DOMINGO XXII. CICLO A
¿DE QUÉ LE SIRVE AL HOMBRE GANAR SU VIDA?
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com / Twitter: @emilioroz
La experiencia de conversión de todo cristiano debería poder sintetizarse en la expresión
de Jeremías: “Me sedujiste y me deje seducir” (Jer. 20,7), a la iniciativa que procede del
Padre debe seguirle una respuesta favorable y desinteresada del hombre. Esto implica
hacerse uno, configurarse de tal modo con el Señor, que ya todo resulte superfluo
delante de su presencia, y se esté dispuesto a aceptar la cruz del Señor como propia con
la mirada puesta en la gloria de la resurrección, sino el binomio quedaría incompleto.
Jeremías debió padecer la burla y el descreimiento por parte de sus contemporáneos, así
también el cristiano es objeto de burla frente a una sociedad que privilegia lo individual
por sobre lo comunitario, el confort por sobre la solidaridad, el relativismo por sobre la
verdad, y rechaza todo aquello que cause dolor, incluso las formas manifiestas de este,
pues aun cuando es inevitable prefiere no sentirse rehén de él y disfraza sus formas.
La cultura de lo efímero, de la moda, del narcicismo hedonista, como gusta llamarlo
Gilles Lipovetsky en “La era del vacío”, deja al hombre cubierto de cosas frente al vacío
del dolor y del sufrimiento. Al mismo tiempo rápidamente se cae en dos posturas
ilusorias: el activismo, que no reconocen a Dios en la historia y buscan hacerlo todo a
imagen y semejanza propia, y los pasivistas, sin ánimo ni intención para influir en el
transcurso de la historia, miran desde afuera sin comprometerse, muchas veces incluso
revestidos de numerosas críticas literarias, discursivas, etc., que son solo una cortina de
humo.
Unos y otros prefieren apartar lo dificultoso de su vida y claman como Pedro “Dios no
lo permita, Se￱or, eso no sucederá” (Mt. 16,22). Quien acepta ser cristiano lo hace de
manera íntegra e integral, confeccionando una vida en la que las vicisitudes son parte
del camino, donde la cruz es no solo algo a lo que ninguna persona puede renunciar sino
que es necesaria como camino de salvación, no puede salvarse quien antes no pasa por
la prueba de la cruz, del mismo modo que no obtiene un premio si antes no acomete un
gran esfuerzo.
Ser cristianos es ir a contracorriente de la promesa temporal y mundana, “no tomen
como modelo a este mundo” (Rom. 12,2), con la confianza puesta en que quien
conquista su propia vida para mayor gloria de Dios, haciendo de lo cotidiano un espacio
de santificaci￳n alcanzará los bienes de arriba, “porque el Hijo del hombre (…) pagará a
cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt. 16,27).-