), se introduce
este oráculo profético datado con cierta probabilidad hacia la vuelta del destierro.
Israel ha reflexionado a la luz del acontecimiento del exilio y empieza a entender
que su misión no es estrictamente exclusiva ni excluyente. La salvación que habla
el profeta no queda supeditada a un triunfo militar o una liberación del poder
extranjero, la salvación exige una convicción personal de cumplir la voluntad de
Dios, la cual se traduce, en justicia y derecho. Sin duda, hay una exhortación
implícita para aquellos que se sienten atraídos por la fe judía, quizá para los
prosélitos que se iniciaban para asumir la religión judía, con lo cual se vislumbra
una apertura al mundo gentil aunque con ciertas restricciones. Así, se perfila una
nueva alianza y ésta es para todos los pueblos, de tal modo que todo ser humano
puede invocar el nombre de Dios. Así, se empieza a purificar un ritualismo
demasiado vacío, enfocando la importancia de la oración que debería ser lo que
realmente sustente el ofrecimiento de los sacrificios y holocaustos.
Pablo se reconoce como el apóstol de los gentiles, pero eso no quita su compromiso
con sus hermanos de raza, pero entiende que su rechazo es lo que
providencialmente ha conducido la evangelización hacia el mundo pagano. Aun así,
Pablo es muy consciente que los judíos no han sido rechazados de la salvación por
la misericordia de Dios y porque ahora los propios gentiles les han ayudado a
comprender que justamente la redención se lleva a cabo por la desobediencia de
los hombres y no por sus méritos. Dios ofrece la salvación justamente para quienes
lo necesitan y en esto están involucrados no sólo los paganos sino también los
propios judíos.
Mateo recoge esta tradición del evangelio de Marcos aunque la elabora con respecto
a su auditorio. Es uno de los elogios que encontramos de una mujer que no
pertenece al pueblo de Israel y que incluso se atreve a desafiar la propia misión de
Jesús. A pesar de su origen, confiesa a Jesús como el hijo de David, y cree que
puede liberar a su hija del tormento de aquello maligno que la posee. La actitud de
indiferencia de Jesús puede sorprender pero conociendo mejor el panorama de la
comunidad mateana donde había muchos judíos convertidos al cristianismo podría
significar un mensaje directo para ellos. Es un relato que está buscando conciliar
que la redención de Jesús no sólo era para los hijos de Israel, sino para todo ser
humano, que también es hijo de Dios. Así, esta mujer se convierte en un medio
eficaz para comprender la auténtica misión del Mesías. Y lo hace de una forma muy
convincente, pues el mismo Jesús que había dado de comer a tanta gente y había
manifestado su poder divino sobre las aguas, si de verdad resulta ser el poder de
Dios en la tierra, ¿cómo va dejar fuera de la salvación a los paganos? Se habló en
la multiplicación de saciedad, de canastos llenos de sobras, ¿para quién serían esas
sobras? Pues también los “perritos” comen de las migajas, de los sobrantes. Pero
las sobras no son menudencias en el amor de Dios, siempre serán salvación plena.
Israel tiene una misión, la cual hace responsable de que también los que no
conocen al Dios del Antiguo Testamento, se adhieran en fe a Él. La fe de esta mujer
le ayudó a confiar que Jesús podía salvar a su hija de las garras del mal. Su
confianza es elogiada por Jesús y la sanación se hace efectiva.
Ahora la mirada está puesta en la Iglesia, el Nuevo Pueblo de Dios. Debemos tener
cuidado en no caer en un triunfalismo vano y mucho menos en sentirnos exclusivos
y excluyentes. Esta no es nuestra tarea como Iglesia en la tierra. Más aún, nuestra
vocación nos compromete a ganar hermanos para Dios pero no con un proselitismo
insano, provocador de odios y enemistades, sino todo lo contrario, desde el propio
sometimiento al amor de Dios. La salvación no puede ser restringida solo a unos
pocos, cuando la misericordia es muy grande. Deberíamos preguntarnos si estamos
cumpliendo nuestra tarea desde el sentir de Dios y no de nuestro parecer.
Quisiéramos que solo los que piensan como nosotros, o nos muestra afecto sean los
que caminen a nuestro lado, pero resulta que debemos ayudar a que los que no
conocen a Dios lo conozcan, tengan una experiencia de Dios. El ejemplo de esta
mujer extranjera nos debe ayudar a estar atentos ante quienes nos vuelven a
recordar cuál es nuestra misión como Iglesia. La voz de los no creyentes también
pueden ser vehículos de gracia, porque nos exigen de verdad lo que tenemos que
hacer. Así que en vez de renegar tanto y responder con la misma moneda a quien
te injuria por ser cristiano, ponte a pensar si en algo de que se queja puede tener
razón y de esa manera te puede ayudar a reconsiderar cómo vives tu fe y así le
puedas hacer entender la importancia de ser un verdadero seguidor de Jesús. ¡Más
aún para nosotros los sacerdotes y ministros de la Iglesia! ¡Cuánta humildad la de
Jesús de la cual a veces preferimos dejar de lado! No nos contentemos con que solo
amemos a Dios los que siempre estamos perseverando en nuestras comunidades,
nos queda dos tareas concretas: primero, medita si realmente estás haciendo algo
para ganar a los hermanos para Dios o simplemente estás en una religiosidad
intimista e individualista, y segundo, decide qué hacer para ayudar a otros (los que
menos vienen a nuestras comunidades) a acercarse a Dios, pues para ellos también
es la salvación. Digamos pues como el salmista deseando que algún día se haga
realidad: “¡Oh Dios que todos los pueblos te alaben!”.
Con permiso de somos.vicencianos.org