Domingo XXII Tiempo Ordinario Ciclo A
Emilio Betancur cada semana.
NO SOMOS DIOSES TENEMOS CRUCES.
Los sufrimientos de Jesús son consecuencia inevitable del choque con la elite
política, socioeconómica y religiosa de Israel y Roma; pero además son
providenciales porque a través de ellos Dios pone límites a los poderes humanos,
advirtiendo que la muerte no tiene la última palabra ni está por encima de la
vida; la resurrección de Jesús es el signo de la equivocación del imperio romano
y los poderes religiosos judíos. “Al tercer día resucitar£”. El tema de la
resurrección surge en el contexto de la persecución y el martirio como
participación en la victoria de Dios sobre los enemigos de la vida.
NUNCA SE IMAGINARON.
Que el Mesías fuera a fracasar quedando ejecutado en el mayor abandono; era
algo impredecible y desgarrador para los discípulos. Fue entonces natural que
Pedro lo increpara, “No lo permita Dios, Se￱or; esto, a ti no te puede suceder”.
Increpando a Pedro, Jesús llamaba la atención a la Iglesia como éxito, buena
imagen, poder, ambici￳n, debilidad moral; desconociendo la cruz. “Vete de aquí
satanás, de Pedro y de la Iglesia, porque tus pensamientos no son los de Dios,
(la cruz), sino los de los hombres,” (evangelio). Pedro, cabeza de la iglesia,
nunca se imaginó que el seguimiento de Jesús tenía como componente la cruz;
ahí radica la falla de la fe de Pedro y continúa siendo el riesgo de la Iglesia .
¿PARA QUÉ SER COMO DIOSES?
Seguir a Jesús supone dejar la pretensión de ser dioses de la propia vida y
due￱os de la vida de los dem£s: “Si alguno quiere seguirme niéguese a sí
mismo, tome su cruz y sígame” (evangelio).El pueblo de Dios no est£ formado
por exitosos héroes sino por personas que cargan muchas cruces. Tomar la cruz
es identificarse con un símbolo que irónicamente señala las insuficiencias de
todo poder económico, político y social no importa el período histórico de su
supervivencia; cuyo significado real es permitir que un crucificado acompañe
nuestras cruces para darles sentido de resurrección.
SEGUIR ES TOMAR LA CRUZ.
Desde la cruz el sufrimiento es para los creyentes discípulos una vida entregada
al servicio de los demás con sus respectivos sufrimientos; pero al mismo tiempo
raíz de la esperanza futura ya adquirida en la resurrección de Jesús. Negarse a sí
mismo y seguir a Jesús equivale a tomar las cruces propias y las de los
hermanos; discipulado y camino se entrecruzan en la cruz.
La mentalidad personal judía de Pablo cambió su manera de pensar desde la
cruz de Jesucristo como criterio primero y definitivo de su vida: “no se dejen
transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera
de pensar, la cruz, los transforme internamente, para que sepan distinguir cual
es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que agrada, lo perfecto”
(segunda lectura)
La mentalidad que hay que cambiar es la “cristiandad” para quien la cruz no es
la de Jesús sino la cruz del matrimonio, de los hijos, etc. sin lograr a ser la “cruz
gloriosa del se￱or resucitado, £rbol de la salvaci￳n”
SALVAR LA VIDA DEL EGOÍSMO.
“Salvar la vida” es decidirla en contravía de la cruz. Para Jesús cualquier elecci￳n
egoísta es perder la propia vida ¿Por qué de que le aprovecha al hombre ganar
el mundo entero si arruina su vida? Una vida perdida en el egoísmo no es
recuperable ni ahora ni después. ¿O, que puede dar el hombre a cambio de su
vida? Una elección de seguridad egoísta equivale a perder la vida; en cambio
una opci￳n de vida desde la cruz de Jesucristo es ganancia “Me sedujiste Se￱or y
me dejé seducir; me forzaste y me pudiste....Me dije: no me acordaré de él no
hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente,
encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (primera lectura).
El pago como recompensa a los discípulos por asumir la cruz es Dios mismo: “El
que pierda su vida por mí la encontrar£” y la negaci￳n es morir en el egoísmo.
“Se￱or tú eres mi Dios a ti te busco, de ti sedienta est¢ mi alma. Se￱or toda mi
vida te a￱ora como el suelo reseco a￱ora el agua”.
Padre Emilio Betancur Múnera