Fiesta. La Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre)
Rosalino Dizon Reyes.
Dios lo levantó sobre todo (Fil 2, 9)
Nadie tiene fe más grande que el que, sintiéndose totalmente abandonado e
indefenso, aún encomienda su espíritu en las manos del Padre. Quienes crean en
este Creyente más sublime y se contagien de su fe se salvarán.
La fe, en parte, es prueba de lo que no se ve. Quienes la poseen, pues, ve más allá
de la apariencia. Son diferentes de nosotros: «como no vemos luego el dinero en la
mano, nunca nos pensamos ver ricos» (santa Teresa de Ávila). Tampoco son como
aquellos que parecían ser conscientes solo del presente, murmurando
repetidamente contra Dios por las dificultades del momento, sin acordarse de la
esclavitud ni de la opresión, de las que él los había sacado «con mano fuerte, con
brazo extendido, con terribles portentos, con signos y prodigios».
No, los verdaderos creyentes no ponen a Dios a prueba ni dudan de él. Saben que a
los que aman a Dios todo les sirve para el bien, aun cuando les parezca que todo
está a punto de fracasar, por servirme de las ideas y las palabras de san Pablo y de
San Vicente de Paúl (XI:732). Confían absolutamente en Dios, no en la riqueza ni
en otras cosas pasajeras que por último jamás consuelan ni sacian, ni en su
fortaleza mental o emocional, ni en su inteligencia o sus habilidades.
Así que toman por dicha lo que muchos consideran desdicha. Con las luces de la fe,
ven más de lo que salta a la vista. Perciben, por ejemplo, en los pobres la presencia
del Hijo de Dios (XI:725). Ven la salvación en la perdición, la exaltación en la
crucifixión, la vida en la muerte.
El veneno mortífero que destilan los quejumbrosos ya no les afecta a los que
confían en Dios. Los fieles no abrigan ningún resintimiento. Jesús ya se lo ha
quitado, clavándolo en la cruz. Y a ella tienen levantados los ojos los Pobres de
Yahvé, «gentes que no tienen nada, solo su fe en Dios» (Pagola). Por eso, se les
suscita aún mayor fe, semejante a la del que ha sido probado en todo exactamente
como nosotros, menos en el pecado. El Crucificado les anima incluso a dejarse
crucificar y degollar, exaltar y salvar, por él, con él y en él.
Solo en esto se centra esencialmente la Eucaristía, es decir, en la bajada de Jesus a
la tierra y su subida al cielo, para que no perezca ningún creyente en él—si bien al
respecto «fallan nuestros sentidos corporales, solo la fe es suficiente» (Pange
lingua).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)