Domingo XXVIII Tiempo Ordinario Ciclo A Emilio Betancur cada semana.
LOS ERRORES DE LOS INVITADOS.
El relato puede ser dos parábolas en una: la primera narra la invitación de un
rey a la boda de su hijo (Mt 22, 2-10); la segunda se refiere a lo ocurrido en la
sala del banquete, el problema del vestido y la reacción del rey (22, 11-13).
La parábola resalta el rechazo de los invitados al banquete y la reacción de rabia
del anfitrión que los invitó, quitándoles el puesto para dárselos a otros. Antes
Jesús había hablado de “otros os precederán en el reino”, después la vi￱a y el
reino que se entregó a labradores diferentes, ahora unos invitados que fueron
sustituidos por tener mayor interés en el trabajo y los negocio, por otros que se
sentían felices por participar en el banquete de bodas del hijo del rey.
SOMOS LOS AMIGOS DE DIOS.
La gravedad a la no aceptación se debe a que el rey los tiene como amigos. Pero
la no aceptación no es impedimento para que el rey celebre la boda de su hijo y
comparta su alegría con otros. Ni siquiera el homicidio anula el afecto de Dios
por Israel y por nosotros; así mate a sus profetas y sea cómplice de la muerte
de Jesús. “Salgan, pues, a los cruces de los caminos, (fuera de la ciudad donde
vive la gente pobre) y conviden al banquete de bodas a todos los (mendigos,
enfermos, bandidos, desechables, víctimas) que encuentren” (evangelio).
EL BAUTISMO ES EL TRAJE.
La sala del banquete se llenó de comensales y el rey saludándolos le dijo a
alguno: “¿Amigo, c￳mo has entrado aquí sin el traje de fiesta?” El invitado está
en ruptura visible con los demás comensales por eso no puede vivir la comunión
de la fiesta.
Las palabras tan fuertes “átenlo, arr￳jenlo, fuera a las tinieblas” son una
advertencia para impresionar a los oyentes sobre las razones que tienen para
entrar al banquete del reino. Muchos han oído la invitación de Dios al Reino,
pero solo pocos la han aceptado y seguido, los judíos del tiempo de Jesús y los
creyentes de ahora, quienes hacen parte de los escogidos. Por su constancia el
rey puede celebrar la fiesta, la boda de su hijo con la humanidad, representada
en los que vienen del cruce de todos los caminos. El bautismo es el traje para
entrar al banquete y participar en la fiesta de la fe.
LUGAR DEL BANQUETE.
De acuerdo al Salmo 23 el banquete es Jesús: y el lugar es la Comunidad.
El Señor es un banquete porque nada nos falta; el Señor es en quien reposamos
y calmamos la sed, como verde pradera y fuente tranquila. El Señor, en la
eucaristía, repara todas nuestras fuerzas.
El Señor mismo nos prepara las dos mesas, su palabra y la eucaristía y llena
nuestra vida de alegría hasta los bordes.
En definitiva, la relación del pastor con nosotros termina siendo afectiva hasta el
punto de llamarnos por el nombre. Todos somos la mayor riqueza del Señor y el
Señor es para nosotros un banquete.
La abundancia y delicadezas del Pastor continúan en el banquete de la Iglesia.
“En aquel día, el se￱or del universo preparará sobre este monte un festín con
platillos suculentos para todos los pueblos; un banquete de vinos exquisitos y
manjares sustanciosos” (Primera lectura).
“Estoy acostumbrado a todo: lo mismo a comer bien que a pasar hambre, lo
mismo a la abundancia que a la escasez. Todo lo puedo unido a Aquel que me da
fuerza. Gloria a Dios nuestro Padre por los siglos de los siglos. Amén” (Segunda
lectura)
EL ERROR DE LOS INVITADOS.
El error de los invitados, que sigue siendo el riesgo nuestro, es dejar lo
importante por lo urgente, lo esencial por lo relativo. Esto ocurre a todos los
niveles no solo en la fe: Se deja lo importante de la familia, la formación de los
hijos, por la vida social o profesional; se deja lo humano por lo material y lo
serio por lo light; se deja lo absoluto por lo relativo y la fe por la religión. Se
abandona el culto por las ocupaciones o la misa por la finca; y terminamos
poniéndole más cuidado a las mascotas que a Dios. Nuestras emociones están
más relacionadas a las grandes velocidades de la fórmula Uno. Ni siquiera la paz
se hace reloj en mano, porque ésa sí que necesita de paciencia. Este es el más
radical de los fallos y no tiene apelaci￳n: “destrozada es la vida que no se da
cuenta de que existe Dios”, decía Kierkegaard.
Padre Emilio Betancur Múnera