Domingo XXX del tiempo ordinario, Ciclo A
Amor a Dios y amor al prójimo
…al final de mi vida “me examinarán del amor”.
A la pregunta del doctor de la ley a Jesús en el evangelio de hoy sobre cuál es el
mandamiento más grande de la ley es muy oportuna, pues los judíos tenían
centenares de preceptos: exactamente 365 “negativos” (empiezan con un “no…”) y
248 “positivos” (comienzan con un “debes…”). Toda sociedad organizada tiende a
multiplicar con el tiempo sus leyes y normas, y a veces sin necesidad. Y hoy Jesús
nos da la clave para ser cristianos: dos mandamientos que se reducen al amor;
amar a Dios y amar al prójimo.
La exhortación a emprender el camino del amor a Dios, a ponerse en camino para
llegar a su Reino, fue la coronación de una reflexión centrada en el Evangelio
cuando Jesús responde al escriba que le interroga sobre cuál es el más importante
de los mandamientos. [...]
Amar a Dios es centrar mi vida en Dios: qué piensa Dios, qué dice Dios, qué quiere
Dios…Y yo lo mismo. Qué me pide Dios a mí, ¡no al vecino!, ahora ¡sin darle
largas!, ya, ¡sin hacerme el sordo! Y aquí está, obras, que eso es el amor. Amar a
Dios es abandonar los ídolos y convertirnos al Dios vivo y verdadero, para servirlo
(segunda lectura).
El amor a Dios y al prójimo, contemplando la esencia de Dios, que es amor, no es
estéril sentimentalismo o algo vago, sino que es reconocer a Dios como único Señor
de la vida y, al mismo tiempo, acoger al otro, como verdadero hermano, superando
divisiones, rivalidades, incomprensiones, egoísmos; las dos cosas van juntas.
¡Cuánto camino debemos recorrer aún para vivir en concreto esta nueva ley, la ley
del Espíritu Santo que actúa en nosotros, la ley de la caridad, del amor! (S.S.
Francisco, 12 de junio de 2013) .
Por consiguiente, la confesión de Dios se realiza en la vida, en el camino de la vida;
no basta decir: yo creo en Dios, el único; sino que requiere preguntarse cómo se
vive este mandamiento. En realidad, con frecuencia se sigue viviendo como si Él no
fuera el único Dios y como si existieran otras divinidades a nuestra disposición.
La religión consiste en amar a Dios. La verdadera religión comienza con el amor y
la entrega total de la vida a Dios. Este amor a Dios debe salir de nuestro corazón y
convertirse en amor a los hombres. Observemos el orden de los mandamientos:
primero debe venir el amor a Dios y después el amor al prójimo. Sólo podemos
querer verdaderamente a los hombres si amamos a Dios. Esto sucede porque
hemos sido creados a su imagen y semejanza.
Dios es el primero que cumple el mandamiento del amor. Dios Padre por amor
nos entrega generosamente a su Hijo-Cordero inmaculado e inmolado para nuestra
salvación (primera lectura). Jesús por amor nos entrega el sacerdocio, la Eucaristía
y el mandamiento del amor (evangelio y segunda lectura). Sólo necesitamos manos
y corazón para recibir estos regalos maravillosos y agradecerlos con amor.
Así como Dios es en sí mismo amor, la esencia de la vida cristiana es el amor. En
efecto, cuando hay amor al prójimo por el amor a Dios, hay familias, comunidades
de paz y en paz: aquí no hay lugar para el chismorreo, para las envidias, para las
calumnias, para las difamaciones. Donde hay amor hay Paz, perdón: el amor cubre
todo. Para calificar una comunidad cristiana su identidad, podemos preguntarnos
cómo es la actitud de nosotros los cristianos: ¿En nuestra familia, en nuestra
parroquia, en nuestro presbiterio hay disputas entre nosotros por el poder?
¿Disputas de envidia? ¿Hay chismorreo? De ser afirmativo, no estaríamos en el
camino de Jesucristo. Esta peculiaridad es muy importante, muy importante,
porque el demonio busca separarnos siempre, siembra el odio y la discordia y la
lucha por el poder. Es el padre de la mentira, del odio y de la división.
En la sociedad actual el amor a Dios y al prójimo es un factor insustituible. Si
eliminamos el amor a Él y al hermano, con más facilidad se abre el camino a la
impaciencia, a la rabia y al odio entre los hombres. Así, la paz y la convivencia
fraternal desaparecen. Por consiguiente, nos podemos preguntar:¿puedo decir que
amo a Dios sobre todas las cosas? ¿Cómo lo demuestro: sólo con palabras o
también con obras, “pues obras son amores y no buenas razones” ? ¿Puedo decir
que amo al prójimo, mínimo como a mí mismo? ¿Puedo decir que amo al prójimo
como Cristo lo ama? ¿Lo demuestro con mi paciencia, bondad, misericordia,
donación, preocupación sincera por él, ayuda concreta?
Señor, que me deje amar por ti, para que después pueda amarte como te mereces
y amar al prójimo, como tú lo amas. Perdóname tanto egoísmo en mi vida, que es
contrario al amor. Que tome conciencia que al final de mi vida “me examinarán del
amor ”.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)