Domingo XXVI/A
(Ezequiel 18, 25-28; Fil 2, 1-11; Mt 21, 28-32)
El mensaje de la parábola es claro: no cuentan las palabras, sino las obras,
los hechos de conversión y de fe.
Hoy la liturgia nos propone la parábola evangélica de los dos hijos enviados por el
padre a trabajar en su vi￱a. El primer hijo responde: “ᆱNo quieroᄏ. Pero después se
arrepinti￳ y fue” ( Mt 21, 29). El otro, sin embargo, dijo al padre: “ᆱVoy, se￱orᄏ.
Pero no fue” ( Mt 21, 30). A la pregunta de Jesús, sobre quién de los dos ha hecho
la voluntad del padre, los que le escuchaban responden: “El primero” ( Mt 21, 31).
El mensaje de la parábola es claro: no cuentan las palabras, sino las obras, los
hechos de conversión y de fe. Jesús dirige este mensaje a los sumos sacerdotes y a
los ancianos del pueblo, es decir, a los que entienden de religión en el pueblo de
Israel. En un primer momento, ellos dicen “sí” a la voluntad de Dios, pero su
religiosidad acaba siendo una rutina, y Dios ya no les inquieta. Por esto perciben el
mensaje de Juan el Bautista y de Jesús como una molestia. Así, el Señor concluye
su parábola con palabras drásticas: “Los publicanos y las prostitutas van por
delante de ustedes en el Reino de Dios. Porque vino Juan a ustedes enseñándoles el
camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas le
creyeron. Y, aun después de ver esto, ustedes no se arrepintieron ni le creyeron”
( Mt 21, 31-32). Traducida al lenguaje de nuestro tiempo, la afirmación podría sonar
más o menos así: los incrédulos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; las
personas alejadas e ignorantes en religi￳n, los indiferentes a Dios, a la fe…; éstos,
si se arrepienten pueden ganarnos el Reino de Dios, a nosotros fieles rutinarios,
que ya solamente vienen a la Iglesia el cumplir por el cumplir, sin que su corazón
quede tocado por la fe.
De este modo, la palabra de Jesús nos debe hacer reflexionar, es más, nos debe
impactar a todos. Sin embargo, esto no significa en modo alguno que todos los que
viven en la Iglesia y trabajan en ella deban ser considerados alejados de Jesús y del
Reino de Dios. No, absolutamente no. En este momento, más bien debemos dirigir
una palabra de profundo agradecimiento a tantos colaboradores, empleados y
voluntarios, sin los cuales sería impensable la vida en las parroquias y en toda la
Iglesia.
Pero el espíritu de la enseñanza de Jesús nos pide un corazón abierto, que se deja
conmover por el amor de Cristo, y así presta al prójimo que nos necesita más que
un servicio técnico: amor, con el que se muestra al otro el Dios que ama, Cristo.
Entonces preguntémonos: ¿Cómo es mi relación personal con Dios, en la oración,
en la participación a la Misa dominical, en la profundización de la fe mediante la
meditación de la Sagrada Escritura y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica?
Queridos hermanos y hermanas, en último término, la renovación de la Iglesia
puede llevarse a cabo solamente mediante la disponibilidad a la conversión y una fe
renovada.
En el Evangelio de este domingo se habla de dos hijos, tras los cuales, está de
modo misterioso un tercero. El primer hijo dice no, pero hace lo que se le ordena.
El segundo dice sí, pero no cumple la voluntad del padre. El tercero dice “sí” y hace
lo que se le ordena. Este tercer hijo es el Hijo unigénito de Dios, Jesucristo, que nos
reúne a todos aquí cada Domingo. Jesús, entrando en el mundo, dijo: “He aquí que
vengo… para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” ( Hb 10 , 7). Este “sí”, no solamente lo
pronunció, sino que también lo cumplió. En el himno cristológico de la segunda
lectura se dice: “El cual, siendo de condici￳n divina, no retuvo ávidamente el ser
igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humill￳ a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”
( Flp 2, 6-8). En la humildad y la obediencia, Jesús ha cumplido la voluntad del
Padre, ha muerto en la cruz por sus hermanos y hermanas y nos ha redimido de
nuestra soberbia y obstinación. Démosle gracias por su sacrificio, doblemos nuestra
rodilla ante su Nombre y proclamemos junto con los discípulos de la primera
generaci￳n: “Jesucristo es Se￱or, para gloria de Dios Padre” ( Flp 2, 10).
La vida cristiana debe medirse continuamente con Cristo: “Tengan entre ustedes los
sentimientos propios de Cristo Jesús” ( Flp 2, 5), escribe san Pablo en la
introducci￳n al himno cristol￳gico. Algunos versículos antes, había exhortado: “Si
queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con su amor, si nos une el mismo
Espíritu y tienen entrañas compasivas, denme esta gran alegría: manténganse
unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir” ( Flp 2, 1-2). Como
Cristo estaba totalmente unido al Padre y le obedecía, así sus discípulos deben
obedecer a Dios y tener entre ellos un mismo sentir. Queridos amigos, con Pablo
me atrevo a exhortarlos: Denme esta gran alegría estando firmemente unidos a
Cristo. La Iglesia en Irapuato superará los grandes desafíos del presente y del
futuro y seguirá siendo fermento en la sociedad, si nosotros los sacerdotes, las
personas consagradas y los laicos que creen en Cristo, fieles a su vocación
específica, colaboran juntos; si nuestra parroquia, las pequeñas comunidades y los
movimientos se sostienen y se enriquecen mutuamente; si todos como bautizados
y confirmados, tenemos alta la antorcha de una fe inalterada y dejamos que ella
ilumine nuestros ricos tesoros de la fe y nuestras capacidades.
La vida cristiana es un ser para el otro, un compromiso humilde para con el prójimo
y con el bien común. Las personas humildes tienen los pies en la tierra, escuchan a
Cristo, la Palabra de Dios, que renueva sin cesar a la Iglesia y a cada uno de sus
miembros.
Pidamos a Dios el ánimo y la humildad de avanzar por el camino de la fe, de
alcanzar la riqueza de su misericordia y de tener la mirada fija en Cristo, la Palabra
que hace nuevas todas las cosas, que para nosotros es “Camino, Verdad y Vida”
( Jn 14, 6), que es nuestro futuro.
Señor, que en mi vida sepa responderte siempre con un “Sí, con hechos”, y no sólo
con palabras lindas y huecas. Tú fuiste del “Sí, y fuiste” a donde te mandaba tu
Padre Celestial”. Tu Madre Santísima, también. Trabajaré en la coherencia de vida y
contemplaré constantemente tu ejemplo.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)