XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
LECTURAS:
PRIMERA
Isaías 56,1.6-7
Así dice Yahveh: "Velen por la equidad y practiquen la justicia, que mi salvación
está para llegar y mi justicia para manifestarse. En cuanto a los extranjeros
adheridos a Yahveh para su ministerio, para amar el nombre de Yahveh, y para ser
sus siervos, a todo aquel que guarda el sábado sin profanarle y a los que se
mantienen firmes en mi alianza, yo les traeré a mi monte santo y les alegraré en mi
Casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos sobre mi altar. Porque
mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos.
SEGUNDA
Romanos 11,13-15.29-32
Les digo, pues, a ustedes, los gentiles: Por ser yo verdaderamente apóstol de los
gentiles, hago honor a mi ministerio, pero es con la esperanza de despertar celos
en los de mi raza y salvar a alguno de ellos. Porque si su reprobación ha sido la
reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los
muertos? Que los dones y la vocación de Dios son irrevocables. En efecto, así como
ustedes fueron en otro tiempo rebeldes contra Dios, mas al presente han
conseguido misericordia a causa de su rebeldía, así también, ellos al presente se
han rebelado con ocasión de la misericordia otorgada a ustedes, a fin de que
también ellos consigan ahora misericordia. Pues Dios encerró a todos los hombres
en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia.
EVANGELIO
Mateo 15,21-28
Saliendo de allí Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una
mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: "¡Ten piedad
de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada". Pero él no le
respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: "Concédeselo, que
viene gritando detrás de nosotros". Respondió él: "No he sido enviado más que a
las ovejas perdidas de la casa de Israel". Ella, no obstante, vino a postrarse ante él
y le dijo: "¡Señor, socórreme!" El respondió: "No está bien tomar el pan de los hijos
y echárselo a los perritos". "Sí, Señor - repuso ella -, pero también los perritos
comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos". Entonces Jesús le
respondió: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas". Y desde aquel
momento quedó curada su hija.
HOMILÍA:
El mensaje de este domingo encierra una verdad muy consoladora para todos los
pueblos de la tierra: Dios no hace distinción entre unas personas y otras. A cada
una le da la posibilidad de encontrarlo y recibir su amor.
Sólo hay una condición: tener fe.
Pero la fe en el verdadero Dios encuentra muchas trabas. En el mundo hay diversas
religiones que conciben al Altísimo de una manera diferente, lo que hace difícil que
una persona, nacida en un país, región o familia donde se adoran dioses falsos,
pueda tener un encuentro con el Dios verdadero.
¿Significa esto que todos aquellos que no logren conocer al verdadero Dios están
destinados a la condenación eterna?
Claro que no. Dios no mira las prácticas externas, sino la actitud interior de cada
uno. Los que sinceramente lo buscan, aunque lo imaginen en una forma
equivocada, al final se encontrarán con El y se salvarán.
Esto nos lo enseña la Iglesia. Así dice el Concilio Vaticano II: "Ni el mismo Dios está
lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios desconocido, puesto que
todos reciben de El la vida, la inspiración y todas las cosas (ver Hechos 17,25-28) y
el Salvador quiere que todos los hombres se salven (ver 1 Timoteo 2,4). Pues
quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no
obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia,
en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia,
pueden conseguir la salvación eterna" (Constitución sobre la Iglesia, Número 16).
Así lo escuchamos en la primera lectura, del profeta Isaías, que Dios dará la
salvación a los extranjeros que lo reconozcan.
Está muy claro, sin embargo, que Jesús instituyó su Iglesia con la misión de
anunciar la salvación a todos los rincones de la tierra.
Los miembros de la Iglesia, desde el Papa hasta el más pequeño entre los católicos,
tendremos que dar cuentas a Dios de si hemos cumplido con esta obligación o no.
Si hoy en día sólo una pequeña parte de la población mundial se considera miembro
de la Iglesia fundada por Cristo, se debe en gran parte a que papas, obispos,
sacerdotes, personas consagradas y laicos no hemos hecho todo nuestro esfuerzo
por llevar la verdad a todos los rincones de la tierra, como mandó Jesús a sus
apóstoles y discípulos antes de subir al cielo, después de su resurrección (ver Mateo
28,19 y Marcos 16,15-16).
Esta idea la podemos completar con la narración que hoy nos trae Mateo en el
evangelio. Se trata de un pasaje que encierra una magnífica leccion sobre la fe.
Jesús está pasando por la región de Tiro y Sidón, donde la mayoría eran paganos.
Quizás por las cercanía con los judíos, muchos, aunque adoraban a dioses falsos,
podrían también creer en el Dios de Israel.
No debe sorprendernos, pues, que apareciera aquella mujer, una cananea de Tiro,
pagana, pero que quizás ya conocía algo sobre Jesús. De modo que teniendo una
hija gravemente enferma, y enterada de la presencia de Aquel a quien se atribuían
poderes milagrosos, se fue directamente a El para pedirle la curación de su hija.
Como en esos tiempos todas las enfermedades eran atribuidas a una acción
diabólica, ella dice que la hija estaba malamente endemoniada.
Nos sorprende la reacción de Jesús. Podemos estar seguros, sin embargo, de que
no se trataba de un rechazo directo a la petición de la mujer, sino que el Maestro
quiso utilizar aquella oportunidad para dar una lección sobre la fe a todos los que le
rodeaban.
Quiso, pues, poner a prueba a la mujer, por lo que al principio se hace el
desentendido, de modo que los discípulos hasta le rogaron que la atendiera para
que dejara de gritar.
A esto Jesús contestó diciendo que no había sido enviado sino a las ovejas perdidas
de la casa de Israel. ¿Es que acaso Jesús no había venido a salvar a todos?
Ciertamente que sí, pero la salvación tenía que comenzar por aquel pueblo que
había sido elegido para preparar su venida.
Lo diría en su encuentro con la mujer samaritana: “Ustedes (los samaritanos)
adoran lo que no conocen; nosotros (los judíos) adoramos lo que conocemos,
porque la salvación viene de los judíos”.
Con todo, en esa misma ocasión, Jesús añade: "Pero llega la hora (ya estamos en
ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad,
porque así quiere el Padre que sean los que le adoren" (Juan 4, 22-23).
Todo el diálogo entre Jesús y la cananea fue una afirmación de que los judíos tenían
la verdad hasta entonces revelada, pero que sólo la verdadera fe podría salvarlos. Y
aquellos que no fueran judíos, pero tuvieran fe, también encontrarían la salvación.
Si bien en esta ocasión no lo dijo de una forma explícita, el hecho de alabar la fe de
aquella mujer, concediéndole además su petición, fue una afirmación de que incluso
los paganos, si tienen fe, pueden lograr mucho más que una curación corporal.
Hoy existe en el mundo una gran crisis de fe. Esto ya fue profetizado por el propio
Jesús al preguntar: “Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la
tierra?” (Lucas 18,8).