XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Rosalino Dizon Reyes.
No hubo solo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo (1 Tes 1, 5)
Dios nos habla. Pero, ¿le entendemos realmente? ¿Quién nos garantiza la verdad?
Nos habla definitivamente y sin ambigüedad por su Hijo, si bien nosotros, oyendo la
misma palabra, no siempre la entendemos de la misma manera. Diferentes
posturas humanas engendran diferentes interpretaciones, por ejemplo, de:
«Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Unos lo citan
como prueba de que la Iglesia no debe entremeterse en asuntos del estado (D.
Hamm). Quienes se sirven así de este pasaje se imaginan dos esferas
completamente autónomas.
En cambio, hay quienes ven «dos esferas distintas, pero siempre en relación
recíproca» (Deus caritas est 28). Afirman, a base del susodicho pasaje—y de: «Hay
que obedecer a Dios antes que a los hombres»—que «el rechazo de la obediencia a
las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta
conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el
servicio de la comunidad política» (Catecismo de la Iglesia Católica 2242).
Frente a dos pareceres opuestos, ¿en qué quedamos entonces? Por supuesto, hay
presunción en favor de los maestros oficiales de la Iglesia. Pero en última instancia,
la autoridad cristiana emana de la caridad y por ella se acredita auténtica.
Tener caridad es «desear el bien a alguien» (Catecismo 1766). Miente, pues, quien
dice que ama mientras procura lo propio. La caridad por definición es desinteresada
y sencilla.
No puede ser de los hipócritas que buscan la ruina de otros. Halagueñas y más
blandas que aceite sus palabras, pero son puñales. La caridad son solo de los de
corazón limpio y humilde, los dotados de visión de Dios y de discernimiento de la
verdad.
Y como Jesús es el amante por excelencia que pasa haciendo el bien hasta dar su
vida por todos, solo nos queda imitarle y vivir la Eucaristía, para que amemos
realmente y distingamos la explicación verdadera de la falsa. El discernimiento
requiere que vayamos preguntándole, como aconseja san Vicente de Paúl: «Señor,
si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías en esta ocasión?» (XI:239).
Los imitadores de Jesús reconocen que hay que anteponer a Dios a todo y todos,
pues los creados a su imagen son de él, el soberano divino que domina incluso
sobre los superpotentes de este mundo.
Señor, haz que nos entreguemos a ti con fidelidad y seamos verdaderas imágenes
tuyas.gozos y alegrías y acepta. Tú sí, sincero y agradecido, será un motivo más de
alegría en el corazón de Dios, de tu Dios y mi Dios.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)