COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires – ciclo 2014)
Domingo 21 de septiembre de 2014 – Vigésimo quinto del tiempo ordinario.
Evangelio según San Mateo 19, 30.20, 1-16 (ciclo A)
Jesús dijo a sus discípulos: «Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos
de los últimos serán los primeros. Porque el Reino de los Cielos se parece a un
propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su
viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña. Volvió a salir a
media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: 'Vayan
ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo'. Y ellos fueron. Volvió a
salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de
nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: '¿Cómo se han quedado todo el
día aquí, sin hacer nada?'. Ellos les respondieron: 'Nadie nos ha contratado'.
Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'. Al terminar el día, el
propietario llamó a su mayordomo y le dijo: 'Llama a los obreros y págales el
jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros'. Fueron
entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un
denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más,
pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el
propietario, diciendo: 'Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les
das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor
durante toda la jornada'. El propietario respondió a uno de ellos: 'Amigo, no soy
injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo
y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho
a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea
bueno?'. Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».
OTRO MODO DE RAZONAR
¡Qué estupenda enseñanza nos hace el Señor a todos! Si hoy nos pasara esto
que narra el Evangelio, reaccionaríamos de la misma manera, incluso nos
quedaríamos midiendo groseramente los esfuerzos humanos: “no hay que
romperse”, “no hay que trabajar demasiado”, “si los demás no lo hacen ¿por qué
lo voy a hacer yo?”, “si los demás hacen mal las cosas ¿por qué yo tengo que
hacerlas bien?, ¿quién me las va a reconocer?” Es la “ley del menor esfuerzo” De
alguna manera, esa comparación es tan equivocada y tan nefasta que da
posibilidades a que se instale la mediocridad de nuestra participación.
En el relato evangélico, los de “la primera hora” razonan con un criterio humano,
pero Jesús nos muestra que hay otro modo de razonar: la mirada divina, la
mirada trascendente y haciendo notar que Dios sabe trascender todas las cosas,
porque no se queda supeditado a nuestra mirada ya que tiene una mirada
profunda y no es injusto con nosotros, sino más bien tiene misericordia con
todos.
El gozo de los primeros y de los últimos es vivir haciendo el bien. Y sabiendo que
uno es servidor importante, allí encuentra la alegría de la fidelidad al Señor. Si
uno se “rompió” toda la vida siendo fiel y viene otro que fue infiel, que por tres
minutos se ganó la vida eterna, yo en lugar de enojarme tengo que estar
contento, porque Dios viene para todos. Una vez más nos dice “¿por qué tomas
a mal que yo sea bueno, si tengo misericordia con todos?”
Hay que pedir al Señor la gracia de ser fiel en el momento presente; la gracia de
reconocer que, si tengo toda mi vida conociendo al Señor, ¡esa es la gracia!, y
no necesariamente el premio sino la gracia de pertenecer y ser amigo de Jesús.
Ese es un gozo extraordinario y estupendo. No importan los resultados externos,
no interesan los resarcimientos ya que no hay que tener ninguna pretensión,
pero si saber que sigo siendo amigo del Señor. ¡Ahí está la paga!
Que seamos justos y que tengamos una mirada de mayor comprensión, no de
celos ni medidas injustas y egoístas que comparamos con un criterio mundano y
no con la mirada de Jesús
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén