XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
DEL DICHO AL HECHO HAY UN GRAN TRECHO
Padre Pedrojosé Ynaraja
El refrán castellano expresa casi lo mismo que la enseñanza del evangelio de este
domingo. A medida que uno se va haciendo mayor y va teniendo experiencia,
guardando memoria de lo sucedido, se da cuenta de que hay personas, jóvenes y
mayores, que a todo dicen sí, que la gente, por su presencia o simpatía, da por
supuesto que cumplirán lo que prometen, pero que a la larga, uno se da cuenta de
que no puede esperar nada de ellos. Que cuando les tocaría arrimar el hombro,
siempre están ausentes.
Otros en cambio, malhumorados con frecuencia, sin atreverse casi a contestar,
calladamente, cumplen con lo que se les ha solicitado. A veces de estos últimos
nadie advierte su presencia, ni su buen hacer, hasta que se alejan. Cuando se han
ido es cuando se reconoce su buena labor.
Y en el Reino de los Cielos cuenta lo que uno ha hecho bien. No se nos preguntará
si hemos caído simpáticos a los demás, sino a quien hemos ayudado, qué
generosidad, monetaria o personal, de compañía, compasión y gozo, hemos
prestado. Si han sido elegantes nuestros regalos que satisficieron y alegraron. Si
hemos visitado y ayudado a enfermos, tanto si esperaban y deseaban nuestra
presencia, como si, aparentemente, ni siquiera eran capaces de darse cuenta de
que estábamos a su lado.
Cuando a veces me dirijo a visitar a un enfermo que sufre alzheimer, por ejemplo,
y me dicen ¿para qué vas, si no te conocerá? o ¿por qué vas, si ya es como un
vegetal?.Pienso en mis adentros: Jesús dijo, estaba enfermo y me visitaste. No hizo
excepciones. Algo semejante me ocurre cuando se trata de una ayuda monetaria.
Piensa uno, o supone, o sospecha, que está siendo engañado. Debe uno saber y
repetirse, que si a alguien se ayuda, él será el responsable del destino que dé a lo
nuestro. (no ignoro que debe uno ser precavido, que en estos tiempos de crisis
debemos tratar de ayudar a quienes más lo necesiten. Sólo podremos abstenernos
si es preciso ayudar de inmediato a alguien que más lo necesita, o encomendamos
la gestión de nuestra la ayuda, a instituciones honrada, sea Caritas o asilos o
residencias de ancianos o discapacitados, que sabemos destinan sus labores a
ayudar con más pericia que la que podamos tener nosotros).
Debemos de distinguir bien, mis queridos jóvenes lectores, lo que es buena fama,
prestigio, o categoría social, de acuerdo a unos cánones muchas veces injustos o
corruptos, de lo que realmente es bueno, de quien, pese a su aspecto, es buena
persona.
Conozco y vosotros también conoceréis, gente extraordinariamente buena, que no
goza de reputación, que tal vez no vayan a misa, sea un ejemplo. A los tales, a mí
me gusta llamarles cristianos practicantes no creyentes, y recordar el evangelio de
Mateo, que nos habla del estupor que sentirán algunos, cuando descubran que
ayudando a extraños, estaban ayudando a Cristo.
No podemos establecer equivalencia entre las prostitutas que menciona el texto y
las “señoritas de compañía” que se ofrecen para ejecutivos o empresarios de paso,
en hoteles de lujo. Tampoco hay paralelismo entre los publicanos, o cobradores de
impuestos, como también se traduce, con los funcionarios de ministerios de
hacienda o inspectores. A los que se refería el Señor, eran aquellos que percibían
los impuestos para el tiránico gobierno de la ciudad de Roma, que tenían mala fama
por su servilismo a lo extranjero y porque, a veces, traficaban injustamente con lo
recaudado, pero que no siempre obraban con esta corrupción.
Lo que debemos aprender y tener en cuenta, mis queridos jóvenes lectores, es que
entre gente marginada, de bajo estrato social, que no luce, ni triunfa, hay
maravillosos imitadores de la bondad del Señor.