Pautas para la homilía
XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
El que pierda su vida por mí, la encontrará
Cuando el final de los días de descanso, sosiego familiar y “bienestar” se
aproximan, (si es que no lo han hecho ya), la liturgia nos anima a no tener miedo
en el seguimiento a Cristo a pesar de las dificultades que puedan darse por ello.
•Gran dificultad: “El que pierda su vida por mí, la encontrará”.
¿Quién quiere entregar su vida a fondo perdido? o dicho evangélicamente ¿quién
quiere perderla? La respuesta es evidente: nadie. Solo después de una reflexión
serena y profunda, entregará su vida o “la perderá” quien esté convencido que le
reporte un bien. La seducción (2ª lectura) por la causa del Reino y su utopía
pueden dar sentido a ese “perder” la vida.
El diálogo del domingo pasado de Jesús con Pedro confesando el mesianismo de
Cristo, fue signo de apertura a la revelación, lo que le convirtió en piedra sobre la
que edificar la Iglesia. Este domingo, Pedro pierde los papeles, y la condición
humana le lleva a buscar intereses humanos sin contar con el Padre, convirtiéndose
en “Tentador satánico”. Nadie quiere perder.
Cuando la condición humana no cuenta con Dios (oración, reflexión, lectura
meditada, etc.), no hay entrega ni servicio, y, la pasión por el Reino desaparece del
horizonte. Todo lo contrario al proyecto de Jesús, que en palabras del papa
Francisco, es “instaurar el reino de Dios”; misi￳n para la cual vino Cristo al mundo
(Cf. las parábolas de los domingos del mes pasado). La cultura del “estado del
bienestar” se convierte así en pseudomesías y salvadora por el adormecimiento de
costumbres, en las que el dinero, el poder y la fama son las píldoras analgésicas de
esa cultura. Es ganar el mundo a cualquier precio, incluso a costa de perder la
felicidad que da la libertad de trabajar por el Reino de Dios.
Las múltiples y abrumadoras ofertas de consumo, pueden producir a la larga en el
ser humano una tristeza individualista propia de un corazón cómodo y avaro, por la
búsqueda enfermiza de placeres superficiales y egocéntricos (Cf Evangelii Gaudium)
que solo puede ser cambiada en alegría colectiva fruto del servicio generoso, con la
ayuda de Dios,.
El seguidor de Jesús va contracorriente en el mundo, y solo la unión con Dios le da
fuerza interior para decir sí al evangelio de la vida.
•“Me sedujiste, Se￱or”.
¿Otra posible dificulta más? O ¿no es dificultad que la seducción de felicidad
interior, se cambie en denuncia, hazmerreir, burla, etc.? Valorada la situación
seductora, tiene que llevar al cristiano a ser fermento (como la levadura) para el
cambio social de conducta: pasar de la cultura del mesianismo mundano
(“bienestar”) a la cultura del servicio, (instauraci￳n del Reino y la pasi￳n por él. Cf.
1ª lectura).
Calamidades, injusticias, violencia, terrorismo y demás noticias negativas,
cuestionan y obligan al ser humano a un diálogo comprometido – diálogo salvífico-
con Dios para poner fin a todo ello.
Es dar la vuelta a la moneda y pasar de lo que separa de Dios, a lo que une Él;
pasar por la cruz, el servicio, la misericordia y el perdón; para llegar a lo bueno, lo
perfecto, lo que le agrada (Rom. 12, 1-2).
Si el ser humano se ajusta a este mundo, el individualismo ahoga todo lo que
significa comunitario. La seducción por el Señor puede acarrear mal sabor de boca
al tener que denunciar y actuar contra toda opresión, (léase persona, ideología o
sentimiento). La Iglesia tiene que aceptar la ley del sufrimiento de la misma
manera a como Jesús la aceptó, y no valen los narcóticos adormecedores ni las
evasiones o drogas espirituales placenteras para olvidar. En diálogo salvífico con
Dios y el mundo, la Iglesia tiene que iluminar la conciencia sociedad para que se
instaure en él la cultura del servicio como instrumento de paz y bienestar.
Aunque a veces en ese diálogo, Dios-hombre-iglesia, haya tensiones, el cristiano no
deja por ello de ser mediador. El diálogo, (estudio y oración) al estilo de Jeremías
es una de las soluciones.
•“Que cargue con su cruz y me siga”.
La cruz, el martirio incruento de cada día, el peso constante del mal, la falta de
cirineos en el mundo son fuerza para el discípulo de Jesús. El servicio humanizador
compartido e instaurador del Reino de Dios asumido con el sufrimiento que pueda
llevar, sin ser una postura de resignación estéril o mortificación falsa, ascetismo
barato e individualista sino la aceptación de la inseguridad, el rechazo, la mofa y la
persecución con la esperanza puesta en Cristo, aligeran grandemente el peso de la
cruz.
Como miembro de una sociedad, al igual que Jesús, el cristiano está atento a los
lamentos y lágrimas de los que le rodean y vive para regalar a los demás el gran
don de la vida recibida de Dios. Vida que enseña a renunciar a la satisfacción
inmediata y caprichosa, a repartir el peso de la carga que hace madurar al ser
humano dando un fruto nuevo que perdura; prepara a los hombres y mujeres de
cada momento a un nuevo y definitivo resurgir (resurrección). Así es el camino
hacia Jerusalén, camino en el que Cristo aclara las dos caras de la moneda a sus
apóstoles. Es el camino de la pascua y de la resurrección.
Cada pequeña superación diaria, acerca al cristiano al prójimo y a Dios; crece en su
libertad interior, se eliminan los miedos y temores y se convierten en alegría
desbordante propia de resucitados.
Fr. Carlos Recas Mora O.P.Fr. Carlos Recas Mora O.P.
Convento del Santísimo Rosario (Madrid)
Con permiso de: dominicos.org