XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Javier Balda, C.M.
La sala se llenó de comensales
En la sala hay sillas para todos. En la mesa hay platos para todos. En la cocina hay
alimentos para todos. En los jardines la orquesta saluda con su música a los que
llegan. La fiesta ya va a comenzar. El padre, que ha invitado, saluda a unos y
espera a otros. Hay alegría y gozo en su corazón. Pero su rostro de vez en cuando
cambia y en sus ojos aparecen reflejos de tristeza, de pena y hasta de
preocupación. Se ve que su corazón, en medio de tanta felicidad, está sufriendo. Le
van llegando noticias de que muchos de sus invitados no quieren acudir a su fiesta,
que no quieren compartir su alegría, que no quieren sentarse a su mesa y participar
del banquete preparado con tanto amor. Ellos han preferido “otras fiestas” y han
buscado excusas para justificar sus inasistencias. Han despreciado su banquete y
preparan otros banquetes. No han querido participar de la alegría, del gozo, de la
felicidad y han ido en busca de otras alegrías, de otros gozos, de otras felicidades.
¡Cómo no va a sufrir y llorar el corazón del padre! El que con tanto amor había
preparado el banquete, él que deseaba que todos disfrutaran de la fiesta, él que
todo lo había hecho por amor para entregarles lo mejor, él que deseaba que todos
compartieran la felicidad del hijo, siente su desprecio, su rechazo, su indiferencia.
Pero el padre no suspende el banquete. La mesa seguirá servida. La orquesta no
dejará de tocar. Otros invitados sí aceptarán sentarse a su mesa y la casa se
llenará de voces, de cantos, de música y su corazón desbordará de alegría y gozo.
Dios es ese padre que nos invita a nosotros a participar del banquete de bodas de
su Hijo Jesús. Dios nuestro Padre quiere reunirnos un día alrededor de su mesa.
Para esto nos creó, para eso Jesús murió, resucitó y ascendió a los cielos. Es una
invitación que brota de un corazón que ama y que desea una respuesta de amor.
¿Aceptarás su invitación? Vete a tu habitación. Desnúdate y tira tu ropa vieja.
Vístete con “ropa de fiesta”. Ponte en camino para participar del banquete. Él te
espera y quiere compartir contigo su gozo, su alegría, su amor. Él quiere compartir
contigo la felicidad de su hijo. Deja a un lado tus preocupaciones, tus anhelos, tus
intereses, tus otros gozos y alegrías y acepta. Tú sí, sincero y agradecido, será un
motivo más de alegría en el corazón de Dios, de tu Dios y mi Dios.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)