Domingo 28 ordinario, Ciclo A
Riñen los amantes y se quieren más que antes
Si hay una fiesta entre los hombres en cualquier latitud en que se encuentren a
gusto es la fiesta de bodas. En ella se come, se bebe, se canta, se ríe, se convive,
se asiste al momento supremo del encuentro de dos personas, de dos cuerpos, de
dos mentalidades, de dos ideales que van a desembocar en una sola realidad, un
amor que convertirá todo ello en una sola realidad, una familia, un hogar, unos
esposos, que en un matrimonio tradicional, sueñan con la llegada de los hijos que
aumentarán los deseos de los esposos de más y más unión.
No por algo el reino de los cielos ha sido comparado con un banquete, y un
banquete que se prolongará por días y días, estando todos los hijos reunidos en
torno al Padre y participando en el Banquete del Hijo que triunfó y logró unir a toda
la humanidad en una sola raza, la de los hijos de Dios: “El Se￱or del universo
preparará un festín con platillos suculentos para todos los pueblos; un banquete
con vinos exquisitos y manjares sustanciosos…destruirá la muerte para siempre: el
Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará de toda la tierra la
afrenta de su pueblo..aquí está nuestro Dios…alegrémonos y gocemos con la
salvaci￳n que nos trae…” Bendito Dios que piensa hasta en un festín para los suyos,
y ahí esperamos estar todos, ¿No es verdad?
Pues precisamente este domingo escuchamos la última de las cuatro parábolas que
Cristo dedica para hablar del Reino de los cielos. Por cierto es una parábola que nos
puede parecer desconcertante porque desconocemos algunos de los elementos de
la forma en que se desarrollaban las cosas en aquellos pueblos. Se trata de un
banquete, precisamente un banquete de bodas para el hijo de un rey que se
esforzó por preparar lo mejor de sus bodegas para su hijo querido, y llamó y llamó
con todo el cariño del mundo a sus invitados, pero contrariamente a lo que ocurre
entre nosotros, todos pusieron objeción para asistir, alegando cada quién sus
propios intereses, que el partido de fut será interesantísimo, que estamos
arreglando la casa y vamos a salir de viaje, que tenemos una diversión que no
podemos perdernos. Pero en esta fiesta, el asunto llegó a mayores, pues a los
mensajeros del rey, los golpearon, los insultaron y algunos de ellos los mataron.
Extraño, ¿Verdad? Pues algo semejante ocurre cada domingo en muchas casas de
“cat￳licos”, comienza la mamá a pedir a todos que se levanten, porque van a misa,
y el más grande dice yo no voy porque acabo de llegar de otra fiesta, el que le
sigue dice yo tengo partido y “ahí nos vemos”, el tercero dice que tiene que llevar a
la novia al gimnasio y el papá se retuerce en la cama y dice que trabajó toda la
semana y que tiene derecho a un rato de descanso, si no es el que le tira un
zapatazo a la señora para que deje de estar molestando. Al final, la mamá,
enojada, llorosa, se lanza ella sola a misa o a veces contagiada por ese “espíritu”
que se vive en casa, decide también ella quedarse y arreglar algunas cositas para el
lunes. Pero volvamos, el rey seguía diciendo: “todo está preparado...vengan a la
boda”. Después del castigo correspondiente, hubo que llamar de todos los caminos,
a buenos y malos, para que el banquete no se viera despreciado y el hijo no tuviera
el bochorno de ver su boda y su festejo desairados. Cuando la sala estuvo llena, el
rey entró a ver a sus nuevos invitados y reparó que entre ellos, a pesar de haber
dispuesto la vestimenta para todos los invitados, uno se coló como si fuera a un día
en la playa y ahí vino un castigo que nos parece desproporcionado. Qué sería si
aquel rey se paseara hoy por nuestras fiestas, con muchas, muchísimas damitas,
mostrando al por mayor, y gratis a todos los que quieran contemplarlas, lo que Dios
les ha dado, muchachitas muy bonitas, proporcionadas, pero mujeres ya grandes,
mayores, que en lugar de deleitar te hacen pensar en los estragos que hace el
tiempo. Qué vergüenza que para ir a la fiesta de bodas, ahora casi todas las
damitas compitan en desnudez y los “caballeros” se presenten en shorts, que en
el fondo son calzones, y con chancletas de baño, como que de ahí se van al
gimnasio. En fin las palabras finales “muchos son los llamados y pocos los
escogidos” no tratan de decirnos quién se salva y quién no, ni quién es escogido
para el sacerdocio, sino una reconvención de Cristo que invita a todos a trabajar en
su viña, a meterle el hombro para la cosecha del Reino, y para poder participar en
el banquete, pero que ve con desilusión que todos le sacan al parche, al
compromiso y a los deberes diarios que vendrían a contribuir a la propia salvación,
recordando a San Agustín: El que te creó sin ti, no te salvará sin ti.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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