Comentario al evangelio del jueves, 18 de septiembre de 2014
Queridos amigos:
Solo la finitud humana puede explicar tanta ceguera. La palabra y el comportamiento de Jesús son
claros como el día. El Dios que nos revela Jesús es el Padre de la compasión. El evangelista Lucas
ilumina, como ninguno, esta convicción con parábolas, signos y sentencias que salen de la boca de
Jesús. En un solo capítulo, el 15, confirman este juicio las parábolas de la oveja perdida, de la moneda
perdida y del hijo pródigo.
Basta con fijarnos en el modo de moverse los personajes en escena. Primero, la mujer pecadora. De
improviso, irrumpe e interrumpe a los comensales. Entra decidida, sin mediar palabra, sin rubor,
aunque conocida por su mala fama. Se dirige al Maestro, y lo colma de atenciones: se coloca a sus
pies, a los que baña con sus lágrimas, los enjuga con su cabellera, los besa y los llena de perfume. Es la
mujer agradecida a la bondad de Jesús. En esta pecadora pública sorprendemos a todas las personas
excluidas en la vida: leprosos, pecadores, homosexuales, recaudadores, extranjeros. Salta, en seguida,
Simón, el fariseo. De entrada, ha tenido el gesto de invitar a Jesús, pero pronto aparece la vena
moralista; queda horrorizado de que tal mujer se atreva a tocar a Jesús. ¡Cómo va a ser profeta! Es
incapaz de enternecerse y mirar las lágrimas agradecidas; al revés, juzga la conducta de Jesús, le puede
la ley, la norma de siempre. Miremos, pues, a Jesús. Empezó aceptando la invitación “del enemigo”, y
ahora no siente escrúpulo de que una pecadora le abrace. Ve el corazón, y el amor y gratitud que
atesora. Es el profeta de la compasión, sencillamente la ama, la perdona, admira sus gestos.
Jesús siempre está a punto para el perdón. Un perdón sin condiciones. Solo nos queda abrirnos a su
amor, y experimentar su clemencia. Para ello, como la mujer pecadora, hemos de sentirnos necesitados
de la misericordia de Dios. El fariseo soberbio de la parábola bajó del templo no reconciliado. Si, como
Simón, nos creemos dueños de la verdad y, en actitud moralista, juzgamos y condenamos a los otros,
¿cómo vamos a estar dispuestos al perdón? Escuchemos a Jesús que nos dice “Vete en paz”. Esta paz
es fruto del encuentro con Jesús. El amor de Dios borra y purifica todo lo malo que pueda socavar la
bondad en nosotros. Si así lo sentimos, miraremos a los demás con los ojos de Jesús, incluso a los
pecadores. Y nos sorprenderemos de cuantas cosas buenas habitan en el corazón de la gente; como la
gratitud de la mujer pecadora. Todos caben en la Iglesia; a nadie vamos a apartar o excluir. No
hagamos caso a esos que gritan en el anonimato de Internet: “Que se vayan”, “Que los echen de la
Iglesia”. De hecho, Jesús comenzó citando al Levítico: “Sed santos como yo, el Señor, vuestro Dios,
soy santo” y remató su discurso proclamando: “Sed compasivos. Como vuestro Dios es compasivo”.
Conrado Bueno, cmf