Pautas para la homilía
XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Amar a Jesús no es tener sentimientos o un estado de ánimo especial en
nosotros, sin más, sino sentir a los que están cerca.
¿Qué nos explica Jesús sencillamente y sin complicaciones? ¿Qué quiere decirnos la
palabra de Jesús? ¿Por qué no acertamos a construir una sociedad más humana,
más feliz? ¿Qué nos falta? Amar a quien ni siquiera vemos es imposible. Jesús, sin
preguntarle fija en qué consiste el amor a Dios, pues en la vida de los hombres, de
los cristianos no hay un espacio reservado para las cosas de Dios y otro para la
relación con los hermanos y las cosas. ¿Cómo decir que amamos a Dios si no
amamos lo que él ama? Jesús tuvo la valentía de equiparar el amor a Dios y a los
hombres, sin separarlos, ni poner el amor a Dios en una primacía absoluta y
después el amor a los hombres. Para Jesús las normas se pueden cambiar si no
sirven para hacer bien a los hombres.
Amar a Dios no es rezar, ni espiritualizarnos tanto que nos olvidemos de los demás.
Jesús, su reino no es una religión de normas, cumplimientos y ritos. Lo que él
quiere va más allá de la aceptación de las creencias, preceptos y ritos de una
religión. Es una experiencia nueva. Amar tiene que ver con poner la vida al lado de
Jesús, centrarla en él para ser, vivir y pensar la vida, en los demás y las cosas
como él las ve y las piensa. Amar es sentir el amor de Dios y el amor por los
hombres, viviendo en continuo agradecimiento por la vida, por lo bueno, lo grande
y bello que nos rodea; es ponernos al lado del defensor de la vida y la dignidad de
sus hijos (nuestros hermanos); es tener y optar por una actitud, aprendida de
Jesús, de sensibilidad por el dolor y sufrimiento que causamos, una actitud de
ponernos al servicio de la humanización de nuestro entorno; es regirnos por mirar
lo que es más humano y no por las ganancias; es aparcar nuestras actitudes
intolerantes ante los demás.
Pero hasta los que nos decimos más cristianos nos gusta colgarnos el título de
“cumplidores”. No cabe duda que los fariseos tenían inquietud por conocer más su
religión y por buscar cómo agradar mejor a Dios, pero esta actitud les llevó a
quedar presos en una trampa: el hacer de la religión un conjunto de normas,
aunque estuvieran bien escalonadas y puestas preferentemente para su
cumplimiento. Ellos querían encontrarse con Dios, pero por el camino tortuoso de la
norma. Tortuoso porque las normas terminan por ahogar la espiritualidad y no
atender a los otros. La insistencia y el desfilar de grupos interrogando a Jesús
demuestra el rechazo que su vida y la propuesta de su reino produjeron. Lo mismo
nos pasa a nosotros cuando nuestro interés es, más que nada, por lo moral y no
por la relación con Jesús; cuando nos preocupa más cumplir lo establecido que la
vivencia cercana de Jesús; nos da más seguridad el hacer automáticamente ritos
que el vivir con incertidumbre la presencia de Jesús, pues nos cuesta descubrirle
como acompañante y cercano en el camino de nuestra vida.
Es importante creer en Dios, pero más importante todavía saber en que Dios
creemos. ¿en el que se nos ha manifiesta en Jesús?
Las pasiones de Jesús no pueden dejarnos impasibles a los creyentes. Ser cristiano
es vivir el amor que Dios nos ha regalado en la vida, las actitudes y valores, el
camino nuevo que Jesús ha recorrido. Por eso él es nuestro Salvador, siempre
preocupado de lo que nos pasa y el sujeto de nuestro seguimiento.
Nosotros necesitamos que nos quieran y querer a los demás. El amor que recibimos
de él se hace en nosotros, amor a los demás. El amor de Dios mismo, sus mismos
sentimientos se reflejan en nosotros. ¿Dónde quedan o para qué sirven los
preceptos, las normas y leyes en estos planteamientos? ¿Qué hacemos con
nuestros cumplimientos si, ni nos sirven para relacionarnos con Dios, ni tienen
referencia a los demás?
Nuestra sociedad poderosa y rica de cosas, de objetos, de comunicación, presumida
en todo, pues fabrica e inventa todo, va creciendo más y más en el anonimato, el
vacío, la sinrazón y la soledad; va desluciendo y distorsionando el nombre de lo que
necesita (para decir que tiene sin tener): el amor. Así se conforma con
sentimientos, atracción, sensaciones, sexo, …, aunque lo llame amor. Así el amor
es un juego de quita y pon, que se rompe y compone con facilidad. Jesús sabe lo
que necesitamos y nos propone un Padre amoroso, que le duele nuestra realidad y
quiere devolverle los derechos que hemos perdido o hipotecado por comodidad o
pereza; sabe que necesitamos justicia y amor, pues la falta de amor deshumaniza y
trastoca todo; sabe que no solo es necesario reformar las estructuras, sino
acrecentar la capacidad de amar.
Necesitamos otra experiencia con Jesús que lo resitúa todo de manera nueva, en la
propia realidad de la vida. Cuando vemos a tantos ancianos impedidos, un joven
tetrapléjico o con montones de problemas porque no encuentran sentido a la vida,
con situaciones desgarradoras de convivencia, laborales, de integración en la
sociedad, ese es nuestro compromiso de amar. Cuando vemos a nuestros
hermanos colgados de las vallas de Ceuta, entre los escombros de Irak, luchando
por sobrevivir en tantos países de África, padeciendo con las injusticias
venezolanas, ese es nuestro compromiso de amar. Es difícil vivir el amor de Dios
sin entender, sin que nos duelan ciertas realidades. ¿Cómo entender a la madre
que es capaz de atravesar la ciudad todos los días para trabajar, la madre que
llegan las horas de las comidas y no pueden ofrecer algo a los hijos? ¿Cómo
entender la vida cristiana, los seguidores de Jesús, si no hacemos lo que él haría en
circunstancias bien concretas? ¿Amamos a alguien o nos amamos a nosotros
mismos?
Estaría bien que los cristianos, tan educados en la norma y su imposición a los
demás, fuéramos un poco transgresores porque la libertad y la creatividad son
fuentes de vida insospechadas, sobre todo cuando ya hemos visto los resultados en
la vida de Jesús.
Fr.
Pedro
Juan
Alonso
O.P.
Convento del Santísimo Rosario (Madrid)
Con permiso de: dominicos.org