XXIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Miércoles
Lecturas bíblicas
a.- 1Cor. 12,31; 13,13: La más grande es el amor.
b.- Lc.7, 31-35: Jesús juzga su generación.
Este evangelio comienza con una interrogante: ¿Por qué no se aceptó el mensaje
de Juan, ahora el de Jesús tampoco, en definitiva el de Dios? (vv. 31-32). Los
contemporáneos de Cristo, se niegan a creer en ÉL. Los fariseos y maestros de la
Ley, los que mejor conocían la palabra de Dios demuestran mala voluntad para con
Jesús y su palabra sobre el Reino de Dios. Lo mismo sucedió con Juan Bautista,
rechazo que recuerda la parábola de los niños caprichosos. Mientras unos quieren
en la plaza jugar a bodas, otros a entierros, unos cantan otros lloran, pero los
primeros quieren jugar a bodas. Lo mismo los hombres, no quieren aceptar el
designio de Dios. La conversión aparta al hombre de sí mismo y lo guía a la
salvación y voluntad de Dios. El camino lo había señalado Juan, ahora Jesús. El
Maestro poco antes, Jesús había alabado a Juan Bautista, como el mayor de los
nacidos de mujer (cfr. Lc. 7, 25-30). Si bien Juan y Jesús, se diferencian en
palabras y obras, coinciden en el tema de la conversión ante la llegada del Reino de
Dios entre los hombres. Ambos son rechazados por los jefes religiosos de Israel. La
generación en que viven se comporta caprichosa, rechazan el mensaje de Dios a
dos tiempos: Juan, profeta de la austeridad en los desiertos y de palabras duras,
que apenas comía y bebía, y, sin embargo, los fariseos lo consideran un loco, un
endemoniado (cfr. Mt.11, 19). Vino Jesús, sabiduría del Padre, que vive como
itinerante, trabaja, come y bebe con sus amigos, como cualquier hombre normal,
hace milagros y predica la misericordia y la justicia con los pobres y, también, lo
desprecian por comilón y borracho (vv. 34-35). Todas estas, son excusas para no
escuchar la palabra de Dios, ni comprometerse. No aceptan el rigorismo de las
palabras de Juan, pero tampoco, el anuncio del evangelio de la gracia y del amor,
de la fraternidad de Jesús de Nazaret. Juan, el profeta de los últimos tiempos
prepara los caminos del Salvador; Jesús, es el Hijo del hombre, que trae los
tiempos del Mesías. El Padre le ha dado todo poder, todo dominio, dignidad, realeza
por sobre las naciones, razas y lenguas, la que no será destruida (cfr. Dan.7,14).
Pero los hijos de la Sabiduría, es decir, de Dios soberanamente sabio, son los que
han aceptado la persona y palabra de Jesús (v. 35). Por muy insondables que
parezcan los caminos del Señor en la historia de la salvación, son sabiduría de Dios.
Jesús, vino de otra manera distinta de cómo lo esperaba Israel y sus dignatarios
religiosos; lo mismo Juan, vino con el espíritu de Elías, pero no era ese profeta, la
misma Iglesia y los Santos, no son como los quisieran muchos. La sabiduría de Dios
es reconocida sólo por quien vive de ella, un hijo de la sabiduría, quien se ha
dejado seducir por ella y piensa y juzga como la sabiduría. El pueblo sencillo sí
reconoció a Juan como el Precursor, de Jesús no se escandalizó, pero esto no es
obra de la inteligencia humana, sino don de la sabiduría divina (cfr. Mt.10, 21). La
sabiduría puramente humana no alcanza o no sirve para conocer y aceptar los
planes salvíficos de Dios; se necesita la revelación y sabiduría del mismo Dios.
Quien reconozca en Juan y Jesús, el comienzo de la última etapa de la salvación,
tiene que pedir y vivir de la Sabiduría y renunciar a la inteligencia puramente
humana. Se trata de dejarse iluminar de la Palabra de Dios, no ser medida de sí
mismo, sino contar con la medida de Dios. El hombre de fe es discípulo de la
Sabiduría del Padre, Cristo Jesús, convertidos a la palabra, al amor y justicia de
Dios en nuestra sociedad para anunciar la salvación a los sencillos de corazón.
Santa Teresa nos invita a descubrir continuamente esa Sabiduría que es el Hijo de
Dios. “¡Oh Emperador nuestro, sumo Poder, suma Bondad, la misma Sabiduría, sin
principio, sin fin, sin haber término en vuestras obras! ¡Son infinitas sin poder
comprender, un piélago sin suelo de maravillas, una Hermosura que tiene en sí
todas las hermosuras, la misma Fortaleza! ¡Oh, válgame Dios, quién tuviera aquí
junta toda la elocuencia de los mortales y sabiduría para saber bien como acá no
se puede saber, que todo es no saber nada para este caso dar a entender alguna
de las muchas cosas que podemos considerar para conocer algo de quién es este
Señor y Bien nuestro!” (Camino 22,6).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD