TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO, CICLO A
(Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)
En los días de la segregación los fanáticos insultaban a los negros en público.
Rehusaban a llamar a un negro por su apellido con un título. No diríen, por
ejemplo, “Se￱or Obama”. Más bien, insistían a llamarlo sólo por un diminutivo,
“Baraquito”. Los fanáticos no querían congraciarse con los negros sino burlarse
de ellos. No eran de buena voluntad sino malevolentes. En el evangelio hoy,
encontramos a los fariseos con tal intención mala.
Un fariseo doctor de la ley se dirige a Jesús como “maestro”. Aunque el saludo
no parece como un insulto, Jesús lo reconoce como una navaja desenfundada.
Pues, ha pedido a sus discípulos que no llaman a nadie “maestro”. Este hombre
no quiere aprovecharse de la sabiduría de Jesús sino enredarlo en problemas.
Pero Jesús se prueba a sí mismo más docto que el doctor.
Hay seis ciento trece leyes en la Torá. Teóricamente todas eran de igual
importancia. Sin embargo, la teoría no detiene a la gente de preguntar cuáles
preceptos son los mayores. Es como nosotros creemos que todos los libros de la
Biblia son inspirados por Dios pero consideramos el Evangelio según San Juan
como más céntrico a la fe que la Apocalipsis. ¿Considerará Jesús la ley más
grande “No matarás”, o tal vez “No cometerás adulterio”? Si dice la primera
cosa, parecería como fijadito en el orden y si opta para la segunda sería
obsesionado con el sexo.
Pero Jesús no permite que sea atrapado en disputas teológicas. Sabe que sobre
todo tenemos que dar a Dios su deber. Responde a la pregunta, “Amarás al
Se￱or, tu Dios….” como el mandamiento más grande. Entonces agrega un
segundo mandamiento, “Amarás a tu pr￳jimo como a ti mismo”. A lo mejor
está reprochando a los fariseos por un falso amor para Dios. La Primera Carta
de San Juan dice: “Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios,
a quien no ve” (I Juan 4,20b). En este Evangelio según San Mateo Jesús critica
a los fariseos por tal hipocresía.
Jesús no expande en lo que quiere decir “amar a Dios” porque está en una
discusión. Si tuviera sólo sus discípulos en la audiencia, seguramente elaboraría
en el tema. Les diría que amamos a Dios en primer lugar no porque es un
mandamiento sino porque tal amor es nuestro camino a Su Reino. Seguiría que
no es egoísta desear la vida eterna como nuestro propósito en amar a Dios
porque el mismo Dios nos hizo con esta inquietud. Nos diría que Dios Padre
envía a Su Espíritu Santo a nuestros corazones facilitando para nosotros este
amor. Concluiría por decir cómo conocer a Dios como nuestro amigo nos traería
beneficios ahora – entre otros, el gozo, la paz, y la paciencia.
En el libro de Éxodo Moisés desciende del Monte Sinaí llevando las dos tablas de
la ley. En una tabla se graban los primeros tres mandamientos que Jesús
resumirá como “Amarás al Se￱or, tu Dios…” En la otra hay los otros siete
mandamientos que Jesús igualará con “Amarás a tu pr￳jimo como ti mismo”.
Como un matrimonio parece sencillo cumplir los diez o, si quieren, los dos. Pero
sabemos que cuesta demasiado. Sólo el Espíritu Santo nos hace posible. Sólo
con el Espíritu podemos llegar al Reino.
Padre Carmelo Mele, O.P.