XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Ez. 33,7-9: Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre.
Estos breves versículos, dan cuenta del cambio, que se produce en la obra y
ministerio de Ezequiel. Todo cuanto había anunciado se ha cumplido: Jerusalén está
en ruinas y él exiliado en Babilonia, sin palabras que pronunciar ha permanecido
callado, como espectador, que contempla el correr de los acontecimientos, sin
palabra compasiva de parte de Yahvé que comunicar. Pero desde ahora, todo ha
cambiado, porque si bien los acontecimientos son esos, todo va a ser renovado:
Dios vuelve a hablar, y la mirada de Ezequiel, se dirige al futuro, a una era de
reconstrucción de la nación, de Israel, con la consiguiente renovación religiosa.
Yahvé, le reitera su misión inicial (cfr. Ez. 3, 17-21). Va a nacer un nuevo pueblo, el
profeta Ezequiel revivirá su vocación, un nuevo estilo de relación entre Dios y su
pueblo. Esta renovación trae también una nueva definición de ser profeta de parte
de Ezequiel: será el centinela del pueblo, avisará de los peligros que vendrán
paradojalmente, no de afuera sino de dentro del pueblo. Deberá asumir la
responsabilidad en cuanto diga de parte de Yahvé; deberá enfrentarse al justo y al
pecador, al primero para exhortarlo a la conversión, al segundo, para fortalecerlo
en sus determinaciones. Encontramos una constante en el mensaje del profeta de
parte de Yahvé: pecado-amenaza-castigo-perdón. En definitiva, una exigencia de
amor. Ezequiel comprendió su misión y el pueblo comprendió aceptó su misión de
centinela del pueblo de Dios. Lo difícil de asumir ahora, es que la respuesta es
personal e individual, a esa misión emprendida por el profeta, en una contexto
histórico difícil. El profeta asume su nueva misión de parte de Yahvé, para salvar a
su pueblo, desde un compromiso serio, arriesgado; sabe comunicar en todo tiempo
la exigente palabra de Yahvé.
b.- Rom. 13, 8-10: La plenitud de la ley es el amor.
Es admirable la importancia que da San Pablo a la caridad, cuando dice, que es la
plenitud de la Ley (v.10), o que quien la cumple amando al prójimo, ha cumplido la
ley entera (v. 8), y que los preceptos de la misma, se resumen en el amor a Dios y
al prójimo (v. 9). Esta idea expresa una realidad mucho más profunda: con la
práctica de la caridad, el cristiano lleva la ley a su plenitud, o mejor dicho, hasta
donde Dios quiere llevarla. Jesús había dicho, que no ha venido a suprimir la ley,
sino a llevarla a su plenitud, o darle cumplimiento (cfr. Mt. 5, 17). No obstante,
será el mismo Jesús, quien diga también, “habéis oído que se dijo…pero yo os digo”
(Mt. 5, 21; 5, 27. 31. 33. 38. 43). Hay que distinguir dos cosas para comprender
esta realidad: la verdad o mandato en sí mismo, y otra cosa, es la forma en que
quedaba escrita e interpretada esa verdad de Dios. Muchos de esos preceptos eran
muy anteriores a Moisés, y ya eran observados por el pueblo, pero de los cuales
Yahvé se valió en ese contexto histórico particular, para comunicar su voluntad.
Pero esas formas podían cambiar, y por lo mismo, no estaban destinadas a
permanecer necesariamente en los tiempos mesiánicos. Lo esencial de esa verdad
permanecía para siempre. El precepto del amor al prójimo permanece en ambos
testamentos, es lo que afirma Pablo hoy, porque es esencial al mensaje del
evangelio (cfr. Gál. 5,14), como también lo había expresado Jesús, en la parábola
del samaritano (cfr. Mt. 12, 29-31:Lc. 10, 27-28). Ese amor al prójimo no debía
limitarse sólo a otros judíos, ni tampoco a los simpatizantes judíos, sino a todo
hombre, incluyendo a los enemigos (cfr. Lc. 10, 30-37; Lev. 19,18. 34; Mt. 5, 43).
Son las nuevas luces que da el evangelio a una realidad importante en la antigua
ley, pero que ahora brilla con nuevos resplandores. Y si en el pasado se pensó
frenar la violencia con ley del talión y el divorcio era para proteger a las personas,
ahora se trata de superar esas situaciones con una nueva moral. Estas luces de la
caridad, permanecerán en el reino mesiánico, en cambio, la interpretación material
de la ley, será hasta la venida de Juan el Bautista (cfr. Mt. 11,13; Gál. 5,2). Ahí la
radica la diferencia entre la interpretación de Jesucristo y Pablo, frente a la postura
de los escribas y fariseos, es decir, sólo estudiar el aspecto jurídico y externo de la
ley. Incluían todos sus preceptos con un valor permanente en el reino mesiánico, en
cambio, Jesús va a la raíz del precepto en su dimensión moral (cfr. Mt. 5, 21-48),
con lo que se descubre, que ese sentido profundo en lo humano y teológico,
coinciden el Antiguo y el Nuevo testamento.
c.- Mt. 18, 15-20: Si te hace caso has salvado a tu hermano.
Este evangelio, segunda parte del discurso eclesial, (cfr. Mt. 18,1-14) nos habla de
la capacidad que tiene la comunidad para hacer la corrección fraterna al hermano
que lo requiera por que ha cometido una falta (vv.15-17), y el valor fundamental
de la oración comunitaria (vv.19-20). Recordemos que este tema de la corrección
fraterna viene luego de la parábola de la oveja perdida (Mt. 18,12-14). Con esta
parábola, Mateo deja en claro que no sólo Jesús sale en busca de la oveja perdida,
sino también toda la comunidad eclesial, está llamada a preocuparse de los
pequeños, es decir, los pobres e indefensos, en riesgo de perder su fidelidad al
Evangelio. La comunidad, los jefes, deben reconducir a los hermanos que se han
equivocado, se han salido del buen camino. Se busca su reconciliación y
reintegración a la comunidad. Recordemos que Dios no quiere que nadie se pierda,
porque aprecia en especial a los pequeños (cfr. Mt. 18, 14). Si Dios Padre no quiere
que nadie se pierda, la corrección fraterna y la oración constituyen los medios
fundamentales para conseguir este fin. Esto nos hace pensar en la conciencia que
tiene la comunidad eclesial, de estar formada por santos y pecadores, trigo y
cizaña, hombres y mujeres inclinados al pecado pero en camino de conversión. Se
hace necesario emprender dicho camino. El método a seguir, tomado de la
sinagoga, conjuga la sabiduría y la pedagogía de hacerlo a solas con justicia y
caridad. Se le hace notar su falta al hermano, porque se busca su bien, si oye, y se
convierte, se habrá ganado un hermano, un hijo para Dios. De lo contrario, queda
la prueba de los testigos que ya exigía la ley (cfr. Dt. 17,6; 19, 17). Si tampoco
escucha a éstos, se recurre a la Iglesia, es decir, a la comunidad, y si persiste en su
error, hay que considerarlo como un gentil o publicano. Lo que permanece como
enseñanza de Jesús, es el celo y la discreción en el ejercicio de la caridad; su amor
por los pecadores permanece, ya que los evangelios nos hablan que se consideraba
amigo de ellos. El argumento sobre la Iglesia y su decisión (v.17), queda reforzado
con el poder dado por Cristo a la Iglesia para decidir sobre estos asuntos, al no
reconocer su pecado el hermano que yerra, donde ÉL se convierte en garante de lo
que ella decida. La Iglesia puede juzgar y excomulgar o admitir al pecador
arrepentido, buscando siempre el bien del hermano (cfr.Jn.9,22). Al hermano que
yerra en la comunidad cristiana se le aparta de la comunidad, no de Jesucristo, ella
se encargará de seguir orando y procurando su regreso a ella convertido. En un
segundo momento encontramos que la oración comunitaria, puede conseguir de
Dios la conversión del hermano pecador; la corrección fraterna es una expresión del
amor al prójimo. Es una labor de toda la comunidad la corrección del hermano,
hecha con justicia y misericordia. La eficacia de la oración en común viene por estar
reunidos en su Nombre, o por causa de ÉL, nos asegura su presencia en medio del
grupo. Era el pensamiento rabínico común: la oración hecha en la sinagoga era
escuchada por Yahvé (cfr. Job. 36, 5). Esta reunión en el Nombre de Jesús, será
hecha dentro de los márgenes de su voluntad, no se pedirá nada extraño a ella, lo
que fortalecerá la unión mística con ÉL (cfr. Jn. 15,7-17; 15,5; 14,13.14; 15,16;
16, 23. 24). Esta reunión tiene un sentido eclesial, es saber que Jesús, Hombre y
Dios verdadero, reemplaza el “lugar”, “la piedra” de la sinagoga, porque asegura su
presencia en medio de los que oran, como Yahvé en medio de los justos que se
reunían para hablar de la Torá. Sólo Jesús, puede hablar como Dios, precisamente
porque es, Dios hecho hombre para comunicar la salvación a todo el que la pida. Es
el Sacramento de la reconciliación donde la Iglesia prodiga el perdón divino al
pecador arrepentido, para que se sane de su mal, y viva su fe, en comunión con
toda la Iglesia.
Santa Teresa de Jesús, en tiempos recios como los del Concilio de Trento, exclama:
“Me determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos
evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas
que están aquí hiciesen lo mismo, confiada en la gran bondad de Dios que nunca
falta de ayudar a quien por él se determina a dejarlo todo.” (Camino 1,2).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD