XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Rosalino Dizon Reyes.
Una vida digna del Evangelio (Fil 1, 27)
Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad. Los que
realmente conocen a él y la verdad se preocupan, como Jesús, por todas las
personas.
Jesús está decidido a realizar lo que tiene proyectado. Una y otra vez sale a invitar
al reino celestial a todas las personas con que se encuentra. No le resulta incómodo
ni tedioso seguir haciendo la misma cosa repetidamente.
Ni se muestra quisquilloso con los que se presentan listos para cooperar en el
proyecto del reino que conduzca a un mundo mejor. Debe ser por el sentido de
urgencia que tiene. Así que recluta a todos ellos y les da trabajo, y después les
recompensa justa y generosalmente con nada menos que el disfrute del reino
mismo.
Pero nunca faltan los murmuradores, quienes buscan no tanto el reino de Dios
como a sí mismos. Sus planes y caminos no son los de Dios. Se esfuerzan por
exhibirse ante el público como personas super eminentes. Se piensan con derecho a
los mejores puestos.
Los protestadores están encerrados en sus intereses. No se dan cuenta de los
necesitados ni se allana con la gente común, ni menos, con un marginado, a cuya
marginación han contribuido debido a sus pretensiones de superioridad. Son
propugnadores del exclusivismo. No creen que Dios busca la salvación de todos.
Tampoco entienden que Dios por su gracia salva a los con fe. Se consideran
merecedores de la salvación a causa de su erudición, sus habilidades y su conducta
intachable. Abogan por la «meritocracia», como si hubiera tal cosa. Pues realmente,
¿qué tenemos que no hayamos recibido?
Los cristianos nos consideramos los últimos que se han hecho primeros. Pero igual,
podemos fácilmente volver al puesto de antes. Pero no nos pasará esto
seguramente—y qué dicha además, según san Vicente de Paúl—si hacemos
«aquello por lo que nuestro Señor vino del cielo a la tierra, y mediante lo cual
nosotros iremos de la tierra al cielo» (XI:324).
Iremos a cielo si somos fieles a la comisión confiada por el muy Celoso Misionero,
quien, tomando el lugar de sus criados, jamás se cansó ni se fastidió de salir
evangelizando y acogiendo a toda clase de gente, especialmente a los agobiados,
desvalidos, excluidos. Dichosos seremos si contribuimos a que los pobres se sacien
de pan y los sacerdotes se revistan de salvación y los fieles aclamen con vítores.
Y si nos humillamos como el Maestro que lavó los pies a sus discípulos, entonces un
día él se ceñirá, nos hará sentar a la mesa y nos irá sirviendo.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)