XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
JUSTICIA, PARADOJA Y ESPERANZA
Padre Pedrojosé Ynaraja
La enseñanza que incluye el evangelio de hoy tiene diversos protagonistas, claros
unos, otros no lo son tanto. Los importantes, no lo olvidemos, debemos ser
nosotros.
El primero es un empresario, terrateniente, según parece. Acumular propiedades
fue muy propio de aquella época, la primera consecuencia de ello fue que mucha
gente se quedó sin trabajo seguro. Algo semejante a lo que ocurre actualmente.
Ahora bien, en situaciones de emergencia, como es el caso de la vendimia, el dueño
de las viñas debía disponer de trabajadores extraordinarios, ya que la maduración
de la uva exige una intervención puntual rápida. Ni antes, que la acidez impediría la
elaboración de buen vino, ni después, que el grano se degrada pronto.
La labor que enmarca el relato, como en muchos casos hoy en día, es una faena
sencilla, que no requiere personal especializado. Vendimiador puede ser cualquiera,
no hace falta ningún aprendizaje, excepto saber tratar el fruto con cuidado. Os lo
digo por experiencia, mis queridos jóvenes lectores. Teniendo yo ocho años y
estando en mi pueblo, Pozaldez, me permitieron participar recogiendo racimos y
depositándolo, de puntillas yo, en los cuévanos, puesto en un carro.
(La vendimia es la última gran labor agrícola, debe concluir pronto y bien. Acabada
esta, vendrán días de fiesta. Las celebraciones más alegres del calendario israelita,
las jornadas de sukot).
Otro protagonista es el denario. Se trata de una moneda romana, entre 3 y 4
gramos de plata, dependiendo estas variables de la ceca y del año en que se puso
en circulación. Tenía general aceptación en todo el imperio. Algo así como lo que
ocurre hoy en día con el dólar. Del denario tengo tres ejemplares, de diferente
lugar de acuñación, y eso que no soy coleccionista. Uno de ellos, curiosamente, es
falsificación de la época. Ya en aquel tiempo ya existía esta fraudulenta ocupación.
Lo que os he contado, mis queridos jóvenes lectores, es una prueba de que su
circulación fue abundante en su tiempo.
Al trabajador le corresponde una paga, evidentemente. Un denario, consideran los
autores que era el justo sueldo de una jornada. Imaginad lo que supondría ahora
entre vosotros, de acuerdo con el nivel de vida de donde residía.
El comercio se rige por normas de justicia. A igual trabajo, el mismo salario. Esta es
norma de justicia humana y de conducta. Ahora bien, cuando al propósito de obrar
justamente se le añade la virtud de la generosidad, los resultados pueden ser
diferentes e imprevisibles. Pero nunca perversos, pese a que a algunos puedan
enojar, como ocurre con el conjunto de los contratados de este relato, no elogiados
precisamente.
La primera enseñanza de la parábola es, pues, que Dios es generoso, mucho más
que justo. Reconocerlo nos anima, permite que la Esperanza germine y crezca en
nuestra conciencia. Esta virtud que reside en el interior del que tiene Fe, es uno de
los aspectos que consideran los sociólogos, para explicar que la proporción de
suicidios, sea inferior entre los creyentes respecto a los ateos. Aunque no sea
exactamente lo mismo, la virtud cristiana de la Fe, siembra y estimula, el
optimismo, que propiamente es una simple cualidad humana.
Según cuentan, hubo un santo, tan santo y tan espabilado, que ya en su tierna
infancia, por austeridad cristiana, no mamaba los viernes, en honor de la Pasión del
Señor. Pero, que yo sepa, no es lo común. Otro, y esto sí que es históricamente
cierto, en la segunda infancia de su vida, tuvo la valentía de jugarse la vida y morir,
para salvar a la Eucaristía que portaba a prisioneros y enfermos. Estoy refiriéndome
a Tarsicio. Santo Dominguito de Val, fue mártir a los doce años. ¡hasta se está
procediendo actualmente al proceso de reconocimiento de santidad de Nennolina,
una niña italiana que murió en 1937 a los seis años. Fueron llamados a primera
hora de la jornada de su vida y aceptaron.
Admiremos el coraje de estos y muchos otros, pero ni vuestro caso, ni el mío,
seguramente, será semejante. La primera consecuencia, vuelvo a repetiros, es que
siempre estamos a tiempo de incorporarnos a los proyectos del Señor, como los
desocupados hombres de la parábola, de la segunda y tercera tanda.
Pero hay más. Por mayor que uno sea, por vacía de proyectos, trabajos y
colaboración, que nuestra vida haya sido, el Maestro nos llama a todos a ser
colaboradores fieles suyos. El mérito del Buen Ladrón lo adquirió a última hora. Su
labor le ocuparía sólo el rato de agonía en la cruz. Se dirigió a Jesús en aquel lugar
de tortura, en situación extrema y de tan poca duración. El Maestro lo incorporó a
su plan salvador y hoy es San Dimas.
Este último aspecto de la parábola es exigente. Pese a nuestras infidelidades, el
cristiano sabe que nunca ha perdido el tren. Que si así fue, vendrá otro al que
pueda subir. Por viejo e impedido que uno sea, siempre tiene la posibilidad, la
obligación, no lo olvidéis, de ser santo. Está personalmente invitado a serlo.