Domingo 26º del tiempo Ordinario, Ciclo A
Del SÍ al NO; y del NO al Sí
En aquel tiempo dijo Jesús a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -
Díganme su parecer: Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero
para decirle: "Hijo, hoy tienes que ir a trabajar en la viña." Y él le
respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue. Luego el padre
se acercó al segundo y le mandó lo mismo. Este respondió: "Ya voy,
señor." Pero no fue. Ahora bien, ¿cuál de los dos hizo lo que quería el
padre? Ellos contestaron: - El primero. Entonces Jesús les dijo: - En
verdad se lo digo: en el camino al Reino de los Cielos, los publicanos y las
prostitutas andan mejor que ustedes. Porque Juan vino a abrirles el
camino derecho, y ustedes no le creyeron, mientras que los publicanos y
las prostitutas le creyeron. Ustedes fueron testigos de esto, pero no se
arrepintieron ni le creyeron. Mt. 21, 28-32.
Es relativamente fácil creer en Dios cuando todo va bien, pero luego, en
los momentos difíciles, tal vez se rechaza sin escrúpulos a Cristo
Resucitado presente, y al prójimo, como si no existieran.
Podemos decir que sí a Dios con la boca, con el rito o el rezo, y a la vez
decir que no con el corazón, con las obras y con la vida. Triste realidad.
Ya en el Antiguo Testamento, Dios se lamentaba ante la hipocresía de los
ritos y rezos: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí. El culto que me dan, no sirve de nada” (Mt 15, 8).
Mientras que otros, que no son considerados ni se consideran creyentes,
pero se reconocen pecadores, terminan diciendo sí a Cristo con la vida y
con las obras. Los rezos, los ritos, los sacramentos, sólo cuando se ama a
Dios y al prójimo, hacen que la vida sea transparencia de Jesús.
Un sí pronunciado con la boca, puede anularse con un no del corazón. Y
un no dicho con la boca, puede cambiarse en un dócil sí. ¿Cómo saber si
somos o no sinceros con Dios? “Por sus obras los conocerán”, afirma el
mismo Jesús (Mt 7, 16).
La vida se hace verdad cuando la relación salvífica con Dios y con el
prójimo, está animada por la fe y el amor. Cuántos rezos, celebraciones,
sacramentos, sermones, ritos, retiros..., que no llevan a una conversión
al amor de Dios y conversión al prójimo necesitado, y por tanto, sin
influencia en la conducta de cada día, con el riesgo de la muerte eterna.
Muchos escribas, fariseos y dirigentes religiosos decían sí con los labios y
las apariencias, pero con la vida y las obras decían no. Mientras que
muchos pecadores y pecadoras, aunque habían dicho no con el pecado,
cuando escuchan la Palabra de Dios, dicen sí con la conversión, acogiendo
esa Palabra con un corazón sincero. ¿En qué grupo estamos?
A Dios no le duelen tanto nuestras debilidades y pecados, como le duele
la mentira de la vida del cristiano que prescinde de Cristo en el hogar, en
el trabajo, en el sufrimiento, en la alegría, en la relación con los otros...
Somos pecadores, y lo que importa es ser “pecadores arrepentidos y
convertidos, como la Magdalena, Pedro, Pablo, Agustín, y millones más.
Pidamos con insistencia a Dios la gracia de una vida cristiana auténtica,
en unión de amor con Cristo y con el prójimo. Se necesita una conversión
continua: volvernos hacia Dios y hacia el prójimo cada día, con amor, con
la oración de corazón, con la súplica diaria de perdón para uno mismo y
para los demás, con la gratitud, con la reparación: ofreciendo nuestras
cruces por nosotros y por los otros. “No hay amor más grande que dar la
vida por quienes se aman” (Jn 15, 13).
Padre Jesús Álvarez, ssp