“EVANGELIZAR HUMANIZA”
Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el XXI domingo durante el año
(24 agosto 2014)
El próximo 31 de agosto se retomarán los encuentros diocesanos de nuestros catequistas; el mismo
tendrá lugar este año en la Parroquia de Corpus. También en la región del NEA tendremos el
encuentro de los Grupos Misioneros y del organismo de evangelización y misiones del nordeste en
Formosa el que tendré que participar por ser el obispo que acompaña esta comisión en esta región.
Estos acontecimientos se suman a muchas instancias de formación en que sobre todo nuestro laicado
participa comprometidamente. Todo esto se inscribe en la búsqueda de ser una Iglesia discípula y
misionera que busca confesar la fe en Cristo, El Señor.
El texto de este domingo (Mt. 16, 13-20) nos señala que al igual que el apóstol Pedro la Iglesia debe
siempre confesar: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo”. Acompa￱ados con la certeza que nos
dio el Se￱or: “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificare Iglesia y el poder de la muerte no
prevalecerá contra ella” (Mt. 16, 18). La Iglesia entiende su identidad, vocaci￳n y misi￳n en la
confesión de la persona de Jesucristo, su Señor y maestro.
En este domingo en que reflexionamos sobre el pasaje del evangelio que se refiere a la confesión del
Apóstol San Pedro, creo oportuno recordar un texto del documento de Aparecida que se refiere a que
la misión de la Iglesia es evangelizar “En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser
discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una
carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo.
La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de
Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las
adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor
del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y
compasión (cf. Lc 10, 29-37; 18, 25-43). La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo
atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un
sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita
para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir
cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a
conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.
La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, transcurre bajo su mirada compasiva.
Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la buena noticia del Reino
a los pobres y a los pecadores. Por esto, nosotros, como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y
debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos
ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y
liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra
esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la
humanidad y no profetas de desventuras.
La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (cf. Mt 9,
35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cf. Fil 2,8); siendo
rico, eligió ser pobre por nosotros (cf. 2 Cor 8,9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de
discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a
Jesús pobre (cf. Lc 6,20; 9,58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner
nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cf. Lc 10,4 ss ). En la generosidad de los
misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la gratuidad de los Apóstoles aparece la
gratuidad del Evangelio.
En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el
Padre, en ese rostro doliente y glorioso21, podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de
tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y, al mismo tiempo, su vocación a la libertad de los
hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia
está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios (28,30,31,32).
Junto al Ap￳stol Pedro que confes￳ a Jesús: “Tú eres el Mesías el Hijo del Dios Vivo” queremos
como Iglesia ser testigos e instrumentos de evangelización y humanización en nuestro tiempo.
Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas