XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Rosalino Dizon Reyes.
Lo que aprendisteis, ponedlo por obra (Fil 4, 9)
La viña del Señor es su pueblo. De su pueblo espera el Señor la más selecta y
abundante cosecha.
Dios nos ha elegido para que demos fruto duradero. Él hace todo para ayudarnos a
alcanzar nuestro máximo potencial, enviándonos incluso a su único Hijo para que
creamos en él y tengamos vida. El Señor cuida de nosotros como cuida de su viña
un propietario diligente. Invierte mucho en nosotros. Desafortunadamente, lo
decepcionamos no pocas veces.
Quizás ya no existen entre los cristianos ni las injusticias ni las indiferencias hacia
los pobres que el profeta Isaías denunciaba. Pero estamos lejos aún de ser
perfectos, santos o compasivos como lo es nuestro Padre celestial. Nos cuesta
poner en práctica el consejo: «Nada os preocupe». Ningún problema tenemos con
los misterios gozosos, luminosos y gloriosos, pero, ¿qué de los dolorosos?
Aún somos susceptibles a la hipocresía y mundanidad. No sin razón llamó el Papa
Francisco la atención de los religiosos de Corea: «La hipocresía de los hombres y
mujeres consagrados que profesan el voto de pobreza y, sin embargo, viven como
ricos, daña el alma de los fieles y perjudica a la Iglesia. Piensen también en lo
peligrosa que es la tentación de adoptar una mentalidad puramente funcional,
mundana, que induce a poner nuestra esperanza únicamente en los medios
humanos…».
También les recordó el Papa a los obispos de Corea la tentación de la prosperidad.
Teniendo asegurado nuestro bienestar, fácilmente nos olvidamos de que «los
pobres están en el centro del Evangelio»—«también al principio y al final»;
fácilmente nos transformamos en una Iglesia rica para los ricos o una Iglesia de
clase media para los acomodados, «en la que los pobres llegan incluso a sentir
vergüenza».
No, no es improbable que también a nosotros nos reprenda san Pablo por nuestra
participación en la Eucaristía sin discernir el cuerpo de Cristo. Y si somos
reprensibles, entonces no es improbable tampoco que sea aplicable a nosotros—a
causa de nuestra infecundidad o de nuestros protagonismos arrogantes—la
advertencia: «Os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un
pueblo que produzca sus frutos».
Y pensando como Jesús, san Vicente de Paúl nos dice: «Temamos, señores,
temamos que Dios nos quite esta cosecha que nos ofrece; pues, cuando uno no usa
sus gracias debidamente, él se las pasa a otros» (Abelly [1664] II:277).
Tu generoso amor, Señor, desborda todos nuestros deseos; perdona nuestras
ofensas y guía nuestros pasos por el camino de la salvación.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)