Pautas para la homilía
XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
Tomó la condición de esclavo... Por eso Dios lo levantó sobre todo
El corazón paciente de Dios
A diferencia de la tradición predominante en el AT, el profeta Ezequiel acentúa en
varios de sus textos (Ez 14; 18; 33) la responsabilidad individual de nuestros actos.
Asimismo afirma que nadie puede juzgar nuestro destino basándose sólo en alguna
etapa de nuestra vida. Podemos cambiar a lo largo de ella, para bien o para mal.
Nosotros tendemos fácilmente a juzgar a los demás sin tener en cuenta esa posible
evolución e incluso sin creer en ella, o sin admitir que pueda ir a mejor; sobre todo
cuando pensamos en quienes tienen una conducta deplorable que suscita la repulsa
general. "Los malos no tienen remedio y no merecen ninguna consideración".
No es esa la actitud de Dios. Él sabe esperar. Pero no espera con los brazos
cruzados. Lo suyo es ayudar de mil maneras: sosteniendo, corrigiendo, orientando,
perdonando, ofreciendo nuevas oportunidades. Y su juicio definitivo siempre será
misericordioso. "Cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo,...
ciertamente vivirá y no morirá" (Ez 18, 28).
Hacer el bien
¿Cómo comportarnos de tal manera que acertemos a adoptar la conducta idónea?
Jesús propone una sencilla parábola: la de los dos hijos (Mt 21, 28-32). Lo que
importa no son las apariencias de respeto a la ley o de obediencia a lo que se nos
pide con autoridad; lo decisivo es hacer lo que Dios quiere de nosotros.
No son las convenciones sociales -o religiosas- las que avalan la bondad de las
personas, sino la conformidad con el bien. En el caso de los creyentes, la
aceptación de la voluntad de Dios. Una voluntad que se nos ha hecho patente en la
persona y en la vida de Jesús de Nazaret.
Aceptarlo a él, acogiendo su palabra, es el camino que nos hace gratos a los ojos
de Dios, sea cual sea nuestro pasado (aunque hayamos sido "publicanos" o
"prostitutas"). Por el contrario, cerrarnos a esa palabra nos aleja de Dios, haya sido
la que haya sido también nuestra vida anterior.
El ejemplo supremo para todo creyente
Pablo exhorta a portarse como auténticos cristianos en el seno de la comunidad
creyente. Se sentiría feliz si lo cumplieran: sería un hermoso testimonio de
verdadera fraternidad evangélica. Su labor de apóstol habría dado un espléndido
fruto.
En esa exhortación ofrece una motivación muy poderosa. "Tened entre vosotros los
sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús". Y ¿qué vida es esa? No es
posible reproducirla al pie de la letra, pero su inigualable grandeza debe motivar
una conducta semejante, aunque sea muy de lejos.
Sabemos lo que él hizo: "A pesar de su condición divina,... tomó la condición de
esclavo... y se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz".
Y lo que, a partir de ahí, hizo Dios con él no fue menos grande: "Por eso Dios lo
levantó sobre todo..., de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble".
Tales son los "sentimientos" que el Apóstol invita a asumir, con la certeza de que el
itinerario de quien los asuma seguirá una trayectoria semejante a la de su
prototipo: primero, tocar fondo, ocupar de buena gana un humilde lugar entre los
hermanos, "pasando por uno de tantos", y luego -ya en la patria definitiva-
compartir la gloria que él, Jesucristo el Señor, recibe de Dios Padre.
Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Domingo. Caleruega (Burgos)
Con permiso de: dominicos.org