Domingo XXIV Tiempo Ordinario Ciclo A Emilio Betancur cada semana.
EL PERDON DETIENE EL DESASTRE.
Sin duda alguna que nosotros para evitar las causas de las exclusiones que nos
hacen en uno de los países más inequitativos y sanar los efectos de la violencia
y el conflicto social que padecemos hace cincuenta años; requerimos de una
profunda y extensa reconciliación a partir de una práctica constante de perdón
que tengan como consecuencia la paz. En nuestra situación la paz es un efecto
de causas que no se han sanado; así intentemos ir de la paz a la reconciliación y
el perdón. Es muy importante que se nos responda de qué paz estamos
hablando y negociando para que el país sepa qué debe reconciliar por el perdón.
El domingo pasado el primer paso a la reconciliación lo daba el ofendido, las
víctimas, quienes para las conversaciones de paz han quedado en los actuales
momentos, en los últimos lugares.
Leamos el evangelio de hoy como otro momento del proceso de paz. “Ve y
reprende” es una acci￳n reconciliadora. Facilitar para que el victimario, ahora
mal llamado por el mismo “perseguido” reconozca la falta y diga la verdad, es un
punto de partida fundamental para la reconciliación a través del perdón. Sin
verdad no hay reconciliación, ni perdón, ni reparación, ni paz.
Pedro quería tener más claro lo que Jesús estaba diciendo: “Se￱or pero ¿cuantas
veces tengo que perdonar las ofensas que me hagan, (o que hagan a la
sociedad), hasta siete veces? Jesús que era más misericordioso que la gente de
su tiempo quienes perdonaban solo cuatro veces a los hijos y hermanos de la
comunidad y tres a los demás; le dice a Pedro: “hasta siete veces siete”
(evangelio). Para sanar el deseo de venganza que queda en el corazón del
hombre después de la violencia, el perdón siempre debe mantenerse vigente.
Cuando el odio, la venganza y el rencor perduran en la sociedad se convierte en
algo epidémico que requiere del perdón permanente.
Sin lugar a equivocarnos podemos decir que con el perdón en el conflicto y
posconflicto nos acercamos, pero no a la vuelta de la esquina, a lo más grande
que le haya podido ocurrir al país: la reconciliación y la paz.
LA PEDAGOGIA DEL PERDÓN.
Para evangelizar la venganza con perdón Jesús narra una parábola en tres actos,
como si fuera una obra de teatro: 1- Se trata del mal comportamiento de un
“rey” que ennoblece el relato para referirse después a Dios como rey. Sus
trabajadores son siervos que tienen, el primero una deuda de diez mil talentos,
un monto imperdonable que obligaba vender a su familia para pagar la cuenta.
Experiencias de este tipo o similares nos sobran por el secuestro, la extorsión y
el paga-diario. Es natural pedir un plazo para pagar con el fin de salvar la
familia. “El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo solt￳ y hasta le perdon￳ la
deuda”. Debi￳ haberle quedado en el corazón la lección pero no fue así porque
con las mismas expresiones que se refirió al rey, ahora le suplicaba el amigo
deudor sin tener compasión y terminando en la cárcel 2- El primer siervo engañó
a Dios quedándose con su compasión y misericordia sin que alcanzara a su
amigo. “Fue y lo meti￳ a la cárcel hasta que le pagara la deuda” ¿Y los amigos
qué? Sin querer vengarse sólo fueron a contar al rey lo sucedido. (Evangelio).
CIERRE DE LA OBRA.
Dice Jesús: “pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no
perdona de coraz￳n a su hermano” (Evangelio)
El tema del corazón nuevo, don del resucitado, es el origen de la experiencia
cristiana del perdón. El perdón no puede exigir perdón sin otorgarlo porque la
misericordia que Dios tiene con nosotros es mayor al perdón que debemos al
hermano. Hay que ir despacio en el exigir la práctica del perdón incluso para
personas que no son creyentes; porque este no surge de la ley natural o de la
simple razón humana, es un don de Dios. El perdón recibido sobrevive
perdonando y su recompensa es la paz.
El perdón no está al margen de un itinerario de la memoria para que no se
convierta en inhumano e increyente y permita que vuelvan a surgir las causas
de la violencia los rencores y desquites que originaron tantas heridas. Sólo quien
recuerda tiene conciencia del mal y su profundidad para saber qué es lo que esta
perdonando y que ahora le da paz.
La memoria, sobre todo cristiana, no puede encerrarse en una culpabilidad que
maltrate el perdón porque puede terminar en inhumanidad y miseria intolerable.
“perdona las ofensas a tu pr￳jimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo
pidas. ¿C￳mo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Se￱or?”
(Primera lectura). Sólo quien ha recibido la misericordia de Dios puede
reservarse el mismo gesto para un hermano.
El perdón es una magnanimidad que evita la ruina del deudor. Para el rey es
mejor perder parte del patrimonio que el siervo. La magnanimidad equivale aquí
a la paciencia. La relación con una persona vale más que todo el patrimonio.
Pero esta grandeza tiene el límite de la correspondencia del otro.
Dios perdona sin llevar las cuentas.
Padre Emilio Betancur Múnera