Comentario al evangelio del viernes, 26 de septiembre de 2014
Queridos hermanos:
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Han pasado siglos, y sigue resonando esta pregunta de Jesús.
Nosotros nos apresuramos a responder con el Credo del catecismo; con las fórmulas acuñadas en los
concilios: “Nacido del Padre, antes de todos los siglos”, “Engendrado, no creado, de la misma
naturaleza que el Padre”, “Bajó del cielo, se encarnó, padeció, fue sepultado y resucitó”, “ Vendrá para
juzgar a vivos y muertos”. Son fórmulas exactas, recitadas con fe en la Iglesia, a través de tantas
generaciones, dignas de nuestro estudio y amor. También corremos el riesgo de la rutina, casi infantil,
al decirlas en la liturgia. Y nosotros sabemos que el objeto de nuestra fe es él, Jesucristo; no, unas
verdades abstractas sobre él.
Saber bien quién es Jesús, para tener fe y confianza en él, es tan importante que Jesús lo sitúa en un
momento de oración. En la oración, no caben las ideologías que afloran en las reflexiones y
discusiones de los hombres. Es que solo la fe tiene la respuesta sobre la identidad de Jesús. La visión
clara es: “El Mesías de Dios”. No un Mesías político y triunfador. En el Antiguo Testamento, el
Mesías es Rey, libertador del pueblo en toda opresión. Pero el Mesías Jesús va asociado a su pasión y
muerte, a su fracaso de varón de dolores. Este es el verdadero contenido de su mesianismo. Con razón,
no les cabía en la cabeza. Por eso, Jesús les prohíbe a los suyos que lo digan a nadie. Este evangelio
establece el siguiente recorrido, en cuanto a la identidad de Jesús: La gente lo llama profeta, los
apóstoles lo confiesan Mesías de Dios y Jesús se autoproclama Hijo del Hombre. Ya está la respuesta
redonda.
Este Mesías no quería títulos o poderes mundanos. Y los discípulos no lo entendieron. Querían
apartarle del camino de la pasión; más bien, pretendían los primeros puestos y estaban lejos de
quedarse los últimos y servidores. Hoy, todavía hay entre los seguidores de Jesús mucho lastre de
ambiciones de poder, del carrerismo denunciado por los tres últimos Papas, de escalar dignidades, de
acaparar títulos, tan lejos del que se humilló hasta la muerte. ¿Qué hacer? Mirar a Jesús, y confesar
nuestra fe. Recordamos un ejemplo: “Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Es el Maestro y
Redentor de los hombres. Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de
dolor y de esperanza. Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino,
la verdad y la vida. Fue pequeño, pobre, humillado, ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano.
Instituyó el nuevo Reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que todos son hermanos. A
vosotros, cristianos, os repito su nombre: Cristo Jesús es el mediador entre el cielo y la tierra, es el Hijo
de María. ¡Jesucristo! Recordadlo. Nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la
tierra por los siglos de los siglos” (Pablo VI).
Conrado Bueno, cmf