XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Rosalino Dizon Reyes.
Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia (Fil 4, 19)
Nos invita Dios a un banquete suntuoso. ¿Aceptamos con gratitud respetuosa la
invitación?
El banquete es imagen del reino celestial que Jesús instaura y al cual nos llama por
solo su gracia y sin acepción de personas. Muchos profetas y justos, durante su
vida mortal, desearon oír la llamada y ver la inauguración del reino, pero no se les
concedió su deseo. Por eso, dichosos nosotros, porque vemos y oímos a Jesús
invitarnos. Así que razón de más para decirle que sí y rendirle el respeto que
merece.
Ser del reino significa dulce intimidad con el Señor y abundancia insuperable e
inagotable. Es acampar con el Pastor que fortalece a los débiles, alumbra a los
inciertos y atribulados, y prepara una mesa para sus escogidos, aun en un
ambiente hostil. Si Dios está con nosotros, nada nos faltará y seremos invencibles.
Pertenecer al reino redunda, sí, en nuestro mejor interés. Cuidado, entonces, con
procurar lo propio, lo que con frecuencia lleva a la insensibilidad al que convida.
Ningún interés se ha de anteponer al reino de Dios; tiene el reino supremacía
absoluta.
No, no podemos, en nombre ni de la ley humana ni de la seguridad nacional,
levantar murallas de exclusión, olvidándonos de que «hay que obedecer a Dios
antes que a los hombres». Los atrincherados en su exclusivismo, capitalista,
consumista o de otro tipo, difícilmente se hacen caso de las invitaciones a la
liberalidad.
Ni mucho menos podemos contagiarnos con « afluencia » . Demasiado acomodados,
nos hacemos incapaces de distinguir lo malo de lo bueno y nos quedamos
adormecidos ante la explotación de obreros o la defraudación de viudas, huérfanos
y forasteros. Se nos prohíbe oponernos, insultar, perseguir, calumniar o demonizar
a los que viven y predican la verdad, la justicia, el amor, la misericordia, la
fidelidad.
Y la participación auténtica en el banquete eucarístico es la prueba de la aceptación
de la invitación. Tal participación significa acoger a todos, especialmente a los
pobres, y no avergonzar a nadie. Si personificamos ahora el amor justo y solidario
de que esperamos gozar en el cielo, entonces en la Eucaristía se nos da de verdad
una prenda de la gloria futura. Con razón dice san Vicente de Paúl que «la caridad
para con el prójimo es una señal infalible de los verdaderos hijos de Dios»,
verdaderos hijos del reino (X:574). La caridad es el requerido traje de fiesta
respetuoso.
Señor, concédenos la gracia de aceptar tu invitación y de contemplarte, amarte y
servirte en la persona de los pobres .
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)