XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos y amigas,
En tiempos de Jesús, una boda era socialmente lo máximo. Tanto que para
imaginar cómo era el cielo lo comparaban con una gran boda. Es lo que hizo Jesús
al comparar el Reino de Dios con las bodas del hijo de un rey (Mt 22, 1-14).
Imaginemos entonces la desfachatez y el desaire de aquellos invitados, con
invitación personal y todo, no quisieron ir, “no hicieron caso”. La reacción del rey
fue terrible, pues acabó con ellos. Y como la fiesta debía hacerse, el Rey mandó a
sus criados a invitar y traer a cuantos encontrasen por el camino, buenos y
presentables o malos y desarrapados.
Visto como parábola, el relato nos dice que el Padre Dios envió su Hijo a este
mundo como el Mesías prometido, Jesucristo, el novio de Israel (Lc 5,34). Y que
para que lo recibiesen envió a Israel jueces y profetas, que, a lo largo de su
historia, fueron preparando su llegada. Lamentablemente, Israel no hizo caso,
autoexcluyéndose del Reino de Dios (el Banquete). Sólo unos pocos (los apóstoles y
discípulos) le fueron leales y lo acogieron. Y salieron a invitar y ganar para Jesús y
su causa a los no-pueblo-de-Israel. En relación con estos últimos, “los malos y
desarrapados” entre comillas, hubo uno -¡sólo uno!- , a quien el rey mandó sacar
de malas maneras por haberse colado sin el vestido de fiesta, que sin duda y como
era la costumbre, le ofrecieron a la entrada, pero que él no quiso ponérselo.
Para nosotros, los católicos, Jesús no sólo es ese Hijo a quien su Padre Dios prepara
un gran banquete de bodas. Él mismo es el Banquete, que se nos da en comida: el
banquete eucarístico, decimos desde siempre. Jesús eucaristía, que se entrega
como Pan de Vida para la salvación del mundo. Como Misa, como comunión y como
adoración, la Eucaristía es el Banquete al que nos invita personalmente el Padre
Dios. ¿Y no les parece que, en relación con la eucaristía, hacemos nosotros lo que
hicieron aquellos malos invitados? ¿Que en nosotros se repite lo que nos cuenta la
parábola del banquete?
Llama la atención el hecho de que excusas tan serias y grandes como las que
dieron los invitados que menciona Lucas (Lc 14, 18-20), no fueron suficientes para
Jesús y los castigó. Léanlas, por favor, y comparen con nuestras insignificantes
disculpas. Y eso que nuestro banquete eucarístico es incomparablemente mejor y
más importante que el banquete del señor de la parábola. ¡¿Qué dirá Dios de
nuestras excusas para no ir a misa?! ¿¡Qué, de nuestras tardanzas y/o de nuestras
salidas sin terminar la santa misa!? ﾿ᄀY qué, de no ir a comulgar…!? Debe serle
terriblemente penoso ver a algunos que van a comulgar sin “vestido de fiesta”, es
decir “sin la gracia de Dios”, que se les ofrece mediante la confesión y/o
regularizando antes su situación relacional (de pareja).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)