Domingo XXIII/A
(Jr 33, 7-9; Rm 13, 8-10; Mt 18, 15-20)
La corrección fraterna
La corrección fraterna, como hermano y padre que ama.
Hoy Dios nos invita a la corrección fraterna . Somos vigías y centinelas (primera
lectura) que debemos avisar si se acerca algún peligro para nuestra salvación y la
salvación de nuestros hermanos, pues Dios nos pedirá cuenta de nuestro hermano.
Cristo, en el Evangelio, nos da pautas para esta corrección : primero en particular y
en privado; después con ayuda de otro hermano como testigo para que el corregido
se dé cuenta que la cosa es seria e importante; y si tampoco el corregido hace
caso, hay que decirlo a la comunidad eclesial para decirle que ese hermano no
quiere pertenecer a la comunidad. Esta corrección fraterna tiene que estar
motivada por el amor (segunda lectura), síntesis de toda la ley, y con humildad.
La corrección fraterna parece una de las constantes de la pedagogía de Dios ya en
el Antiguo Testamento. ¡Cuántas veces tuvo Moisés que corregir, en nombre de
Dios, a ese pueblo de dura cerviz, y los mismos profetas! Dios “golpea” para que
aprendamos (cf. Jr 2, 30; 5, 3; Ez 6, 9), o para purificarnos (cf. Is 1, 24), o para
expiar nuestras culpas (cf. Mi 7, 9). ¡Feliz el hombre a quien corrige Dios! (cf. Job
5, 17). Dios al que ama, reprende (cf. Deut 8, 5; Prov 3, 11). El mismo Dios pide
corregir al prójimo (cf. Lev 19, 17).
La corrección fraterna la ejercitó Jesús con sus apóstoles, con los jefes religiosos y
políticos de su tiempo, y con la turba. Jesús corrige a sus discípulos sus miras
raquíticas, horizontalistas, humanas, ambiciosas. Jesús corrige la hipocresía de los
jefes religiosos, y por querer manipular a Dios. Jesús corrige los desmanes,
injusticias y abusos y corrupción de los jefes políticos y les dice que la autoridad es
servicio y no dominio. Jesús corrige de la turba su inconstancia, sus caprichos, sus
intereses egoístas; muchos le siguen para arrancar curaciones y pan, sin las
debidas disposiciones de fe y confianza en Él. Jesús corrige porque ama y porque
quiere la salvación de todos.
También nosotros deberíamos poner en práctica esta corrección frater na. Amar al
prójimo no es siempre sinónimo de callar o dejarle que siga por malos caminos, si
en conciencia estamos convencidos de que es este el caso. Amar al hermano no
sólo es acogerle o ayudarle en su necesidad o tolerar sus faltas; también, a veces,
es saberle decir una palabra de amonestación y corrección para que no empeore en
alguno de sus caminos. Al que corre peligro de extraviarse, o ya se ha extraviado,
no se le puede dejar solo.
Si tu hermano peca, no dejes de amarle: ayúdale. Corrección fraterna, primero en
nuestra familia, corrigiendo al esposo o esposa, a los hijos, puntos objetivos que
tienen que superar. Después, entre nuestros amigos, si nos consta que caminan por
malos caminos. Más tarde, en nuestros trabajos, si vemos que hay corrupción,
malversación de fondos o engaños. El obispo o el párroco deben ejercer su guía
pastoral en la diócesis o parroquia, respectivamente. Y lógicamente también en
nuestros grupos y comunidades eclesiales y parroquiales, para que no nos corroan
la envidia, la murmuración y las ambiciones. “Cuando alguno incurra en alguna
falta, ustedes, los espirituales, corríjanle con espíritu de mansedumbre, y cuídate
de ti mismo, pues también tú puede ser tentado” (Gal 6, 1).
Pero no olvidemos que, cuando se corrija, hemos de procurar usar de una gran
bondad, mansedumbre y miramiento, y de un hondo sentido de la justicia y la
equidad. Pero, por otra parte, si somos corregidos alguna vez –pues también
nosotros estamos sometidos a toda clase de debilidades–, no nos rebelemos ni
tomemos a mal la corrección, sino con buen ánimo, con humildad y sencillez, según
las palabras del autor sagrado: “Hijo mío, no menosprecies la correcci￳n del Se￱or
y no te abatas cuando seas por Él reprendido; porque el Señor reprende a los que
ama, y castiga a todo el que por hijo acoge” (Hb 12, 5-6; Prov 3, 11-12).
La segunda idea del evangelio de hoy se refiere al gran poder que dio el Señor a los
apóstoles. Ellos y sus sucesores (el Papa y los obispos, auxiliados por los
sacerdotes) tienen la misión de procurar que los hombres se liberen del pecado. La
manera de hacerlo es a través de la predicación y, sobre todo, por el sacramento
de la Penitencia o confesión, donde pueden realmente perdonar los pecados en
nombre de Dios.
El último tema nos dice que Jesús promete estar con aquellos que le invocan a
través de la oración, y que las peticiones serán más eficaces si entre varias
personas suplican a Dios en nombre de su Hijo Jesucristo. Apreciemos la oración en
familia, pues la familia que reza unida se mantiene unida y fuerte en la fe.
Los conflictos interpersonales son una de las cruces más pesadas que llevamos,
porque es difícil perdonar cuando las ofensas y los desaires se van acumulando.
Señor, corrígeme con cariño y ternura. Señor, que sepa corregir a mis hermanos
con recta intención y por amor. Señor, doy permiso a mis hermanos para que me
corrijan lo que en mí vean torcido y no acorde a tu santa voluntad.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)