XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
A TAL SEÑOR, TAL HONOR, Y NOBLEZA OBLIGA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Empiezo por dos refranes castellanos y estoy seguro de que pensándolo un poco,
encontraría otros más, que fueran sentencias de la sabiduría popular y que
coinciden con el contenido de la lectura evangélica de la misa de este domingo.
El escenario de la parábola, mis queridos jóvenes lectores, resultará desconocido
para la mayoría de vosotros. Es una común realidad agrícola mediterránea y añado
que lo es de aquellos tiempos. La viticultura está ahora muy tecnificada, respecto a
la que ambienta el relato. Los cereales y la viña no podían faltar entre las
posesiones de un labrador. Plantaba las cepas en una gran extensión de terreno.
Las cercaba para que ni le robasen, ni los rebaños entrasen a devorar las viñas. En
su centro edificaba una pequeña cabaña, que albergaba el lagar, el sitio donde se
prensaba, pisando, los racimos, para, a continuación, dejar reposar el mosto un
tiempo, generalmente los recipientes que lo contenían eran tinajas. Posteriormente
se trasladarían en pellejos a la bodega familiar, donde envejecerían. En el campo
sembrado de majuelos, se ponían también higueras, que permitían y facilitaban que
los sarmientos se elevasen y madurasen al sol, sin pudrirse.
Excuso decir que hoy en día las cepas se podan para que crezcan en forma de
abanico y resulte fácil recogerla, la uva se prensa mecánicamente y el mosto
fermenta en cilindros de acero inoxidable a temperatura controlada. En alguno de
mis viajes por Tierra Santa he visto alguna de estas plantaciones, supongo que
todavía están en uso y no son pura reliquia nostálgica. Alquilar terreno de cultivo es
cosa antigua y también que el arrendador, más que cobrar en moneda, reciba,
generalmente, la paga en especie, es decir una parte de la cosecha.
Basta de explicaciones. La enseñanza del relato empieza aquí: El propietario, Dios,
nos envía a sus servidores, apóstoles, misioneros, profetas… espera de nosotros
una respuesta justa, digna, adecuada a las gracias que hemos recibido, a su
favores. ¿Qué resultados le ofrecemos nosotros? Se me ha ocurrido, y no es por
pereza, que podía ofreceros a vosotros, mis querido jóvenes lectores, dos poesías
clásicas, que responden a la misma enseñanza y muy superiores en estilo y
contenidos, a lo que yo pueda escribiros
1º soneto anónimo, una de las joyas de la poesía mística.
No me mueve mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte,
Muéveme en fin, tu amor de tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar por que te quiera,
porque aunque cuanto espero no esperara
lo mismo que te quiero te quisiera.
2º este de Lope de Vega.
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Una pregunta, evidentemente, se nos ocurre ¿las actuales crisis tan complejas, no
serán consecuencia del abandono del sentido de la responsabilidad, primando sólo
el ánimo egoísta del lucro?