FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO
20 de Diciembre
En el tiempo de Adviento, muy especialmente en los días feriales del 17 al 24 de
diciembre, se recuerda a la Virgen María como icono y prototipo de fe activa en
la espera del Mesías Salvador. En estas fiestas privilegiadas las lecturas
evangélicas nos recuerdan el inefable amor de madre de la Santísima Virgen.
El periodo del Adviento está especialmente dedicado a Cristo como punto de
referencia: Él es el Salvador-que-viene. Pero también es tiempo particularmente
apto para recordar y celebrar la fe y el amor de María, la Virgen Madre.
El evangelio de hoy nos recuerda la Encarnación del Hijo de Dios en las entrañas
virginales de María de Nazaret: recordamos en la oración colecta cómo la Virgen
Inmaculada se sometió al designio divino con humildad de corazón, aceptando
encarnar en su seno al Hijo de Dios. “Aquí está la esclava del Se￱or, hágase en
mí según tu palabra”
El Hijo eterno de Dios se hace hombre para que el hombre se haga hijo de Dios.
Este hecho trascendental para la salvación de los hombres comienza en el
momento de la Encarnación: en Cristo, Dios se hace hombre y el hombre Cristo
Jesús es Dios. “Mediante la encarnaci￳n el Hijo de Dios se ha unido en cierto
modo a todo hombre” (GS 22).
Cantamos en la antífona de entrada: “Todos verán la salvación de Dios”. San
Bernardo, al comentar la Anunciación, expresa la trascendencia de este
momento, y dirigiéndose a la Virgen, dice: "Todo el mundo espera postrado a
tus pies; y no sin motivo, porque de tu palabra depende el consuelo de los
miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la
salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje. Da pronto tu
respuesta".
María, Virgen encinta, crey￳ que “para Dios no hay nada imposible”. La fe de la
Virgen Inmaculada sobrepasó la necesidad de la paternidad humana para ser
madre. Es la de María una fe generosa, que acoge la voluntad de Dios, una fe
fuerte que supera las dificultades y una fe que coopera con el designio salvador
de Dios. Nos recuerda el Concilio Vaticano II que "María no fue un instrumento
puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los
hombres con fe y obediencia libres" (L G 56).
María respondi￳ “con todo su « yo » humano, femenino, y en esta respuesta de
fe estaban contenidas una cooperación perfecta con la gracia de Dios que
previene y socorre y una disponibilidad perfecta a la acci￳n del Espíritu Santo”
(San Juan Pablo II). La anunciación constituye el momento culminante de la fe
de María y el punto de partida de su peregrinación en la fe.
“¿C￳mo será eso, pues no conozco var￳n?”, pregunt￳ María. “El Espíritu Santo
vendrá sobre ti”, respondi￳ el ángel. “Dios la había transformado en templo de la
divinidad por obra del Espíritu Santo” (oraci￳n colecta).Este Espíritu es el mismo
Espíritu que aleteó sobre las aguas en la creación (cf. Gn 1, 2). Este hecho “nos
recuerda que la Encarnación fue un nuevo acto creador. Cuando nuestro Señor
Jesucristo fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virginal de María,
Dios se unió con nuestra humanidad creada, entrando en una nueva relación
permanente con nosotros e inaugurando la nueva creaci￳n” (Benedicto XVI).
El Ángel saluda a María, llamándola "llena de gracia". Llena del amor de Dios,
que esto es la gracia. Por eso, podríamos decir: “llena del amor de Dios”. María
acoge con todo su ser el amor infinito de Dios. Dios preparaba así a su “Hijo una
digna morada”, recordamos en la solemnidad de la Inmaculada: limpia de
pecado y llena de gracia. Toda santa.
Para nosotros María es modelo de fe activa y obediente a la espera del Dios-que-
viene. En la oración colecta le pedimos a Dios que nos conceda, siguiendo el
ejemplo de María, aceptar sus designios con humildad de corazón. María en la
Anunciación nos enseña a abandonarnos confiadamente en las manos del Dios.
El ejemplo de María nos impulsa a abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que
nos transforma y nos renueva; nos llena de su vida y nos hace templos suyos.
Porque con el Espíritu, el amor de Dios es derramado en nuestros corazones.
MARIANO ESTEBAN CARO