XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Rosalino Dizon Reyes.
¡Dichosos los que han sido convidados a la cena de las bodas del Cordero! (Apoc.
19, 9)
Por la invitación del Señor Dios, hemos venido al banquete mesiánico. Tomamos
los lugares de aquellos primeros invitados quienes, insultándole al rey celestial, no
hicieron caso a la invitación y hasta persiguieron y mataron a los emisarios reales y
leales, los profetas. Por la transgresión, pues, de los primeros invitados, se nos ha
abierto a nosotros los gentiles la puerta de la salvación (Rom. 11,11).
Y somos muchos los llamados para relevar a otros así que llenamos el salón del
banquete. Esperamos, desde luego, que a nosotros se nos cuente entre los pocos
escogidos. Si Dios se ha dignado a reemplazarles a los primeros convidados con
nosotros, entonces no nos hagamos tan presentuosos como ellos que también
acabemos con ser reemplazados. ¿Hemos entrado nosotros vestidos de fiesta?
Nuestro uniforme, como elegidos de Dios, santos y amados, ha de ser la
misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el
amor, sobretodo, que es el ceñidor de la unidad consumada (Col. 3, 12-14). Quien
viene al banquete sin este debido traje de boda será arrojado fuera, a las
tinieblas. Y aún si éste consigue quedarse en el banquete, no le servirá para nada
el comer y beber, pues, el que come y bebe sin discernir el cuerpo acabará
comiendo y bebiendo su propia condena (1 Cor. 11, 17-34).
Y si los que somos el pueblo o la Iglesia de Dios, y partícipes del banquete del
Señor, nos encontramos débiles y enfermos, ¿no sería porque, no dejándonos guiar
por la humildad, nos consideramos superiores a los demás y, encerrados en
nuestros intereses, velamos sólo por nuestros provechos, ascensos y puestos de
honor y poder, de modo que no nos esperamos unos a otros y menospreciamos a la
Iglesia de Dios y avergonzamos a los pobres y les dejamos pasar hambre mientras
nos saciamos de manjares suculentos y de vinos de solera generosos? ¿Acaso no
nos hemos olvidado de que es para todos los pueblos el banquete del Señor, de que
la Iglesia no es solamente para nosotros sino para otros también, y por eso, por
muy inequívocas, absolutas, elocuentes y conmovedoras que sean nuestras
palabras, nos sigue faltando la credibilidad o a muy pocos conseguimos convencer?
La salud de la Iglesia, su vitalidad y su crecimiento, por supuesto, depende de
Dios. En aquel que la conforta todo lo puede la Iglesia. Pero Dios se sirve
principalmente de los humildes y pobres, reunidos y encontrados en los cruces de
los caminos, que tanto y verdaderamente aman—sin que importe si sean cristianos
o no—que están dispuestos a aceptar la muerte para salvar a otros, como lo hizo el
Cordero que se sacrificó
( http://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2011/09/10/concilio-tracionado-
concilio-perdido-igldsia-religion-vaticano-papas-curia.shtml ) .
Se sirve Dios de siervos como el Padre Arturo J. Kolinsky, C.M.
( http://library.constantcontact.com/download/get/file/1102296457537-
210/homily_arturo.pdf ; http://www.youtube.com/watch?v=U87TcYw7Tz0 ) . En la
vida de este sencillo, alegre, dedicado y querido misionero paúl se demostró la
verdad del dicho vicentino: «La caridad, cuando mora en un alma, toma posesión
completa de todas sus potencias. Nunca descansa. Es un fuego que actúa sin
cesar». ¡Cómo le encantaba de verdad al Padre Arturo ser partícipe—debidamente
vestido de fiesta, claro, pero no al estilo ni de los que viven en los palacios y usan
ropas de lujo ni de los que llevan insignias especiales y usan ropas con borlas
vistosas—de las comidas y fiestas de los pobres y cuán enjundiosas, ricas y
deleitables las encontraba!
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)