Homilía de Mons. Rubén Oscar Frassia
Nuestra Señora de la Asunción - Fiesta Patronal de Avellaneda Lanús
Catedral diocesana - 15 de agosto 2014
Queridos hermanos:
La Fiesta de la Asunción es la culminación del pensamiento y la decisión de Dios
que empieza en el seno virginal de María, mujer de nuestra raza elegida por
Dios, que dijo SI porque le creyó a Dios. Ella es la Inmaculada y preservada de
los vestigios de la muerte y de todo pecado. María es la “llena de gracia”, la obra
cumbre del Espíritu Santo, toda llena de Dios donde el Verbo se nutre de su
sangre y desde donde nos llega la posibilidad de la redención y una vida nueva.
María es asumida al cielo en cuerpo y alma, en el momento de la dormición y
para nosotros es una alegría y un compromiso muy profundos, porque tener fe
no es simplemente “sentirse bien”, tener fe es vivir metidos en el misterio de
Dios. Ser creyente implica conversión, compromiso, trabajo espiritual, demostrar
que Dios está presente en la Iglesia, en el mundo, y que podemos vivir no como
derrotados, vencidos o aplastados, sino como redimidos. Sabemos que donde
está la Virgen está Dios y donde está Dios está la Virgen.
Ella viene a darnos ánimo, consuelo, fortaleza y entusiasmo, ¿pero por qué?
Porque muchas veces, cuando nos alejamos de Dios, uno empieza a
desalentarse, a perder el ánimo, la fuerza, el equilibrio y a comprometer
gravemente las relaciones con los demás. Por eso Ella nos ayuda a tener ánimo.
Hay algo más profundo: el problema moral. Algunos la reducen a cosas simples,
a tonterías, a cosas superficiales y no nos damos cuenta que la vida humana se
expresa también en el comportamiento ético y moral; que de alguna forma esa
“obra” es expresión de algo más profundo. Por eso el cristiano no es un
“cristiano funcionario”, algo que está por encima como si fuera una ropa para
deslumbrar, ¡es algo más profundo!, ¡es meterse en el misterio de Dios y vivir
como creyente!
Cuando uno se aleja de Dios y empieza a andar mal moralmente, entra la
tristeza y el desánimo. La tristeza va poniendo sombras en nuestra vida y nos
hace involucionar, acotar la vida, nos hace ser más mezquinos, más
individualistas, más cómodos, más desconfiados, menos atentos y sin fuerzas
para servir.
Hoy le pedimos a la Virgen: que queremos ser una Iglesia que sirve, que dé
razones de nuestra fe saliendo a los demás, queremos ir a los otros porque ¡no
podemos quedarnos, no tenemos derecho al desaliento, al desánimo, a la
tristeza, a la murmuración, al rencor o al resentimiento! ¡Tenemos que salir -que
significa ir- y vivir en la fuerza de Dios!
¡Dios tiene que darnos alegría!
¡Dios tiene que darnos paz!
¡Dios tiene que darnos fuerza!
¡Dios tiene que darnos su Espíritu y no vivir como viejos, amargados,
entristecidos y quedados!
¡De ninguna manera!
Podemos envejecer con los años, pero hay jóvenes que son viejos y hay viejos
que son jóvenes ¡y nosotros queremos seguir siendo jóvenes en el espíritu!
Pidamos a la Virgen para que nos renovemos, que vivamos una Iglesia abierta y
alegre que incida en esta sociedad donde estamos metidos, que incida en las
costumbres, en la ética, en las leyes y que, de alguna manera, sepamos
defender lo que creemos: la defensa de la vida, no al aborto y tantas cosas que
tenemos que vivir y defender y NO “en contra de” sino “a favor” de lo que
pensamos.
Que Nuestra Señora de la Asunción, Patrona de nuestra diócesis Avellaneda-
Lanús y Patrona de la ciudad de Avellaneda, nos bendiga a todos y que
podamos vivir como mejores hijos, que nos podamos tratar entre nosotros como
mejores hermanos, hermanos de verdad, que se aman, se aceptan, se
reconocen y no que se lastiman o se ignoran.
Hoy, la Fiesta de la Virgen tiene que agrandar nuestro corazón para que María,
la llena de gracia -que es libre de todo pecado- nos anime a vivir en la
presencia de Dios, nos ayude a nosotros, pobres peregrinos y pobres pecadores,
con la gracia de Dios a vivir como hijos y amarnos como hermanos.
Que así sea.