Domingo 23 ordinario, Ciclo A.
Madre que consiente, engendra una serpiente
Que equivocados estamos cuando se nos ocurre que por haber leído varias veces
los Evangelios ya los conocemos y conocemos su mensaje. A mí me ha ocurrido
hoy pensar que el texto de San Mateo en el capítulo 18, serían recomendaciones
de Cristo Jesús para costumbres judías, pero lejos de eso, hoy tiene plena
vigencia en nuestros días su palabra: “SI TU HERMANO COMETE UN PECADO, VE
Y AMONESTALO A SOLAS… cuánto adelantaría nuestro mundo si tomamos en
serio la recomendación de Cristo, pensemos nomás en los esposos que muchas
veces se echan en cara sus defectos, delante de los niños o de los muchachos o
de quien sea, pensemos en los maestros que se complacen el llamar la atención
en público y sarcásticamente al que ha faltado: o en los compañeros de trabajo
que toman cosas de la fábrica, o el médico que se complace en las pacientes
jóvenes o incluso los políticos que nos dejan helados con los sueldazos o las
prebendas que ellos mismos se arriman. La verdad que tendríamos que tomar
en cuenta el mandato del Señor, pues nos mostramos buenos para enseñar pero
malos para corregir.
Por supuesto no estamos hablando de esas personas que se meten en todo y
que a todo mundo quieren leerle la cartilla, pues llamar la atención al que ha
faltado, supone en primer lugar, tenerle amor, luego, prudencia, lealtad y mucha
confianza para atreverse a corregirle. Recordemos como San Bernardo y Santa
Catalina de Siena se atrevieron a llamar a cuentas a los papas que vivían fuera
de Roma en Aviñón, para que volvieran a la sede de San Pedro.
Hoy, más que de imprudentes, pecamos de cobardía, o nos escudamos diciendo
que nosotros que tenemos que meternos en lo que no nos importa, o que a lo
mejor la persona no quiere cambiar y nosotros nos quedaremos con la palabra
en la boca. Y disimulamos y dejamos pasar las faltas y muchas veces la cosa
llegó a mayores cuando tan fácil habría sido llamar la atención. En esto los
padres, padre y madre, tienen que estar muy atentos, pues con la soledad en
que viven los muchachos por razón del trabajo de ellos, muy fácil es que caigan
en errores que los padres por indolencia, por flojera o porque no saben cómo
hacerlo, permiten que los muchachos crezcan en el error. Por supuesto que el
que corrige, si su intención es noble, tendría que dejarse corregir de las propias
faltas, dando razón de que nosotros tenemos que tocar nuestro corazón pues
cada uno de nosotros estamos llenos de faltas. qué ridícula situación se forma
cuando al día siguiente de una borrachera, el papá no permite que los niños le
digan lo desastroso que se veía el día anterior, e incluso se atreve a reñirlos por
su atrevimiento.
El llamar la atención, conlleva dificultades, pues es verdad que a veces no se
tiene la menor intención de escuchar, sea porque la persona se cree
irreprochable y se niega a entablar un diálogo sincero y se refugia en su silencio
y en su ensimismamiento. Al llegar a este punto habrá que gente que diga “A mí
qué, cada quién que se rasque con sus propias uñas” y es entonces el momento
de recordar aquella frase lapidaria: “Caín ¿qué has hecho de tu hermano? Ya
entendemos entonces que la corrección fraterna es cien por ciento cristiana y
que a la Iglesia le ha encomendado el Señor la capacidad del perdón al corazón
sinceramente arrepentido y precisamente en un ambiente de oración y de
oración fraterna y comunitaria como el momento eucarístico, tienen plenamente
vigencia las recomendaciones de Cristo. Y no puedo menos de terminar con la
segunda frase de la palabra con la abrimos el texto evangélico: “…SI TE
ESCUCHA, HABRAS SALVADO A TU HERMANO”
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx