IV Domingo de Adviento, Ciclo C.
“Apenas oy￳ el saludo de María, el ni￱o salt￳ de alegría” (cfr. Lc 1, 39-45).
El Adviento, además de ser un tiempo de penitencia, de ayuno, de mortificación,
y de oración, es tiempo de alegría. Ahora bien, podemos preguntarnos: en el
mundo también hay alegrías, ¿es con la alegría del mundo con la cual debo
alegrarme en Adviento? Y si debemos alegrarnos en Adviento, ¿de qué clase de
alegría se trata? ¿Con qué tipo de alegría debemos alegrarnos? ¿Cuál es el
motivo de la alegría?
Una primera respuesta a estas preguntas es que la alegría del Adviento no es la
alegría del mundo, la alegría mundana, la alegría que se deriva y se origina y
termina en el mundo; la alegría del mundo no es la alegría de Jesús, y la alegría
de Jesús no es la alegría del mundo; la alegría del Adviento es la alegría que
brota del mismo Dios –y que por lo mismo es desconocida- y que se comunica a
los hombres por medio de su Encarnación y Nacimiento.
¿Cuál es la alegría del Adviento?
La respuesta definitiva la tenemos en el evangelio de hoy: la Virgen María,
encinta por obra y gracia del Espíritu Santo, acude en auxilio de su prima Isabel,
la cual también se encuentra encinta. El Evangelista Lucas describe la escena, y
destaca, entre otras cosas que, luego del saludo de la Virgen, Juan el Bautista,
que se encuentra en el seno de Isabel, “salta de alegría”: “Apenas esta (Isabel)
oyó el saludo de María, el niño (Juan el Bautista) salt￳ de alegría en su seno”. Al
oír a María, Juan el Bautista salta de alegría en el seno de Isabel, porque la
Virgen María trae consigo al Niño Dios, a Dios Hijo encarnado en su seno. La
alegría del Bautista, que es la alegría de quien se alegra por la Llegada de Dios
hecho Niño, es la alegría del Adviento, y como tal, es una alegría sobrenatural,
una alegría que es comunicada por el mismo Hijo de Dios, desde lo alto, y por la
Madre de Dios, la Virgen María.
La alegría del Adviento es la alegría de Juan el Bautista, que se alegra no
con la alegría del mundo, sino con la alegría de Cristo Dios que llega traído por
María.
Es la alegría de ver cumplida la profecía de Isaías; es la alegría de saber que
Dios está con nosotros, tal como lo habían anunciado los profetas: “La Virgen
dará a luz y su hijo será llamado ‘Emmanuel’, Dios con nosotros” (cfr. Is 7, 14),
y ese Dios que está con nosotros, es el Dios de la alegría eterna.
Es la alegría de saber que Dios, que es luz eterna, ha venido para
alumbrar este mundo sumergido en tinieblas, según el cántico de Zacarías: “Nos
visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en
sombra de muerte” (Lc 1, 78-79).
Es la alegría de saber que Dios vino a nosotros para iluminar el mundo,
que estaba en tinieblas de muerte, para que disipadas las tinieblas, lo
pudiéramos ver y acercarnos a Él sin temor, para que así, acercándonos a Él,
que viene como Niño, Él pudiera darnos de su Luz y de su Amor.
Es la alegría de saber que ese Niño Dios, que abre los brazos en el Portal
de Belén, es el mismo que luego, como Hombre-Dios, extenderá sus brazos en
la cruz para abrazarnos y conducirnos al Padre, en el Espíritu.
Es la alegría de saber que este Niño habrá de darnos su Espíritu Santo,
Espíritu que es Vida, Amor, Paz y Alegría de Dios.
Es la alegría de saber que Dios Uno y Trino se nos dona, a través de este
Niño que viene, en su Trinidad de Personas, sin reservas, todo Dios, y todas las
Personas, a cada alma, para que cada alma lo posea como propiedad suya
personal y con esta posesión y con la inhabitación de las divinas Personas en el
alma, se alegre con alegría sobrenatural, aún en medio de las tribulaciones de
este mundo.
Es la alegría de saber que este Niño que viene dará su vida por nosotros
en la cruz, y que resucitará, para concedernos la gracia, que es la vida de Dios,
y con la gracia, la resurrección y la vida eterna en la Eucaristía.
Es la alegría de saber que este Niño prolonga su Encarnación y su
Nacimiento de una Madre Virgen, en el seno virgen de la Iglesia Inmaculada, el
altar eucarístico, para donársenos con su ser, su cuerpo, su alma y su divinidad,
en la Eucaristía, así como lo hizo en la cruz.
Es la alegría de ver cumplidas las profecías mesiánicas: Jerusalén habría
de ver la gloria de Dios, una luz de intensidad mayor a siete soles juntos, y con
la luz, la misericordia, la alegría y la bondad de Dios (cfr. Is 30, 36), y quien ve
a este Ni￱o en Belén, ve al “resplandor de la gloria del Padre” (cfr. Hb 1, 3), ve
al amor de Dios encarnado, ve materializada a la misericordia divina; ve, en el
rostro del Niño de Belén al amor de Dios visiblemente.
Es la alegría de saber que el Dios Luz ha venido desde el cielo para
iluminar las tinieblas de este mundo: “El Verbo era Dios, el Verbo era la luz que
ilumina a todo hombre, el Verbo se hizo carne” (cfr. Jn 1, 1).
Es la alegría de saber que este Niño, que es el Verbo que se hizo carne, subió al
altar de la cruz, y que su carne, fue inmolada por el fuego del Espíritu, y así,
como la carne del Cordero de Dios, es ofrecida por Dios Padre en el banquete
eucarístico, para comunicar al alma que lo recibe en la comunión, la luz, la vida,
el amor y la divinidad de Dios Hijo.
Es la alegría que surge en el corazón al saber que el Niño de Belén es Dios
Hijo con nosotros, que es el resplandor de la gloria del Padre, y que con su luz
divina y eterna, ha derrotado para siempre, desde la cruz, al príncipe de las
tinieblas, al ser angélico oscuro de corazón pervertido y orgulloso.
Es la alegría de saber que Dios viene en ese Niño, para hacer de nosotros
no sus criaturas predilectas, sino hijos suyos adoptivos, y ha venido no para
hacer de este mundo un mejor y más fraterno, sino para salvar al mundo y para
conducir a los hombres, convertidos en hijos suyos, a la comunión eterna y
bienaventurada con la Trinidad de Personas: Dios Hijo es enviado como el Niño
de Belén para llevarnos al Padre por el Espíritu, para que en su seno nos
alegremos y gocemos eternamente de la luz del Hijo y del Amor del Espíritu
Santo .
La alegría del Adviento es la alegría de saber que ese Niño, al que
esperamos para Navidad, ya ha llegado, porque nació en Belén, y es la alegría
de saber que ha llegado también al Nuevo Belén, al Belén Místico, al Nuevo
Pesebre, el altar eucarístico, porque ahí es dado a luz por la Madre Virgen, la
Iglesia, por el poder del Espíritu Santo, al prolongar su encarnación en la
Eucaristía, y es motivo de alegría la Venida de este Niño al altar, a la Eucaristía,
porque desde su Presencia Eucarística, comunica de su alegría eterna y
sobrenatural al alma que lo recibe con amor.
Padre Álvaro Sánchez Rueda