Domingo XXV durante el año - A
JUSTICIA Y MISERICORDIA NO SE EXCLUYEN
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: - Un
propietario salió de madrugada a contratar trabajadores para su viña. Se puso
de acuerdo con ellos para pagarles una moneda de plata al día, y los envió a su
viña. Salió de nuevo hacia las nueve de la mañana, y al ver en la plaza a otros
que estaban desocupados, les dijo: «Vayan ustedes también a mi viña y les
pagaré lo que sea justo.» Y fueron a trabajar. Salió otra vez al mediodía, y luego
a las tres de la tarde, e hizo lo mismo. Ya era la última hora del día, la
undécima, cuando salió otra vez y vio a otros que estaban allí parados. Y les
dijo: «Vayan también ustedes a trabajar en mi viña.» Al anochecer, dijo el
dueño de la viña a su mayordomo: «Llama a los trabajadores y págales su
jornal, empezando por los últimos y terminando por los primeros.» Vinieron los
que habían ido a trabajar a última hora, y cada uno recibió un denario (una
moneda de plata). Cuando llegó el turno a los primeros, pensaron que iban a
recibir más, pero también recibieron cada uno un denario. Por eso, mientras se
les pagaba, protestaban contra el propietario. Decían: «Estos últimos apenas
trabajaron una hora, y los consideras igual que a nosotros, que hemos
aguantado el día entero y soportado lo más pesado del calor.» El dueño
contestó a uno de ellos: «Amigo, yo no he sido injusto contigo. ¿No acordamos
en un denario al día? Toma lo que te corresponde y vete. Yo quiero dar al último
lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a llevar mis cosas de la manera que
quiero? ¿O te sienta mal que yo sea generoso, porque tú eres envidioso?» Así
sucederá: los últimos serán primeros, y los primeros serán últimos.
Mt 19, 30; 20, 16.
Esta parábola sigue escandalizando hoy a muchos que se han hecho una
imagen de Dios a su gusto y medida. Pero los criterios y pensamientos de
Dios distan mucho de los nuestros: su justicia se conjuga con su
misericordia infinita.
Los obreros que trabajaron desde la madrugada, no protestaron por
recibir un salario injusto, pues era lo convenido, sino por envidia,
porque el dueño fue generoso con los últimos, viendo su esfuerzo
leal y su necesidad de llevar también ellos pan a sus familias.
El valor y el fruto de nuestra vida no depende del tiempo que vivimos, de
largos o cortos años, sino de la intensidad del amor con que vivimos y de la
generosidad con que trabajamos unidos a él, según él mismo afirma: “Quien
está unido a mí, produce mucho fruto; pero separados de mí, no pueden
hacer nada”. (Juan 15, 5).
Jesús nos da el premio por las buenas obras realizadas unidos a Él,
y en su nombre. El paraíso eterno y los dones de Dios no se pueden
merecer ni pagar, sino desearlos, pedirlos, acogerlos, agradecerlos y
hacerlos producir para la salvación propia y la del mundo, unidos a
Él. “El que no está conmigo, está contra mí” (Mt 12, 30). “Quien
conmigo no recoge, desparrama” (Lc 11, 23).
Estamos llamados a trabajar en la viña del Señor para construir su Reino de
vida y verdad, de justicia y paz, de amor, de libertad y alegría. Con gozo y
gratitud, pues la mejor paga es ya trabajar en la viña del Señor.
Recibiremos “cien veces más en la vida presente, y en el mundo venidero,
la vida eterna” (Mc 10, 31).
Se necesitan nuevos rostros de cristiano “discípulo misionero”, un
cristiano apasionado por Cristo y por el hombre, valiente, optimista,
testigo de alegría pascual por su real unión con el Resucitado
presente. Un cristiano que revele el verdadero rostro de Dios Padre,
Dios Amor, Vida, Alegría, Misericordia y gratuidad, como lo presentó
el mismo Hijo de Dios, Jesús.
Jesús declara: “ No he venido para condenar, sino para salvar” (Jn 12, 47); y
lo mismo es para el cristiano (=seguidor de Cristo). No estamos en el
mundo para juzgar y condenar, sino para ayudarnos unos a otros en el
camino de la salvación eterna. Eso es trabajar en la viña del Señor.
Resulta una gran contradicción el hecho de que un cristiano no
colabore con Cristo en la salvación de sus hermanos y del mundo.
Sería un absurdo: un “cristiano-sin-Cristo”. Cristiano es quien vive
realmente unido a Cristo y de él recibe la fortaleza para imitarlo,
también en los sufrimientos inevitables de la vida y de la muerte. El
cristiano ofrece desde ya su vida por la salvación de los hombres,
empezando por la familia, a imitación de Jesús, que dio la vida por
salvarnos. “Nadie ama tanto como el que da la vida por los que
ama” (Jn 15, 9-17). Es el éxito total del amor.
Padre Jesús Álvarez, ssp