DOMINGO XXV. CICLO A
DIOS NO SE CANSA DE PERDONAR
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com / Twitter: @emilioroz
Como base de la sociedad civilmente organizada existe lo que denominamos
meritocracia (del latín meritum: debida recompensa, junto al sufijo griego krátos:
poder), método según el cual los beneficios o logros obtenidos por las personas son
fruto de su esfuerzo y aptitudes personales. Es el sistema, por ejemplo, utilizado en la
educación, se califica al alumno de acuerdo a su respuesta a las consignas, en los
concursos para ocupar puestos en el Estado: esto se aplica por ejemplo en Singapur, etc.
La lógica de ordenamiento civil humano legisla de modo tal que cada ciudadano debiera
tener la misma oportunidad que otro.
No ocurre así con el Reino, pues la lógica de Dios trasciende la lógica humana. Ante un
pecador cualquiera de nosotros diría que merece un castigo que repare el daño cometido
(la justicia hablará de esto con el término justicia retributiva o retribucionismo), y que
debe ser él quien pida disculpas a Dios, el Papa Francisco ha dicho en reiteradas
oportunidades que “Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros quienes, muchas
veces, nos cansamos de pedir perdón”, invitando así a la reconciliación con Dios.
En lo que podríamos llamar la “reinocracia divina” prima el amor misericordioso del
Padre por sobre el temerario juicio de los hombres, “donde abunda el pecado
sobreabunda la gracia” (Rom 5,20), y la invitación a trabajar en la viña está hecha a
todos, no a algunos únicamente, pues no podemos monopolizar la misericordia; es la
historia de la humanidad entera la que es reflejada en el evangelio de este domingo (Mt
19,30-20,16): a aquellos que llamó al amanecer, o a Adán; a los de media mañana, o a
Noé; a los de mediodía, o a Abraham; a los de media tarde, o a los profetas, y a los de la
tarde-noche o a los apóstoles y la Iglesia.
La historia de Salvación trasciende la lógica humana, el tiempo cronológico y la
geografía, no conoce solo pecadores sino hombres y mujeres necesitados de amor y de
perdón, también nosotros estamos invitados a reflexionar acerca de en qué momento del
día hemos sido llamados y hemos respondido favorablemente, y de qué modo vemos a
quienes han sido convocados en otros momentos, ¿sentimos gratitud ante “nuestro Dios,
que es generoso en perdonar” (Is 55,7), o por el contrario, preferimos una invitación
restringida a la participación de otros en el perdón de Dios?.-