DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
Is 55,69; Sal 144; Flp 1, 20c-24.27ª; Mt 20, 1
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos
se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su
viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la
viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin
trabajo y les dijo: Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido. Ellos
fueron. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es
que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha
contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el
dueño dijo al capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por
los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron
un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían
más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a
protestar contra el amo: Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has
tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el
bochorno. Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No
nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último
igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis
asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán
los primeros y los primeros los últimos.
En nuestra sociedad postmoderna, que ante los medios de comunicación
globalizantes, lleva a que el hombre adopte ciertos comportamientos como
propios del avance y la modernidad. De esta manera hablar de una moral y una
ética fundamentada en principios sólidos que expresan la dignidad de la persona
se rechazan ante una actitud y pensamiento relativista-cambiante y por
consiguiente las nuevas generaciones se van habituando como si fuera normal a
ir adquiriendo identidades transitorias según el momento. Dios es el creador y
como dice San Pablo, en la Carta a los Romanos: “…la creación entera está
esperando la liberación de los hijos de Dios…”, por eso estamos llamados en
Cristo a ser sal y luz de la tierra.
El evangelio del presente domingo nos presenta al propietario de la viña, que va
llamando a diferentes horas a trabajadores porque los encuentra a distintas
horas esperando ser llamados. Pero el evangelio comienza diciendo: “…el Reino
de los Cielos es semejante a un propietario…”, entonces es importante poder
comprender qué es el Reino de los Cielos, para poder entrar en la palabra de
este domingo. El libro de Deuteronomio en el capítulo 4 hace una referencia al
Reino de los cielos, pero en el versículo 30 dice que el Reino de los cielos está en
relación a que el hombre se vuelva a Dios y escuche su voz; y San Juan cuando
hace referencia al Reino de los Cielos en el capítulo 8, manifiesta que Cristo es la
luz del mundo y el que cree en Él tendrá la luz de la vida. Es así que el Reino de
los cielos antes de ser un lugar, está en relación a la persona y su vínculo con
Dios, y cómo está llamado a vivir en Dios, así podemos ir adelantando lo que en
la segunda lectura San Pablo en la Carta a los Filipenses dice: “…Cristo será
glorificado en mi cuerpo sea en vida o en la muerte…”.
Cuando el propietario, según el presente evangelio llama a cada jornalero a
distinta hora, y al final paga empezando del último hacia el primero que fue
llamado, se presenta un reclamo de parte de los trabajadores que laboraron
todo el día. Es importante remarcar este momento que precisa el evangelio,
porque en nuestros días en el interno de la Iglesia, entre los creyentes, sean
laicos, religiosos o ministros ordenados, se percibe también como un reclamo de
injusticia ante Dios (propietario hace referencia a Dios y la viña referencia a la
Iglesia). Podríamos preguntarnos por qué el reclamo, ya lo dirá concretamente
Jeremías en el capítulo 22 y San Pablo en la Carta a los Romanos en el capítulo
9, Dios es el alfarero y nosotros la vasija de barro. La constitución Gaudium et
Spes nos dice: “… en el misterio de Cristo se desvela el misterio de la vida del
hombre…”, si estas palabras son doctrina a observar en la vida cristiana
entonces podemos decir que Dios en Cristo ha desvelado el diseño y el camino a
la santidad para todo hombre, y entonces aquí cabe la respuesta ante la
protesta que hacemos ante Dios porque creemos que es injusto su proceder ante
nosotros, la vida que nos toca vivir no nos gusta, no nos satisface, no colma
nuestras expectativas, aún más lo que obtenemos en la vida, por decirlo de
alguna manera, no gratifica, en conclusión, Dios es injusto; y más injusto es
Dios cuando parece que es demasiado flexible con algunos, así tenemos el
pasaje del evangelio, cuando Cristo está en la cruz y le dice al ladrón: “…te
aseguro que hoy día estarás conmigo en el paraíso…”.
El evangelio de esta semana puntualiza la justicia de Dios con el designio sobre
la vida de cada hombre, y así como Dios llama a Abram de Ur de los caldeos,
pues esperaba que algún dios le concediera lo que anhelaba su corazón, que era
el hijo y la tierra; así tenemos a los jornaleros que son llamados a la viña. Toda
persona en el encuentro con Dios tiene un antes, donde es inconsciente del
obrar de Dios en su vida, y el después, cuando escuchando la voz de Dios, la
llamada, irrumpe en su vida la Gracia transformadora en su corazón y es cuando
empezamos a decir la historia de salvación. Así tenemos que en la primera
lectura el profeta Isaías dice: “…el impío abandone su camino, el hombre inicuo
sus pensamientos…”; cómo el hombre podrá abandonar sus caminos tortuosos si
no escucha y recibe una palabra que tenga el poder de arrancarlo de su
condición de esclavitud, por eso San Pablo dice: “…cómo creerán en Aquel que
se les ha enviado (si no se les predica)…”.
A la luz de la palabra que el Señor nos dé docilidad de corazón para aceptar que
Él sea en nuestra vida el alfarero y nosotros la arcilla en sus manos, pues la
paga es una vida de santidad, que nos llevará a participar, como un anticipo en
esta tierra de la comunión con Dios que será plenamente en la eternidad, por
eso oremos, para que nuestro corazón no se apegue a las añadiduras, sino que
estas añadiduras sean manifestación de los signos potentes o las garantías de la
fidelidad de Dios en nuestra vida.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar