XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Eclo. 27, 33; 28,1-9: Perdona al prójimo y se te perdonarán tus
pecados.
La primera lectura, es toda una invitación a deponer los sentimientos del rencor y la
ira, como característica del pecador, en cambio, el sabio se deja guiar en la vida
por la sabiduría. Rencorosos y vengativos se hacen objeto de la venganza del Señor
(cfr. Lv. 19,18; Dt. 32,35; Rm. 12,19). Si el hombre no olvida las ofensas recibidas,
tampoco conocerán el perdón de sus propias ofensas de parte de Dios; en cambio,
quien perdona a su prójimo, recibirá el perdón divino, cuando lo solicite. Estas
palabras condenan de alguna forma la ley del Talión, o sea, la venganza (Gn. 4,23-
24;Ex. 21, 23-25). Son etapas de la historia de la salvación hasta llegar a la luz del
evangelio que claramente manifiesta la urgencia de perdonar para ser perdonado y
que el culto que tributamos a Dios sea auténtico (cfr. Mt. 5,23-24; 6,12.14-15).
Podemos ser muy hipócritas a la hora de pedir a Dios perdón por nuestros pecados,
y no haber perdonado a nuestro prójimo (cfr. Mt. 18, 23-35). Absurdo y fuera de
lugar. Nada mejor, que necesitar el perdón divino y recibirlo lo que genera
actitudes de misericordia para con nuestros hermanos, tan frágiles y pecadores
como quien otorga el perdón. La última parte, es toda una invitación recordar las
verdades últimas, muerte y corrupción, y la guarda de la alianza y mandamientos
de la ley de Moisés.
b.- Rm. 14,7-9: En la vida y en la muerte somos del Señor.
Este breve pasaje, presenta el problema que vivía la comunidad cristiana entre los
considerados fuertes, Pablo entre ellos, y los débiles en la fe. Los primeros, eran los
bien asentados en conocimiento y adhesión al evangelio y a Jesucristo, los
segundos sin tener problemas con la fe, vacilaban a la hora de vivirla en el sentido
de conservar prácticas provenientes del judaísmo o de algunas escuelas filosóficas,
en el tema de las comidas, privándose de carne y vino, conformándose con comer
sólo verduras. Mientras los fuertes no tenían esas dudas, los débiles se sentían
despreciados por éstos. Pablo los exhorta a dejar de enemistarse por estas cosas,
porque todos pertenecen a un mismo Señor y todos van a ser juzgador por el
mismo Dios (cfr. Rm. 15,1-2). La postura de Pablo es muy clara: “Porque ninguno
de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo. Si
vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya
vivamos ya muramos, del Señor somos. Porque Cristo murió y volvió a la vida para
eso, para ser Señor de muertos y vivos.” (vv. 7-9). Con esta declaración, el apóstol
evita que cada una de estas facciones, se declare árbitro de la ortodoxia, se trata
de insistir en la unicidad el señorío de Cristo: él es el único Señor. Es quien puede
pronunciar una palabra definitiva sobre el hombre, a ¿qué viene que condenes a tu
prójimo como fuerte o débil? Todos, fuertes y débiles, seremos juzgados en la fe y
por nuestras obras.
c.- Mt. 18,21-35: Perdón hasta siete veces siete. Parábola del siervo sin
entrañas.
El evangelio nos presenta el tema de la reconciliación y el perdón dentro de la
comunidad eclesial. Recordemos, la importancia que el evangelista da a la
comunidad, y a presentar a Jesús, como el nuevo Moisés, que instruye
precisamente a los miembros de la Iglesia. La pregunta de Pedro tiene su
importancia: ¿cuántas veces debe perdonar al hermano en caso de recibir una
ofensa de él? (v. 21). Es Pedro quien se dirige a Jesús, apóstol que lo ofendió y fue
perdonado, le habla a Jesús no sólo como Maestro sino como Señor, lleno de poder
y gloria (cfr. Mt.26,29; 14,28;15,15; 17,4.24; 19,27). Pasaje muy relacionado con
la corrección fraterna (cfr. Mt. 18, 15-20), pero aquí se trata de un pecado contra el
hermano o prójimo y de la medida de ese perdón. La medida de Pedro, siete veces,
número sagrado que alude a algo perfecto y total, es decir perdonar más allá de la
única vez que exige el amor. Aunque el hermano vuelva a recaer en el pecado, el
discípulo no debe dejar de perdonar (cfr. Lc.17,4). Se trata de no albergar
sentimientos de enemistad o endurecimiento del corazón, aunque tarde la
reconciliación. La respuesta de Jesús abre el horizonte a mucho más: setenta veces
siete, es decir, siempre. Veladamente quiere contrarrestar la actitud de Lámec,
descendiente de Caín, que en su canto bárbaro frente a sus mujeres, reclamaba
para sí una venganza setenta veces siete, quería ser vengado más veces que Caín
(cfr. Gn. 4, 23-24; Gn.4,15). El mal se manifestaba de muchas formas, también se
lo dejamos. En la respuesta de Jesús encontramos una actitud totalmente distinta,
única, nueva: el hombre debe cambiar de actitud atención sobre sí mismo y la
reivindicación de sus propios derechos, a un amor gratuito al prójimo. Ahí
encontrará la semejanza original con Dios, su Creador, una vez convertido,
haciéndose el hombre perfecto, santo, misericordioso como su Padre es perfecto
(cfr. Mt. 5,43-48; Col. 2, 13-15; Sant. 2, 13), misericordioso sin medida ni cálculo
alguno. Jesús propone la parábola del siervo inicuo o sin entrañas; descubrimos dos
actitudes frente al deudor: el perdonar la deuda, es decir, la misericordia hasta
perder uno mismo, y la otra, la de no perdonar, ser duro y aniquilar al otro a favor
de los primos intereses, no perder (vv. 24. 27; 28-30). La parábola está pensada
en clave escatológica: mirando al Juicio final. Encontramos a este siervo que pide
plazo para pagar, que obtiene de su amo, no sólo el aplazamiento sino que la
condonación de toda la deuda; pero el mismo siervo no obró con la misma
misericordia con su prójimo, otro siervo como él, al cobrarle una cantidad ínfima.
Su actitud lo condena. En la oración del cristiano, el Padre nuestro, decimos
repetidamente que perdonamos para ser perdonados (cfr. 1Jn. 4, 19-20). La
parábola posee su lógica interna, trasparenta la majestad y misericordia de Dios. La
parábola se entiende desde Dios y su proceder a lo largo de la historia de salvación.
Sólo Dios pude perdonar una deuda inmensa y sólo ÉL puede pronunciar una
sentencia como esa: expiar para siempre. Se vislumbra la reprobación eterna del
Juicio final. La primera enseñanza que se saca, es contra la dureza de corazón. Si
no hay perdón entre hermanos, ambos ponen en peligro su destino eterno (v.35).
Una segunda enseñanza es que así como es grande la medida de la sentencia,
mucho más grande es la medida del perdón de Dios. Como el rey perdona efecto de
la súplica, su clemencia es infinita, su perdón supera to lo que el hombre pueda
esperar. Demuestra así su grandeza en la magnanimidad de su misericordia. Como
lógica consecuencia cada beneficiado, cada discípulo, debe hacer lo mismo con su
prójimo si quiere subsistir ante Dios. Cada creyente acumula pecados y como el
siervo, sus deudas pueden ser perdonadas, por lo mismo vivirá ante Dios de la pura
misericordia de Dios. Sólo se hace inteligible la validez de este precepto desde esta
perspectiva: quien recibe en exceso la misericordia, no la puede guardar para sí,
endurecer el corazón. La medida con que Dios nos mide, esa medida, debemos usar
con el prójimo, lo que se puede también entender como la relación que tenemos
con Dios, es la que tenemos con el prójimo. Siempre debemos estar dispuestos a la
reconciliación, lo que deja abierta la puerta de ser salvo cuando se rinda cuentas en
el día del Juicio. De este modo la relación entre hermanos alcanza un vértice en que
todos como personas viven de la misericordia del único Señor. Lo que en exceso
han alcanzado, ahora les encomienda, es comunicarla entre sí esta misericordia.
Sólo quien perdona con largueza es el más grande en el reino de los Cielos.
Santa Teresa de Jesús nos invita a la confianza en el perdón de Dios, habiendo
perdonado antes las ofensas recibidas del hermano. “Fíe de la bondad de Dios, que
es mayor que todos los males que podemos hacer, y no se acuerda de nuestra
ingratitud cuando nosotros, conociéndonos, queremos tornar a su amistad ni de
las mercedes que nos ha hecho para castigarnos por ellas; antes ayudan a
perdonarnos más presto, como a gente que ya era de su casa y ha comido como
dicen de su pan. Acuérdense de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo,
que primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de perdonarme. Nunca
se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias. No nos cansemos nosotros
de recibir. Sea bendito para siempre, amén, y alábenle todas las cosas.” (Vida 19,
15).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD